Economía y trabajo

A partir de un nuevo concepto de trabajo, que le concede valor como forma de que las mujeres y hombres disfruten de su autonomía y de una vida digna y plena, se definen una serie de propuestas en ámbitos estratégicos como el desempleo, las pensiones, la fiscalidad, la lucha contra la pobreza y la exclusión, la inmigración y la política fiscal. Finalmente, se analiza la coyuntura actual de crisis y se proponen medidas concretas que apuntan a un nuevo orden social, político y económico superador del capitalismo.

Equidad

Si bien la crisis ecológica afecta a toda la humanidad, el reparto de responsabilidades y repercusiones es desigual. Mientras los problemas ambientales del Norte se deben a su sobredesarrollo (contaminación industrial, lluvia ácida, residuos peligrosos), el deterioro ambiental del Sur es en gran medida sino una consecuencia del modelo de desarrollo impuesto por los anteriores.  A diferencia de lo que pasa en los países del norte, para el Sur el medioambiente no es un lujo, sino su sustento, con lo que de su conservación depende su supervivencia. Por tanto, cualquier consideración sobre la ecología global debe abordar conjuntamente el problema de la equidad y el problema de la sostenibilidad, desde una triple perspectiva:

  • En primer lugar, la responsabilidad casi exclusiva del Norte en la crisis ecológica global (con diferente responsabilidad también dentro las sociedades del Norte y del Sur).
  • En segundo lugar, la explotación, mayoritariamente occidental, de los bienes y servicios comunes del planeta.
  • En tercer lugar, el uso insostenible que actualmente realizan estos países de los recursos naturales del Sur.

En la práctica esto supondría:

  • la abolición de la deuda externa de los países empobrecidos.
  • el reconocimiento de la deuda ecológica.
  • la denuncia de las actividades o inversiones de transnacionales vascas que vulneran los derechos sociales y ambientales de los países del Sur.
  • la denuncia de los sistemas de compra de derechos de emisiones.

 

 

 

 

 

 

 

 

Decrecimiento

La idea del crecimiento ilimitado implícita en la mayor parte de los discursos políticos y económicos -tanto de la derecha como de la izquierda- contrasta con una realidad finita, con unos límites biofísicos en el planeta. Es por ello que una apuesta práctica por el decrecimiento -en términos de producción y consumo de bienes- supone una verdadera revolución ideológica.

El decrecimiento no implica un deterioro de las condiciones de vida para la mayoría de los habitantes, sino mejoras sustanciales vinculadas a la redistribución de recursos, creación de nuevos sectores, preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud, las condiciones laborales o el crecimiento relacional. En última instancia, es necesario partir de la certeza de que si el decrecimiento no se produce de forma voluntaria y ordenada, habrá de hacerse forzosamente como consecuencia de la sinrazón económica y social actual:

  • El decrecimiento en el contexto de una sociedad occidental opulenta no debe ser visto como una merma del nivel actual de bienestar, sino como una oportunidad de aumentar el bienestar. Eso sí, entendiendo el bienestar no como un concepto cuantitativo, basado en una acumulación infinita de bienes materiales, sino como un concepto cualitativo donde prime el tiempo de ocio, el altruismo, las relaciones humanas, la solidaridad, la equidad, la justicia y la espiritualidad.
  • El decrecimiento está relacionado con la reducción/eliminación de actividades que perpetúan la insostenibilidad del sistema, como la industria militar, nuclear, automovilística, agricultura industrial, etc. Estos empleos podrían ser canalizados por un lado, hacia actividades relacionadas con la satisfacción de necesidades sociales o ambientales y por otro, al reparto del trabajo mediante la reducción de la jornada laboral. A su vez, habría que fomentar las industrias facilitadoras de la transformación hacia la sostenibilidad: energías renovables, transporte colectivo, agricultura ecológica, educación y cultura, etc.
  • El decrecimiento debe ir orientado a lograr un desacoplamiento entre bienestar, consumo de recursos y generación de residuos, y una reducción de la huella ecológica.
  • El decrecimiento implica reducir las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte.
  • El decrecimiento implica primar lo local frente a lo global.

Biomímesis

La crisis ambiental global muestra la incompatibilidad manifiesta entre la economía actual y la ecología debido a la existencia de diferentes ritmos biológicos -lentos, con horizonte temporal largo- y económicos -rápidos, con horizonte temporal corto-. Un ritmo económico superior al biológico y geológico implica infravalorar problemas ambientales futuros -escasez de recursos, pérdida de biodiversidad o efecto invernadero- en favor de rendimientos económicos presentes aumentando, así, la explotación intensiva de los recursos naturales. En la medida en que los ritmos económicos no se adapten a los biológicos asistiremos a un progresivo aumento de la degradación ambiental global de consecuencias imprevisibles. El sistema económico ha de ser cíclico y analizarse como un organismo vivo, es decir: en primer lugar, ha de cerrar el ciclo de los materiales, sin contaminación y sin toxicidad; en segundo lugar, ha de cumplir con los principios bióticos y adaptarse a la diversidad local; y, en tercer lugar, la energía utilizada en todo el proceso ha de ser renovable.

En otras palabras, la economía humana será sostenible en la medida en que sea capaz de adaptarse el comportamiento de la economía de la naturaleza, idea que se sintetiza en el concepto de biomímesis. La biomímesis implica: funcionar a partir de la luz solar, usar la energía imprescindible, adecuar forma y función, reciclaje, recompensa de la cooperación, fomento de la diversidad, contrarrestar los excesos desde el interior, utilizar la fuerza de los límites, aprender de su contexto y cuidar de las generaciones futuras.

Aplicar los fundamentos de la economía ecológica a la práctica política implica la consecución de múltiples objetivos:

  • Creación de modelos de producción y consumo sostenibles a través de distintas herramientas como el desarrollo de ecosistemas industriales. Así, las industrialdeas y parques tecnológicos deberían buscar formas de aprovechar sinergias en el ahorro de energía e inputs materiales y en la minimización de residuos generados.
  • Reforma fiscal ecológica (gravar los aspectos negativos del sistema productivo, como la contaminación o el consumo de materiales, en lugar de aspectos positivos, como el empleo, etc.). En este sentido, es necesario apostar por una reforma total de sistema impositivo vigente: por un lado, reduciendo el peso de los impuestos indirectos a favor de los impuestos directos y, por otro, gravando el consumo de recursos naturales en lugar del trabajo.
  • Limitar los procesos de artificialización de suelo. Urge imponer una moratoria a la artificialización del escaso suelo fértil que resta en Euskal Herria.
  • Fomento de las energías renovables. El consumo de energías fósiles debe ir siendo sustituido por energías renovables. Como primer paso, es necesario el cierre de todas las centrales nucleares.
  • Impulso de la movilidad sostenible. Los recursos públicos deben dedicarse mayoritariamente a garantizar la movilidad de la mayoría de la población vasca. Esto supone invertir prioritariamente en medios de transporte colectivos y socialmente equitativos. Los grandes proyectos de infraestructuras como el TAV, la Supersur y el puerto exterior de Pasaia deben ser paralizados. El TAV debe dejar lugar a un tren social y con un impacto mínimo en el territorio. Hay que imponer una moratoria a la construcción de carreteras en Euskal Herria. Los recursos públicos deben destinarse a garantizar la accesibilidad de todas las personas, primando los desplazamientos intracomarcales.
  • Apoyo a la agricultura ecológica (ver eje de soberanía alimentaria).
  • Conservación de la biodiversidad. En este apartado resulta prioritario restringir el consumo de suelo y recuperar los ecosistemas autóctonos

Fundamentos para una economía ecológica

En las últimas décadas, el consumo de recursos naturales ha crecido hasta el punto de convertirse en una seria amenaza para el funcionamiento del sistema socioeconómico, debido tanto a los problemas ambientales que genera como al propio agotamiento de los recursos. La crisis económico-financiera y los conflictos sociales actuales (guerras, hambrunas, etc.) no son más que un reflejo de una situación de deterioro ecológico que ha situado a la civilización al borde de un colapso sin precedentes en la historia.

En este sentido, la expansión del capitalismo y de las fuerzas productivas a partir de la revolución industrial ha sido posible gracias a una energía abundante y barata. Su agotamiento supone volver a una cruda realidad termodinámica: el ser humano tendrá que ser capaz de organizarse en torno al flujo de energía que proporcionan las fuentes renovables. La crisis, no obstante, es una extraordinaria oportunidad de cambio, porque lo imposible en tiempos ordinarios se torna factible en tiempos extraordinarios como los que vivimos.

De esta manera, reconducir la insostenibilidad de la civilización occidental supone situar el modelo socioeconómico imperante, basado en crecimiento económico ilimitado y en el consumo compulsivo, en la raíz del problema. El ritmo de consumo de recursos naturales ha sido inédito en la historia: en la segunda mitad del siglo XX hemos consumido más recursos que todas las generaciones anteriores juntas. La nuestra es la primera civilización donde el ser humano se considera fuera, a la vez que dueño, de la naturaleza. La sociedad actual identifica progreso con el dominio de la naturaleza gracias a la tecnología. Competencia es igual a eficiencia y bienestar a consumo. Sin embargo, la crisis ambiental global en que ha desembocado esta cosmovisión desenmascara la falsedad de estas premisas y nos obliga a reconsiderar la relación entre la naturaleza y el ser humano: hay que ecologizar la economía en lugar de economizar la naturaleza. Sólo de esta forma será posible lograr un mayor equilibrio entre el ser humano y la naturaleza, entre la economía y la ecología, entre el bienestar y el medio ambiente.

Es necesario por tanto respetar los límites que imponen los sistemas naturales, tanto en la disponibilidad de recursos como en la capacidad de asimilación de residuos de los sumideros. Bajo este nuevo paradigma, las condiciones que determinan la perdurabilidad del sistema natural adquieren una importancia substancial, dado que al margen de ellas no existe posibilidad de edificar ningún modelo social ni económico. En otras palabras, el futuro habrá de ser sostenible porque de no ser sostenible no habrá un futuro. La sostenibilidad se convierte, así, en condición necesaria para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria.

Por lo tanto, el nuevo modelo de sociedad deberá asumir la sostenibilidad ecológica como premisa de actuación. Ésta requiere del cumplimiento de los principios bióticos y abióticos mediante el desarrollo de una economía cíclica, en la que los materiales se obtengan de los grandes depósitos -aire, suelo y agua- y vuelvan a depositarse en ellos; y todo el proceso se mueva por energía solar. De esta manera, el desarrollo humano sostenible requiere:

  1. Planificar, para proteger el medio ambiente y gestionar de forma sostenible los recursos.
  2. Potenciar un desarrollo autocentrado a partir de los recursos naturales y energéticos propios. Esto garantiza otros objetivos: soberanía alimentaria, promoción de lo local, descentralización, autosuficiencia y menor vulnerabilidad.
  3. Fomentar dentro de los sistemas socioeconómicos la diversidad, evolución, autoorganización, autosuficiencia, descentralización y cooperación. Este objetivo requiere garantizar la participación social en la toma de decisiones.
  4. Cerrar el ciclo de los materiales, de tal forma que las emisiones de residuos sean recicladas por los ecosistemas naturales (dicho de otro modo, estado estacionario en términos biofísicos).
  5. Utilizar los recursos renovables como la pesca, la caza o la agricultura sin disminuir la capacidad de los sistemas ecológicos de ofrecer esos recursos en el futuro.
  6. Utilizar los recursos no renovables teniendo en cuenta su necesidad en el futuro y la disponibilidad de recursos alternativos.
  7. Utilizar los recursos existentes bajo criterios de eficiencia (disminución del consumo de recursos por unidad de producto) y suficiencia (disminución del consumo total de recursos).
  8. Una visión transdisciplinar de los problemas, que integre factores ecológicos, sociales, económicos, políticos y culturales.

Finalmente, los sistemas socioeconómicos deben estar regidos por dos grandes principios: el principio de precaución y el principio de regencia ambiental. El principio de precaución es un concepto que respalda la adopción de medidas protectoras cuando no existe certeza científica de las consecuencias socioambientales de una acción determinada. Según el principio de regencia ambiental, la propiedad privada de la tierra debe sustituirse por el usufructo, es decir, cada generación es usufructuaria de los bienes y servicios de la naturaleza.

De esta manera, el nuevo modelo socioeconómico, pero también el político, debe adecuarse a estos principios como bases fundamentales, transformando los parámetros actuales, generadores del deterioro ambiental.

Porque este deterioro ambiental no sólo tiene carácter antropogénico sino que, además, es un problema sistémico. La competencia, la búsqueda de beneficios a corto plazo, la propiedad privada, la mercantilización de la fuerza de trabajo, la globalización, etc., características funcionales de la economía de mercado, contribuyen decisivamente a la destrucción de la naturaleza, la desigualdad y, en definitiva, a la desintegración social. El camino hacia la sostenibilidad requiere, por tanto, la transición del modelo actual hacia un nuevo modelo basado en los principios anteriormente citados, en donde los objetivos de equidad, justicia y bienestar se logren con un consumo de recursos naturales acorde con los límites de la Naturaleza. Sólo así, el sistema económico dejará de ser parte del problema en lugar de formar parte de la solución. El medio natural está íntimamente relacionado con el medio social, de forma que los procesos de degradación de uno afectan al otro y viceversa. Revertir esta tendencia supone entender que el ser humano es parte de la naturaleza en lugar de su propietario;y que, por tanto, la economía humana no puede ser sino un subsistema del sistema natural.

A partir de este marco general, se establecen tres ejes prioritarios de actuación: biomímesis, decrecimiento y  equidad.

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