Resolución

Josean Eguilegor – Alternatiba

Una de las reivindicaciones de la manifestación de este sábado es resolución. Resolución significa tanto solucionar como afrontar algo con valor; y es que cuando la rueda del odio empieza a girar, solucionar un conflicto requiere también valor. Valor para pararla. Valor para dejar de atacar a quien te ha atacado anteriormente.

Al hablar del conflicto siempre podremos intentar justificar una acción como una reacción a algo: La dispersión como reacción al fracaso de las negociaciones de Argel, el fracaso de las negociaciones como reacción al terrorismo de un estado y una clase política de la que no te puedes fiar, el terrorismo de estado como respuesta a que ETA siguiera matando en “democracia”, que ETA siguiera matando en “democracia” como respuesta a una transición tramposa heredera del régimen fresquista, la creación de ETA como respuesta a la dictadura franquista, el golpe de estado franquista como respuesta a la Segunda República… y así hasta los Godos.

Con el problema sobre la mesa, todos quieren alzarse como los héroes justicieros iniciando la Batalla por el Relato. Convencer al mundo de que unos son los buenos y los otros los malos; pero a estas alturas ni tanto ni tan calvo. Hay opiniones encontradas, distintas formas de apreciar problemas y distintas maneras de defender esas ideas (aquí sí, unas veces buenas y otras malas) y, sobre todo, mucho dolor.

Estos últimos años hemos podido ver la estrategia del «todo es ETA» a nivel estatal cuando toda la izquierda era asociada con ETA. Sin embargo, esta estrategia no empezó a utilizarse cuando los movimientos sociales empezaron a ocupar titulares en la prensa española. En Euskadi todo era ETA antes, mucho antes. Cuando esa ficción se planteó a nivel estatal resultó excesivo y parecía una broma macabra, un mal chiste y el cuento no cuajó. En Euskadi, sin embargo, el todo es ETA y la propaganda ya habían creado leyes ad hoc, habían blindado la labor de una policía torturadora, habían castigado y encarcelado a mucha gente y habían llevado a vigilar y sospechar de todo participante afín al independentismo de izquierdas vasco. Ahora, después de 8 años desde que ETA dejara las armas y en vísperas de su desaparición ¿Qué sentido tiene mantener las políticas basadas en ese odio como vemos en Altsasu? ¿Qué sentido el revanchismo de las condenas ad hoc? ¿Qué sentido mantener la venganza de la dispersión?

No podemos cambiar lo que ya ha pasado pero sí que podemos decir ¡Ya basta! Cerca del 90% de las y los presos vascos se encuentran en prisiones a más de 400 kilómetros de sus lugares de residencia. Otros, siguen en prisión a pesar de padecer enfermedades muy graves o más de 70 años. Ahora se establecen nuevas leyes que posibilitan cadenas perpetuas encubiertas… Se supone que el fin de esas penas es la reeducación y reinserción social y lo cierto es que ni lo consiguen, ni lo intentan. Para las personas presas, familiares, amistades el castigo injusto, vengativo y desproporcionado se convierte en la ratificación de la necesidad de luchar con todo lo que se tenga. Por ello es tiempo de reclamar resolución. Reclamar esa solución con valor que requiere que se deje de actuar cegados por el odio.

Hay una gran diferencia entre rechazar, oponerse o abominar a ETA y apoyar o no denunciar que se construyan leyes desde el odio y se adopten medidas políticas basadas en la venganza. Si nunca hacemos nada por parar esta rueda, algún día nos volveremos a echar las manos a la cabeza. Unos tendrán su forma de empezar a contar su historia, los otros la suya. Todos, empezando el relato donde les convenga, se creerán los héroes justicieros y creerán en las razones de su sacro santa cruzada que todo lo justifica. Mientras tanto, la rueda del odio y el sufrimiento seguirá y seguirá rodando cada vez más grande y arrolladora.

Por ello, cuanto antes, digamos basta a quienes odian y expanden su odio. Detengamos la rueda y avancemos juntos hacia una sociedad más justa que odie menos y ame más. Aprendamos: En el futuro procuremos no parecernos a nadie que justifique la violencia o la represión con fines políticos. Con resolución podemos ser mejor que todos ellos.

Algunos síntomas de una democracia que apenas existe

Josu Perea – Alternatiba

La democracia liberal, la auténtica, la que tenemos, la consagrada, la homologada, la genuina, la que lucen en la solapa peperos, socialdemócratas y advenedizos de todo pelaje y condición, cada vez responde más y mejor al monopolio del poder y del dinero. Aquel principio, santo y seña del liberalismo, de «gobernar lo menos posible» hoy se ha transformado en ordenar y disponer lo más posible con la «menor democracia posible».

Insistir en la colonización por parte de los mercados de la política, de la democracia, es tan obvio que casi resulta grotesco denunciar esa invasión y ese vaciamiento de la democracia. Que quienes marquen el paso a los políticos, a la política, sean ajenos a las estructuras democráticas está tan interiorizado en la sociedad, que son colocados al frente de gobiernos e instituciones (sin rubor alguno) a organizaciones puramente mercantiles. Pero no se conforman con eso, quieren, también, estar presentes en la batalla ideológica por el alumbramiento de la nueva «moral» apropiándose del término en esa dialéctica de individualismo frente a colectivismo, ricos frente a pobres, potentados frente a necesitados…, que es el terreno donde se dirime el concepto de lo «ético» y lo «moral».

Michael J. Sandel hace una reflexión pormenorizada sobre la incidencia que tiene el mercado en los ámbitos de la moral y la ética. Analiza con rigor las incursiones y los intentos de invasión que realiza el mercado en una sociedad como la nuestra, totalmente mercantilizada, para apropiarse de valores cívicos, de los compromisos morales de la sociedad, y del bien común, a través de mecanismos puramente economicistas. La economía de mercado se nos presenta como garantía para la pervivencia de los valores morales, que aunque puede parecer caricaturesco, lo cierto es que a los economistas y mercantilistas, a sueldo del poder, les sobran argumentos de alto nivel académico, para defender, desde la intelectualidad más erudita, las bondades de una moral y una ética mercantilizadas. Una moral construida desde las entrañas del neoliberalismo, allá, en los laboratorios del lenguaje, pongamos por caso desde Palo Alto.

Estamos observando con gran preocupación cómo la construcción del sentido de lo social se aleja progresivamente de la política, hasta introducirse, cada vez más, en un mundo de ficción. Entramos en un nuevo universo simbólico, decía Baudrillard, en donde no queda sitio para la esperanza política, que cada vez está más denostada y desprestigiada, a la vez que se vislumbra una sociedad fagotizada por las densas y abusivas relaciones mercantiles, que marcan y dirigen nuestra agenda «moral».

Son las jerarquías sociales, las élites financieras quienes se encargan de organizar y armonizar los engranajes sociales para garantizar el «buen» funcionamiento de todo el entramado económico e institucional de una sociedad que es un conflicto regulado, un conjunto estratificado de clases sociales que se distribuye en función del reparto desigual de los recursos, entre quienes sustentan el poder y aquellos que son sometidos por éste. Los gobiernos y los parlamentos nacionales, son meros ejecutantes de decisiones, acordadas en otra parte, y no en el marco de lo que «todavía» se llama soberanía nacional.

Este panorama, este escenario, responde a una realidad que nos muestra cómo no se ha sabido responder a los grandes cambios que han ido forjando todo un mundo nuevo de sujetos, anómicos, asociales, apáticos, acríticos, lo que hace que el «metarrelato» construido sobre el relato marxista de la abolición de la injusticia a través de la socialización de los medios de producción, de alguna forma se reveló como proyecto fallido y perdió credibilidad.

Tampoco hoy, el cuadro ideológico que surge, tras el vacío dejado por las grandes ideologías anteriores, no tiene aspiraciones tan determinantes como las que tenía el marxismo. Son ideologías más abiertas y fluidas que no pretenden constituir una ideología integral. Estas ideologías, como manifiesta Eugenio del Río, que aunque siguen manifestando anhelos de transformación social profunda y a gran escala, están encontrando notables dificultades para abrirse paso.

Creo que es verdad aquello que decía Aníbal Quijano de que fuimos derrotados mundialmente. Entre mediados de los setenta y finales de los ochenta todo aquello que era antagónico, incluso meramente rival de los núcleos de poder en el mundo, fue acabado. No solo eso: las esperanzas fueron derrotadas.

Esta nueva era de la modernidad ha producido y está produciendo profundos cambios en la forma de vida con el surgimiento de nuevos sujetos sociales. La sociedad de masas se ha convertido en un fenómeno trascendente que se ha instalado en la vida social, cultural y política, a lo largo y ancho de las sociedades occidentales. Este proceso de transformación ha pasado a formar parte de la constitución social del individuo (individuo – ciudadano), de la mercantilización de la economía y del orden político y democrático, que ha invadido todos los ámbitos de la vida social.

Durante los últimos cuarenta años, el neoliberalismo se ha convertido en un chantaje permanente, un chantaje que se cierne constantemente sobre los conflictos políticos, donde las instituciones, presuntamente democráticas, han actuado siempre a los dictados de los poderosos y donde el neoliberalismo se nos presenta como única forma posible de organizar la convivencia humana en un momento donde no aparecen alternativas plausibles a la vista.

Vivimos un mundo globalizado que es irreversible y que en algunos aspectos actúa independientemente de lo que hagan los gobiernos. Ahora bien, como apunta Eric Hobsbawm, otra cosa bien diferente es la ideología basada en la globalización, la ideología del free market,  eso que se ha llamado también «fundamentalismo del libre mercado». El carácter neoliberal de la globalización, es decir, el sometimiento del proceso de producción, distribución circulación y consumo, ese «fundamentalismo del libre mercado», así como de la vida social y los valores del individualismo, se impone mediante un proceso político dirigido por las élites.

El neoliberalismo ha lanzado una auténtica cruzada de intenso adoctrinamiento ideológico con el pretexto de hacer frente a la crisis económica, a la vez que ha emprendido un ataque en toda regla contra las conquistas sociales de varias décadas. Es inexcusable construir «acciones fuerza» contra los dogmas conservadores, contra la propaganda del capitalismo. Xenofobias, homofobias y fundamentalismos religiosos de todo pelaje están cada vez más presentes en una sociedad que precisa de soluciones fáciles para problemas mundanos. Necesitamos salir de este laberinto liberal y recuperar la política, o lo que es lo mismo, la democracia.

Nos han prometido un mundo pletórico de bienes materiales para colmar las ansias infinitas de voracidad de una humanidad cada vez más numerosa y cada vez más proclive a consumir, a devorarnos a nosotros mismos. Democracia y neoliberalismo no conjugan igual. La democracia del mercado se ha construido, de alguna forma, con la complacencia de los consumidores atrapados en la lógica de expectativas, ideológicamente adquiridas, que han permitido la prevalencia de las teorías más conservadoras. Así, el catecismo del neoliberalismo campea a sus anchas por las instituciones y las ideologías dominantes no encuentran las resistencias necesarias, y el capitalismo lo sabe.

La realidad más cercana, la que vemos día a día, nos muestra una democracia devaluada, que no se ve (quizás porque apenas existe). La batalla contra los dogmas conservadores es inexcusable y precisa una acción ideológica contra la propaganda de este neoliberalismo atiborrado de dogmas, el cual es muy consciente de la trascendencia que tienen las victorias ideológicas. Es imprescindible tomar la iniciativa y plantar cara a un modelo atrapado en su propia utopía frenética.

Publicado en Naiz

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