El último informe de la OMS habla del carácter «epidémico» de la violencia machista. Yo lo que veo es un sistema altamente cualificado pensado para el sometimiento de las mujeres a los hombres y para regular el comportamiento de los cuerpos que transgreden o cuestionan el diseño ideado. Porque el sistema patriarcal es el resultado de una regulación cultural, social, legal, política y económica pensada para expropiar el tiempo, el cuerpo, los afectos y el trabajo de las mujeres al servicio de los hombres, en Gipuzkoa y en el resto del planeta. Y da igual si somos negras, latinoamericanas, jóvenes o mayores, banqueras, cajeras de súper, trabajadoras sexuales o políticas. El factor de riesgo es ser mujer.
Quienes lo cuestionan hoy no han digerido todavía el enorme volumen de investigaciones feministas que detallan con precisión cómo opera este sistema. O han entendido perfectamente que lo que las feministas han demostrado es que esto va de relaciones de poder, de pérdida de prerrogativas y privilegios de los hombres en todos los ámbitos de sus vidas. Y, lógicamente, tienen serias resistencias a los cambios.
Son las doce del mediodía y ya no puedo seguir el Congreso. Pienso en la huída de ambas mujeres ante las agresiones, y en su resultado: la UCI y el arresto.
Y me pregunto: ¿qué salida tenemos las mujeres? Si decidimos no emplear la autodefensa, nos matan o nos conducen al suicidio. Pero si nos defendemos, nos detienen. ¿Solo somos reconocidas como víctimas si no nos defendemos?
Las mujeres tenemos derecho a contar con instrumentos que nos permitan responder ante las situaciones más leves y más graves de violencia sin ser criminalizadas, sin ser revictimizadas. Las mujeres tenemos derecho a la legítima defensa.
Y, especialmente, si desde las instituciones públicas no podemos evitar nuevos ataques o prestar el apoyo requerido para protegerlas. Y está claro que, pese a los esfuerzos, los sistemas de prevención, detección y atención deben mejorarse en enfoque, calidad y cantidad.
La formación especializada de las y los profesionales en el ámbito sanitario, policial, judicial y de servicios sociales debe reforzarse, así como las condiciones para el desempeño del trabajo que aseguren una atención y acompañamiento adecuados.
La denuncia debe ser un punto más del itinerario de salida de la violencia. Esta no puede ser entendida como puerta de entrada a las prestaciones económicas. Las mujeres no son beneficiarias de prestaciones, son titulares de derechos que deben poder ser ejercidos haya denuncia o no la haya. Y debemos impulsar la investigación judicial de oficio de la violencia machista. No podemos permitir que exista toda una serie de abusos graves, como la violencia psicológica, que no puedan ser reparados mediante la justicia por falta de pruebas.
Sabemos que los elementos que obstaculizan la salida de la violencia de las mujeres en las relaciones de pareja, entre otros, son la precariedad económica, el miedo, la vergüenza, el aislamiento o el amor. Sí, el amor, como coartada de la violencia machista, ese amor romántico. Las mujeres hemos aprendido a entender el amor en la pareja como entrega, lucha, sacrificio y logro vital. Y esa concepción del amor es el mito más peligroso. Si el amor en la pareja es la única fuente de felicidad, haremos todo lo posible por mantenerlo pese a que mine nuestra autoconfianza, estabilidad emocional e, incluso, ponga en riesgo nuestra libertad sexual e integridad física. Ese «en el fondo me quiere» que escuchamos de tantas mujeres resume de manera sencilla el mito construido.
En definitiva, tenemos muchísimo trabajo por hacer para que las únicas salidas de la violencia para las mujeres no sean la muerte y el arresto. Pero, sobre todo, tenemos mucho por hacer para que las mujeres podamos vivir en condiciones dignas, igualitarias y libres de cualquier tipo de violencia machista. Para dejar de tener que soportar lo insoportable.
No hay ni un solo día como directora de Igualdad de la Diputación Foral de Gipuzkoa en que se me olvide que ese es el sentido de estar aquí.
Publicado en Gara