Kutxabank, cada día menos público

Ana Etxarte y Oskar Matute – Portavoces de Alternatiba

La treta antidemocrática de PNV y PP para evitar que los legítimos representantes gipuzkoanos ocupen sus puestos en el Consejo de Administración de Kutxabank no es más que el primer paso en una estrategia bien planificada de privatización, de conformación de un gran banco vasco privado en la economía globalizada. Esta entidad, como todo banco que se precie, no se dedicará a dar crédito al consumo responsable, a la inversión productiva, o a cualquier tipo de bien social, no. Se centrará, como todos, en la especulación, en el beneficio a corto plazo y a toda costa, y en favorecer el amiguismo con el statu quo.

Precisamente esta estrategia es la que queremos desenmascarar, porque aún estamos a tiempo de pararla. Lo que la derecha vasca y española pretende emular es el proceso seguido en los años 90 en Italia, mediante el cual las cajas de ahorro se convirtieron en bancos privados, sin dejar rastro de obras sociales ni de capital público. Los pasos fueron las siguientes: uno, obra social separada de la actividad bancaria, aun controlando vía fundación; dos, cambios legislativos que permiten entrada de capital privado; tres, entrada masiva de capital privado; cuatro, irrelevancia del capital publico, que acaba vendiéndose al privado. Resultado: banco totalmente privado, fin de la obra social.

Ya se ha dado el primer paso, ahora sólo quedan los otros tres, que seguirán a rajatabla. En realidad sí que existe una diferencia significativa, en Italia tuvieron que pasar 10 años, aquí ni mucho menos pretenden esperar tanto. Las últimas declaraciones de Mario Fernández abren el camino y comienzan a buscar cómo autojustificar sus siguientes pasos, excusándose en que «alguien nos puede obligar».

Para ellos, era importante hacer lo que han hecho con el Consejo de Administración: limpiar la casa de rojos, evitar que nadie desde dentro conozca la estrategia, que nadie desde dentro exija una banca pública. Una vez resuelto esto, continúan con la estrategia, pero en un contexto político inmejorable para sus intereses. El dictador del Banco de España está encantado con la llegada del PP al gobierno – que no al poder, que está en otra parte-: ¡Ya anuncian las trompetas una nueva reforma del sistema financiero¡ Quizá no sea la prioridad absoluta; primero hay que acabar con el sindicalismo y aplastar a la clase trabajadora eliminando la negociación colectiva, pero enseguida llegará esa reestructuración, en la que se obligará a aumentar capital a las entidades financieras para sobrevivir en este mundo globalizado, garantizando así su solvencia. Kutxabank, entonces, se verá obligada a seguir estas órdenes: seguramente comenzará rapiñando cajas de ahorro españolas a precio de saldo, para dar con posterioridad el salto definitivo al capital privado…¡y voilá, pasos 2, 3 y 4 en tiempo record! Cuarto y mitad de PNV, abundante PP, cocinero jefe de la extrema derecha en el Banco de España, y ¡plato preparado!

La meta, continuar en la lógica capitalista que nos ha conducido directamente a la profunda crisis actual: liberar dinero para el sector privado, desmantelar lo público, generar nuevas oportunidades de ganancia para los insaciables mercados, domesticar a la clase trabajadora. Ese es su verdadero objetivo. Y está lejos, muy lejos, de la apuesta de la izquierda por un sistema financiero público, transparente y democrático para Euskal Herria; que defina y delimite su función social, y que trascienda el rol de banca comercial para ser una banca que facilite la inversión productiva, en base a criterios ecológicos, sociales; que conceda los préstamos y la inversión adecuadas a las prioridades de una economía del cuidado, que fomente la generación de empleo de calidad y la lucha contra el cambio climático, que apoye la soberanía alimentaria y el consumo de los sectores más vulnerables, que priorice, en definitiva, la justicia social, y se rija por principios de democracia participativa y transparencia. Al contrario, el dirigente de Kutxa Bank ya ha expresado que están pendientes de «mover ficha» para buscar nuevas fusiones que alejen la inversión de Euskal Herria con intereses meramente especulativos.

En vista del camino emprendido hacia privatización, debemos pasar a una etapa de confrontación total, ya que ambos modelos son irreconciliables. Uno busca la ganancia rápida; otro, dar pasos en una Euskal Herria emancipada, socialista, basada en la justicia y los derechos para todas las personas. A día de hoy, los diques de contención que se establecieron se han mostrado insuficientes, y debemos enfrentar esta estrategia diabólica desde la calle, desde la contestación social. Por supuesto que exigiremos una representación democrática en el Consejo de Administración, pero eso no basta, no es suficiente.

Tenemos que defender lo público en la calle, y este es un tema estratégico y fundamental. Tienen una estrategia, nosotros y nosotras también la tenemos. Debemos pararlos, estamos a tiempo. Confrontación, contestación y lucha deben ser las palabras clave de este momento histórico. Por una banca pública, social y transparente, ¡No a la privatización!

La responsabilidad social corporativa al servicio del capital > Juan Hernandez

Juan Hernandez – Profesor de la EHU/UPV

El poder político, económico y jurídico del que disponen las empresas transnacionales les permite actuar con un alto grado de impunidad. Sus derechos se tutelan por un ordenamiento jurídico global basado en reglas de comercio e inversiones cuyas características son imperativas, coercitivas y ejecutivas, mientras que sus obligaciones se remiten a ordenamientos nacionales sometidos a la lógica neoliberal y a un Derecho Internacional de los Derechos Humanos manifiestamente frágil. En los contornos de las realidades jurídicas mencionadas, surge la Responsabilidad Social Corporativa y los códigos de conducta voluntarios, unilaterales y sin exigibilidad jurídica. El Derecho blando, el Solft Law.

Las «buenas prácticas de las empresas transnacionales» se fundamentan en la ética empresarial. Esta se expresa en dos vertientes, la relacionada con el modelo de sociedad y sus valores, y la referida a las prácticas empresariales. En el plano de los valores se establece la pugna entre la mercantilización de los derechos humanos que apuntala el aparato conceptual dominante, frente a la categoría universal e indivisible de los derechos humanos. La idea fuerza neoliberal reside en la universalización de las libertades mercantiles y de las normas que las sustentan mediante la generalización de aparatos normativos internacionales del Derecho Corporativo Global. Mientras tanto, las libertades y valores de igualdad y solidaridad se reterritorializan hacia aparatos normativos nacionales de intensidad cada vez menor, cuyo desplazamiento hacia sistemas blandos de regulación van consolidándose. Este es el hilo central de la doble moral, discurso fuerte en valores mercantiles e imperativos en su regulación, frente a la exaltación de la libertad y la dignidad vinculada a buenas prácticas empresariales y envueltas en retórica jurídica pero carente de sus núcleos normativos esenciales. Este modelo utiliza todo tipo de estrategias para mantener y restaurar el poder de las clases dominantes.

La otra vertiente de la ética empresarial, la de las prácticas de las multinacionales ajustadas a los valores de la empresa ciudadana, no consigue reconducir la distorsión existente entre la realidad de las mismas y las declaraciones, informes, códigos de conducta y auditorías de buen gobierno. Son múltiples los ejemplos de esta flagrante contradicción, pero en el ámbito de las relaciones laborales, los nuevos modelos de organización empresarial basados en programas de calidad, en el diseño de planes individuales y nuevos equipos de trabajo, en los círculos de calidad, en la formación en valores, en la visión y misión de la empresa etc. colisionan con la flexibilidad en toda la cadena del iter laboral. Así, la externalización, la subcontratación, la individualización, la precariedad y pérdida derechos laborales y sociales junto a la proliferación de formas diversas de trabajo informal, son ejemplos muy evidentes. Estos nuevos principios requieren de nuevos aparatos normativos de imposición donde la fusión entre flexibilidad, individualización y normas voluntarias fundamentadas en la ética de la empresa se convierten en la expresión de la RSC.

Las ideas seudo normativas sobre las que bascula la Responsabilidad Social Empresarial son la voluntariedad, la unilateralidad, la autorregulación y la no-exigibilidad, que se suman a la categoría que vincula la globalización con el modelo capitalista neoliberal, es decir, un modelo inalterable en el que la lucha de clases debe sustituirse por la corresponsabilidad entre empresariado, trabajadores y trabajadoras y sociedad civil. En este marco, el control de las empresas transnacionales debe ajustarse a la mencionada corresponsabilidad, a la colaboración con las instituciones internacionales y a la armonía con los Estados.

Ante modificaciones tan extremas, la Responsabilidad Social Corporativa se presenta como la alternativa más adecuada. Este diagnóstico encubre la realidad sobre la que se articula el poder de las multinacionales, que se materializa en su capacidad de «legislar» y delimitar el concepto y alcance de su responsabilidad y de las normas materiales sobre las que se sustenta. Además, frena todo sistema jurídico de control elaborado desde instituciones públicas. De ahí que esta no sea una respuesta ante determinadas protestas sociales, ni tan siquiera un mero lavado de cara de su actividad, sino una nueva forma en que se configuran las relaciones entre las empresas y el modelo capitalista. Este es el marco de sus obligaciones, que se mueve en los contornos de la impunidad, mientras que sus derechos se tutelan desde la fortaleza jurídica de un Derecho Corporativo Global al servicio de las clases dominantes.

No más mega-infraestructuras en Gipuzkon, declaración

Gipuzkoa es un territorio pequeño, pero en los últimos años debido al crecimiento y a la ola de la globalización económica se han llevado adelante muchos proyectos en nombre del progreso, muchos de ellos irreversibles. Hoy, nos hemos juntado aquí para pedir la paralización de todos los proyectos que tenemos encima de la mesa. El TAV, la incineradora, el Superpuerto de Jaizkibel, el metro de Donosti, la Plataforma Logística Oiartzun-Lezo-Gaintxurizketa, la ampliación del aeropuerto de Hondarribia, la macro cárcel de Zubieta, las circunvalaciones, las líneas de alta tensión, etc..

No son meras infraestructuras, ni proyectos que afecten a un lugar físico concreto, no. Y no las queremos parar solamente por su severo impacto ecológico, aunque en muchos casos sea una razón más que suficiente. Las personas que hoy nos hemos manifestado queremos cuestionar el modelo de desarrollo que nos quieren imponer; además pedimos que se realice un debate social que nunca hasta ahora se ha dado para abrir un período de reflexión y terminar con la falta de transparencia y con la política negadora de la participación ciudadana.

Queremos un modelo cuyo eje principal sea el bienestar social. De ninguna manera queremos un modelo que responda a intereses empresariales y que se base en empobrecer a una parte importante de la sociedad para beneficio de unos pocos. El hasta ahora modelo antisocial dominante despilfarra los recursos imprescindibles para responder a necesidades sociales tan básicas como el derecho a la sanidad, la cultura, la educación y el bienestar social.

Queremos un modelo social que se base en el respeto a la naturaleza. No queremos un modelo que metropolice nuestro territorio, destrozando los recursos naturales y el medio ambiente, despoblando zonas rurales y artificializando de forma irreversible las tierras que necesitamos para la agricultura. Algunos representantes políticos quieren neutralizar y bloquear en las instituciones las demandas sociales, manteniendo la presión a favor de proyectos destructores. Desean proseguir con esta política de hechos consumados promoviendo macroproyectos. Estos agentes políticos son defensores de los grandes intereses económicos privados que están detrás de todas las grandes infraestructuras. No quieren ningún tipo de cambio. Queremos denunciar su intransigencia en esta materia y por esto les pedimos una cosa muy concreta: que abran el camino del debate social y de la reflexión pública, abandonando las posturas obstaculizadoras.

Sin embargo, todas las respuestas no están en las instituciones. Para conseguir éxito es imprescindible agitar la conciencia de la población. La clave está en la transformación de la conciencia colectiva y en la iniciativa popular. Por tanto tenemos que seguir trabajando y manteniendo la lucha para paralizar todas las grandes infraestructuras y proyectos destructores, subrayando una y otra vez la importancia que se le debe al cambio de modelo de desarrollo y a la defensa de la tierra. Queremos una Gipuzkoa diferente en una Euskal Herria diferente. Hay que parar los grandes proyectos de infraestructuras y abrir el camino para el debate social. Queremos un nuevo modelo social y lo vamos a lograr.

Descansa en paz, socialdemocracia

Oskar Matute y Ana Etxarte – Portavoces de Alternatiba

Si tuviéramos que destacar alguno de los hitos que han marcado políticamente la escena internacional en el pasado año, deberíamos situar, junto a la profunda crisis global, el fracaso de la construcción europea o la incapacidad de frenar el cambio climático en Durban, un hecho no tan comentado pero que tiene y tendrá importantes implicaciones políticas: la muerte de la socialdemocracia en Europa.

Así, los últimos cambios de gobierno en Eslovenia, Grecia y en el Reino de España dejan un mapa claramente conservador: la práctica totalidad de la UE están en manos de la derecha, salvo Dinamarca, Rumania, Bélgica y Austria (estos últimos con gobiernos frágiles o en coalición con conservadores); en el parlamento europeo existe una amplísima mayoría conservadora que ha crecido precisamente durante la crisis; la Comisión Europea también está dirigida por un conservador –recordemos que Barroso fue el cuarto personaje de la triste foto de las Azores-. La metástasis de la derecha en Europa nos plantea una tremenda paradoja, ¿Será que preferimos a quienes conculcan derechos, reprimen, impiden el desarrollo de la democracia y desmantelan los servicios públicos, frente a los que defienden derechos y libertades? Obviamente, no es la pregunta que se hace la ciudadanía en un contexto en el que conservadores, liberales y socialdemócratas aplican las mismas medidas y reducen sus diferencias a matices más o menos significativos, insuficientes para enfrentar una crisis como la que vivimos. Así, la socialdemocracia no es una alternativa al statu quo, es tan solo una versión del mismo, una alternancia para aparentar un cambio que en realidad impide.

La crisis no ha hecho sino retratar a esta opción reformista, y 2011 ha significado el entierro definitivo de un espacio político en crisis estructural en las últimas décadas. No se trata de un bache coyuntural, sino de un estado de coma profundo de una socialdemocracia que, aunque en el futuro pueda reaparecer esporádicamente dentro de la dinámica de alternancia –como quizá suceda en Francia-, ha agotado su legitimidad política no sólo por ser incapaz de resolver los acuciantes problemas que sufrimos, sino por ser parte activa en su creación.

Los días de vino y rosas ya pasaron; lejos quedan los 50 y los 60, la época del estado interventor, la regulación de los mercados, del bienestar o de las políticas públicas. Luego llegó la crisis –la de los 70- y los acomodados partidos socialdemócratas se convirtieron en social-liberales (liberales, vaya, como los neoliberales, pero no tan retrógrados en aspectos sociales), tomando parte en todos los procesos de privatización, de desregulación, de financiarización de la economía, de desmantelamiento del sector público. Sí, fueron ellos quienes permitieron y colaboraron en la creación del monstruo que hoy en día nos tiene contra las cuerdas; sí, fueron ellos quienes transfirieron todo el poder a los mercados, esos mercados a los que hoy, cínicamente, en momentos de exaltación de su rebeldía, acusan por su tremendo poder; sí, esos que hablan de un genérico mercado por no decir Botín, Fernández Ordoñez o Mario Fernández, por ejemplo; los mismos que gestionaron la crisis de los 70 nos ofrecen en bandeja la gran crisis del siglo XXI; de crisis en crisis, de oca en oca… pero ya no tiran, porque ya no les toca.

Y no les toca porque el social-liberalismo se muestra incapaz de ofrecer una alternativa. Esto causa gran preocupación en sus propias filas, aunque tienen otro motivo aún mayor de consternación: Ya no hay salida desde sus propios parámetros, ni siquiera la habría si regresaran a las esencias socialdemócratas de los años dorados, debido a que el mundo que han ayudado a crear es muy diferente del de hace tres décadas. Así, ante la crisis civilizatoria actual, ¿Quién devuelve al sistema financiero a la caja de Pandora que ellos abrieron? ¿Quién puede enfrentar los grandes problemas globales, sin medidas profundas y transformaciones radicales en el orden internacional? ¿Quién pretendería devolver a la ciudadanía la soberanía y la autonomía robada con una pseudo-democracia decadente, no participativa y en manos de las transnacionales? ¿Quién, en definitiva, pretendería avanzar en derechos y libertades sin superar el capitalismo, generador directo de pobreza, desigualdad, dictadura y vulnerabilidad? Ya no es momento de reformas ni de cambios graduales; estamos en un momento crítico, y el debate está entre quienes quieren cambiar radicalmente el sistema y quienes lo defienden. Ya no hay espacio para la socialdemocracia, sólo hay oportunidad y urgencia para la izquierda.

La izquierda socialista y alternativa tiene, por tanto, una gran responsabilidad, y mucho camino por recorrer. Debe estar a la altura del momento que vivimos, aprendiendo de los errores de la socialdemocracia: mensaje radical,  alternativo, integrador de luchas; frente al oportunismo, la indefinición y la  unidimensionalidad de las propuestas socialdemócratas; visión estratégica a largo plazo, frente a coyunturalismo y electoralismos; formas horizontales, democráticas, equitativas y amplias de entender la política –que por supuesto no es coto privado de los partidos- frente al verticalismo y la robotización del militante socialdemócrata; claridad en la necesidad de construir hegemonía desde la izquierda, frente a alianzas con derechas y derechillas.

En Euskal Herria también tenemos que tener muy presente este mensaje: la socialdemocracia está en su tumba, y todo empeño en resucitarla correrá su misma suerte. precisamente en esa misma tumba. Aquí no vale con ser menos malo que los malos. Nuestra referencia no son ellos –la derecha- sino la que el momento exige: construir hegemonía desde una alternativa radical. Estamos en un momento ilusionante de generación de espacios y herramientas de articulación de diversas izquierdas –en los que Alternatiba participa-, y debemos tener en cuenta la historia y la coyuntura presente, tener altura de miras, para conducir este proceso, sin prisa pero sin pausa, a una transición post-capitalista,  una transición superadora y radical del sistema.

Por ello, en este 2012, Alternatiba se asoma a la tumba de la socialdemocracia y le dice: “descanse en paz, descanse para siempre”. Volveremos de vez en cuando, y no para honrarla, sino para garantizar que la tumba sigue bien sellada.

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