Agua que contamina >Jesus Mª Estarrona
Jesús Mª Estarrona Salazar
Poco nos da por pensar en el agua a los que vivimos en un mundo de opulencia. La usamos en demasía para nuestro aseo personal, para nuestra diversión, para el riego, etc. y generalmente, la devolvemos a su cauce contaminada. Ese elemento que a muchos pueblos emergentes o del llamado tercer mundo les parece un milagro que salga de nuestros grifos, que la ven en abundancia en nuestras piscinas, que miran con envidia nuestros ríos, lagos y embalses artificiales… esa imagen, les incrementa la sed que padecen, no solo de agua sino de justicia, mas como digo, a nosotros ese tema no nos da qué pensar. Nos aturde la rutina, nos dejamos llevar.
He estado recientemente pasando unos días en el parque natural de Aigüestortes, en Lleida realizando una recomendable travesía, de refugio en refugio, denominado “Carros de foc” (carros de fuego) y si bien esta prueba está pensada para avezados montañeros, la zona ofrece también recorridos asequibles para simples paseantes, que de igual modo, pueden disfrutar de tan maravilloso paisaje, bien regado, por cierto. La zona está dotada con más de 200 “estanys” (lagos) y existe un recorrido, uno más, de no más de cuatro horas de duración, en torno al refugio Colomers, llamado “el de los lagos” que ofrece la oportunidad de ver aproximadamente cien de estos estanys.
El acceso, en compañía de unos amigos, lo hice desde Espot, una pequeña localidad en otro tiempo ganadera y forestal, pero que hoy en día y desde hace varios años, sin abandonar el sector primario, se muestra más centrada en el turismo dada la belleza de su entorno.
No es la pretensión de este artículo hacer propaganda de la zona ni centrarme en la borrachera de agua que ofrece, sino que me voy a referir a los efectos que me produjo la misma.
Dispuesto a cenar en uno de los restaurantes de la citada localidad, prendado todavía del agua cristalina que me rodeó durante días, se me ocurrió pedir, además de vino (tras cinco días de abstinencia), agua.
No cabía de asombro cuando la camarera de turno me descorchó una botella de plástico con agua procedente de una marca de Almazán (Soria). Me quedé perplejo, no supe reaccionar porque de inmediato me vinieron a la mente, junto con los paisajes acuosos recién disfrutados, una serie de ideas que debía ordenar para situarme en qué mundo estaba y estoy viviendo.
Enseguida me imaginé el proceso del agua servida: una fábrica localizada en el medio natural soriano, añadida a las imprescindibles e incuestionables instalaciones del servicio de aguas públicas de aquella su zona, o sea, una contaminación más surgida por iniciativa privada. Desconozco su grado de contribución a su localidad como contraprestación; una propiedad privada que se enriquece con un bien público, como es el agua; los millones de botellas de plástico que precisa para su comercialización; las dificultades para reciclar este producto; un trasporte, en este caso, a 500 Kms. de distancia, erosionando el asfalto de carreteras públicas y desgastando neumáticos (productos petrolíferos), contaminante además por el CO2 que genera tan largo viaje; los ruidos que conlleva el reparto, el sitio que ocupan y la incomodidad que generan los envases al establecimiento de turno, al minorista, etc. etc. Y todo esto en competición con la facilidad y ventajas de toda índole que representa la simple acción de abrir el grifo. Hay que reconocer los brillantes resultados que a través de un buen marketing y, en condiciones adversas como en este caso, obtiene habitualmente la iniciativa privada, en contraste con los muy escasos, y es triste decirlo, a los que nos tiene acostumbrados el sector público.
El regreso a Vitoria-Gasteiz lo realizo al día siguiente por Francia y la escena es diferente. Sentado en una mesa y presto a comer con los amigos, se acerca el camarero y tras entregarnos la carta nos sirve una buena jarra de agua corriente, es decir del grifo (sin haberla solicitado), práctica totalmente extendida en ese país vecino, en otros muchos de Europa e incluso en EE.UU. En mi opinión, esta actitud es el modelo porque prioriza al sector público, el servicio para todos. El interesado que desee agua de marca que la solicite, no al revés. Resulta vergonzoso, o al menos, genera incomodidad, en nuestro país y en el estado, solicitar en un establecimiento “público” agua del grifo, dado que está muy extendida la costumbre de servir agua de marca. Da la impresión de que restas negocio al establecimiento. A este punto hemos llegado, cuando hasta hace pocos años, solicitar agua del grifo era lo común.
Resultados que obtenemos mediante el consumo de agua de marca: por un lado, contribuimos en gran medida a la contaminación del medio ambiente y por otro, potenciamos la privatización de ese incuestionable e imprescindible recurso universal que es el agua. El agua, como se está viendo con los alimentos, se tiende, no solo a privatizar sino a monopolizar. El dominio de estos elementos representa el dominio total y esa pretensión ha generado, genera y generará conflictos y guerras. Cualquier partido que se autodenomine de izquierdas no puede contribuir a ello. Mediante campañas e incluso mediante normativas, se hace preciso educar, adoctrinar, concienciar a la ciudadanía, en unos valores y comportamientos que atajen esa pretensión de los mercados de privatizar el agua, antes de que sea tarde. Por nuestro medio ambiente, por el bien común, por el bien de la Humanidad.
Echo de menos este discurso, motivo por el cual animo a nuestros políticos a que aprovechen los medios que tienen a su alcance para trabajar en ese sentido: se hace necesario aplicar la mejor mercadotecnia para incrementar la venta de servicios y productos públicos con la misma eficacia con que nos venden los suyos la iniciativa privada. Es de justicia y es su deber.
Irudia: Fir0002