Apuntes sobre ecofeminismo: las mujeres y la tierra> Marta Pascual (Decrecimiento)

Artículo de Marta Pascual (integrante de Ecologistas en acción) publicado en la web de decrecimiento

 

Ya no hay duda de que las cuentas estaban mal hechas. El crecimiento económico del norte y la promesa de desarrollo en el sur, escondían en la trastienda un proceso de deterioro social y ambiental que podría tener diferentes nombres: cambio climático, sometimiento de culturas indígenas, desertificación, pobreza ecológica, o crisis de insostenibilidad.

La aparente bonanza de los últimos treinta años en el norte rico se ha sostenido en el uso de abundante petróleo barato (un recurso no renovable y que ha empezado a disminuir), en el comercio de recursos naturales a bajo coste, en el expolio de ecosistemas y riquezas del subsuelo, en la explotación de la fuerza de trabajo de los colectivos más frágiles y en la externalización de cantidades ingentes de residuos. El planeta no da más de sí.

Sin embargo la economía y su crecimiento lleva décadas siendo objetivo prioritario de todos los gobiernos, muy por delante de las políticas de protección social. Los datos económicos al uso, sin embargo, no contabilizan la desaparición de culturas, los tóxicos abandonados en un río, la precariedad de la población de los suburbios de las ciudades o la pérdida de biodiversidad. La contabilidad económica ha llegado a computar la destrucción como riqueza. EL PIB sube, por ejemplo, cuando el espacio público se privatiza o cuando la contaminación recorta el acceso a bienes naturales antes de acceso libre.

Nuestro sistema económico se apropia hasta el agotamiento de los recursos gratuitos: bosques, agua limpia, trabajo doméstico… La naturaleza y la vida humana (la tierra y el trabajo) se convierten en simples herramientas para alimentar el crecimiento del capital.

Este reduccionismo económico que ha enfocado nuestra mirada en el dinero, ha hecho desaparecer de las grandes cuentas el puntal en el que se ha de asentar una economía centrada en la supervivencia: el cuidado de la vida. Sin éste no existirá futuro, ni existirán siquiera los economistas haciendo cuentas equívocas.

Para construir y mantener la ceguera monetaria no sólo es necesaria una estructura de poder, sino también un pensamiento que lo sustente: el pensamiento occidental, que subyace, sin que seamos muy conscientes, en nuestra forma de entender la realidad.

El pensamiento occidental ordena el mundo en parejas de opuestos entre sí: naturaleza-cultura, cuerpo-alma, razón-emoción, público-privado. hombre-mujer. Los dos valores de cada par se plantean como separados y excluyentes. Esta organización dicotómica simplifica nuestra comprensión del mundo. Pero los dos términos del par no se consideran de igual valor. Uno es considerado superior al otro. De este modo se jerarquiza la razón sobre la emoción, la cultura sobre la naturaleza y el hombre sobre la mujer. Y por último, un término llega a invisibilizar al otro y erigirse como patrón de la normalidad e incluso de la realidad. Así, el espacio público ocupa nuestro imaginario haciendo casi desaparecer el espacio privado, la cultura pretende someter e incluso desarrollarse al margen de la naturaleza, y los hombres se convierten en la norma del ser humano.

La invisibilización de la naturaleza y de las mujeres ha permitido someterlas y apropiarse de su trabajo, asuntos sin los cuales habría sido imposible el actual desarrollo del sistema económico.

Hay muchos paralelismos entre el sometimiento de ambas: puesto que sus servicios son gratuitos se usan sin contrapartida, ambas se consideran de acceso libre, apropiables, y se espera que sigan ahí a disposición, por más que se las maltrate. Como la madre que siempre atenderá al hijo pródigo, la tierra volverá a darnos sus frutos.

Pero la tierra y el trabajo de las mujeres, tienen un límite: la dignidad y la vida. La crisis ambiental y la crisis de los cuidados son manifestaciones paralelas de este límite.

No hay sostenibilidad sin acompasar la marcha del mundo con los procesos de la biosfera, y entre ellos, con los trabajos que las mujeres vienen realizando hasta el presente. El cuidado y el mantenimiento de la vida son condición de cualquier posibilidad de futuro.

Esta reflexión está en el origen del pensamiento ecofeminista. El ecofeminismo es un movimiento amplio de mujeres que nace de la conciencia de este doble sometimiento y de la creencia en que las luchas contra ambos, el ecologismo y el feminismo, contienen las claves de la dignidad humana y de la sostenibilidad en equidad.

Los movimientos de defensa de la tierra han tenido y tienen entre sus activistas a muchas mujeres. Es conocido el protagonismo de mujeres en el movimiento Chipko en defensa de los bosques, en el movimiento contra las presas del río Narmada en India, en la lucha contra los residuos tóxicos del Love Canal, origen del movimiento por la justicia ambiental en EEUU, como también lo es su presencia en movimientos locales de defensa de terrenos comunales, en las luchas por el espacio público urbano o por la salubridad de los alimentos. En el caso de muchas mujeres pobres, su ecologismo es el ecologismo de quienes dependen directamente de un ambiente protegido para poder vivir.

A mediados del siglo pasado el primer ecofeminismo discutió las jerarquías que establece el pensamiento occidental, revalorizando los términos de la dicotomía antes despreciados: mujer y naturaleza. La cultura protagonizada por los hombres ha desencadenado guerras genocidas, devastamiento y envenenamiento de territorios, gobiernos despóticos. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al militarismo y a la degradación ambiental, comprendiendo éstos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de sus representantes.

A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad, siguieron otros propuestos principalmente desde el sur. Estos consideran a las mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. Este es quizá el ecofeminsmo más conocido. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva, María Mies o a Ivone Guevara.

Superando el esencialismo de estas posiciones, otros ecofeminsmos constructivistas (Bina Agarwal, Val Plumwood) ven en la interacción con el medio ambiente el origen de esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Es la división sexual del trabajo y la distribución del poder y la propiedad la que ha sometido a las mujeres y al medio natural del que todas y todos formamos parte. Las dicotomías reduccionistas de nuestra cultura occidental han de romperse para construir una convivencia más respetuosa y libre.

Desde parte del movimiento feminista, el ecofeminismo se ha visto como un posible riesgo, dado el mal uso histórico que el patriarcado ha hecho de los vínculos entre mujer y naturaleza. Puesto que el riesgo existe, conviene acotarlo. No se trataría de exaltar lo interiorizado como femenino, de encerrar de nuevo a las mujeres en un espacio reproductivo, negándoles el acceso a la cultura, ni de responsabilizarles, por si les faltaban ocupaciones, de la ingente tarea de rescate del planeta y la vida. Se trata de hacer visible el sometimiento, señalar las responsabilidades y corresponsabilizar a hombres y mujeres en el trabajo de la supervivencia.

Si el feminismo se dio bien pronto cuenta de cómo la naturalización de la mujer era una herramienta para legitimar el patriarcado, el ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la Vida, que naturaleza y mujeres conocen bien. Una “renaturalización” que es al tiempo “reculturización” que convierte en visible la ecodependencia para mujeres y hombres.

Si situamos en el centro de nuestros cálculos, de nuestra práctica económica y política, de nuestros juicios éticos y de nuestras luchas el cuidado de vida, la tierra y las mujeres dejarán de ser esas grandes olvidadas.

Recortes en el servicio de ayuda a domicilio en Bilbao (Alternatiba)

Alternatiba quiere solidarizarse con las trabajadoras del Servicio de Atención al Domicilio (SAD), quienes se enfrentan al planteamiento de un ERE según ha comunicado la Unión Temporal de Empresas (UTE) y como fue anunciado en prensa el 17 de noviembre. Además, quiere también denunciar la actitud del Ayuntamiento de Bilbao en el tratamiento que hace de este servicio de vital importancia para la ciudadanía, ya sea para las personas con dependencia, como para las familias que las cuidan y dentro de estas, casi en su exclusividad mujeres. Por tanto, desde Alternatiba consideramos que este tipo de medidas afectan doblemente a las mujeres; como principales responsables del cuidado de personas dependientes, y por tanto, demandantes de este tipo de servicios para las personas a las que están cuidando; y como trabajadoras encargadas de prestar esta asistencia.

El Ayuntamiento de Bilbao argumenta el recorte de horas por la disminución de la demanda atribuyendo esta a que con la crisis económica las familias prefieren las ayudas económicas que la asistencia domiciliaria. Ante esta afirmación consideramos que, en primer lugar,  resulta necesario estudiar en profundidad cuál es la demanda real de este Servicio (que no tiene por qué coincidir con el número de solicitudes) y cuáles son los motivos que llevan a no hacer uso del mismo. De la misma afirmación del ayuntamiento se entiende que el Servicio se considera caro, por unas familias que optan por la prestación económica, con lo cual puede haber personas que se inhiban de solicitar el mismo (lo que haría que, en otras condiciones, la demanda real fuera mayor). Ante esta posibilidad creemos que el Área de Acción Social, antes de realizar ningún recorte presupuestario, debería estudiar la demanda de servicios de atención a la dependencia existentes en su municipio y planificar con los programas, personas y presupuesto necesario para dar respuesta a la misma.

Además, Alternatiba considera que el Ayuntamiento promueve la precarización del empleo de las mujeres: su planteamiento de recortes en el SAD destruye y precariza el empleo llevado a cabo de manera exclusiva por mujeres. Además, en este análisis superficial que se hace de la situación basado en las preferencias de las personas, se olvida mencionar que, en no pocas ocasiones, las prestaciones económicas de las familias son empleadas para contratar a mujeres,  por más horas y menos dinero de lo que supone el SAD, y en muchas ocasiones extranjeras, sin reconocimiento de derechos laborales y que entran a trabajar en condiciones precarias. Por tanto consideramos que este tipo de medidas contribuyen a precarizar un sector, el de cuidados, que resulta de vital importancia para toda la sociedad.

Por todos estos motivos mostramos nuestro apoyo a las acciones emprendidas y convocadas por el comité de empresa y solicitamos que el Ayuntamiento asuma este servicio y lo gestione de manera directa, reconociendo a las mujeres trabajadoras que hasta el momento han estado prestándolo y valorando la prestación de un servicio de calidad. La existencia de prestaciones económicas no puede ser nunca una justificación para la reducción en la oferta de servicios.  Desde Alternatiba esto sólo puede estar garantizado desde la gestión pública de un derecho ciudadano como es la atención a la dependencia.

Violencia contra las Mujeres (Alternatiba)

El sistema patriarcal y capitalista generan múltiples formas de violencia contra las mujeres, desempoderándolas en las diversas esferas de su vida. Apostamos, por tanto, por un concepto amplio de violencia contra las mujeres, escapando de aquellas visiones que consideran que violencia es sólo el golpe, la violación o el asesinato.

El maltrato o la violencia ejercida contra las mujeres por parte de compañeros o excompañeros es un tipo de violencia que mata a una media de 60 mujeres en el Estado español al año. Es un tipo de violencia que por sus características, (ejercida por un compañero íntimo, durante períodos generalmente largos de tiempo, y con múltiples dimensiones que van minando la autoestima de quienes la sufren), puede ser consideraba como una de las más cruentas. Debemos por tanto denunciar esta realidad y exigir al Estado que establezca todos los medios necesarios para su erradicación. Y también debemos exigir a la sociedad, y exigirnos a nosotros/as mismos/as, tolerancia cero ante la violencia contra las mujeres.

Dicho esto, consideramos este tipo de violencia como la punta del iceberg de la violencia contra las mujeres. Creemos que la violencia contra las mujeres tiene múltiples representaciones, y que el no plantearlo desde esta perspectiva convierte los casos de violencia contra las mujeres en hechos aislados que sólo afectan a una “pequeña” parte de las mujeres. Una parte de las mujeres sufre malos tratos, pero todas sufrimos violencia en diferentes momentos de nuestra vida: violencia económica (por ejemplo con nuestra precaria incorporación el mercado de trabajo); violencia sexual (desde las agresiones sexuales y violaciones, ante el acoso laboral); violencia psicológica; violencia socio-cultural (por ejemplo que la mercantilización de nuestros cuerpos en la publicidad, o la constante cosificación de las mujeres en los medios de comunicación); etc. Por tanto debe ser objetivo de las mujeres feministas de esta nueva fuerza política, y también de los varones que comparten la lucha con nosotras, erradicar toda forma de discriminación y violencia, y luchar por la construcción de sistemas equitativos y libres de violencia contra las mujeres.

Consideramos que es una tarea compleja y un proceso a largo plazo en el cual debemos poner todos nuestros esfuerzos, apostando por la mejora de las medidas legales; una atención de calidad e integral a las mujeres víctimas de violencia; el trabajo desde modelos de co-educación; la concienciación de los medios de comunicación y su importancia en la perpetuación de la violencia cultural y simbólica hacia las mujeres; etc. Múltiples campos de lucha y trabajo en los cuales debemos posicionarnos y actuar desde nuestra organización.

Centrándonos en lo concreto, queremos recoger las críticas que las mujeres feministas realizan a la aplicación de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de medidas de protección integral contra la violencia de género, y su aplicación. Consideramos que esta Ley y su aplicación deben ser mejoradas:

  • Garantizando los medios materiales y  humanos necesarios para atender y proteger a las mujeres que sufren violencia, sea cuál sea su lugar de residencia en el Estado español; se traten de mujeres de zonas rurales, o de mujeres inmigrantes en situación de irregularidad administrativa; etc.
  • Formando a los y las profesionales de los ámbitos policial, judicial, asistencial y sanitario, para que puedan comprender la violencia desde una visión integral y abordarla en consecuencia.
  • Trabajando la prevención de la violencia de género.
  • Promoviendo la coordinación entre todas las instituciones y organizaciones implicadas.
  • Agilitando los procedimientos judiciales, especialización de los juzgados y sensibilizando a los jueces y juezas encargados de los casos.
  • Valorando el tipo de pena y el grado de cumplimiento de la misma por parte de los agresores.

El desamparo del Servicio de Asistencia Domiciliaria en Bilbao

Alternatiba-Bilbao denuncia la actitud del Ayuntamiento de Bilbao ante el ERE en el Servicio de Asistencia Domiciliaria

Alternatiba ha mostrado hoy su solidaridad hacia las trabajadoras del SAD, que se enfrentan a un Expediente de Regulación de Empleo, tal y como han anunciado fuentes empresariales. La portavoz de la formación política de izquierda, Carmen García, ha denunciado la actitud del consistorio bilbaíno ante “un servicio de vital importancia para la ciudadanía, tanto para las personas con dependencia como para las familias que se encargan del cuidado, trabajo que recae en las mujeres casi en su totalidad”. En ese sentido, García ha advertido que este proceso de precarización afecta doblemente a las mujeres, “por un lado como principales demandantes de este servicio en calidad de responsables del cuidado de personas dependientes, y por otro lado como trabajadoras encargadas de prestar esta asistencia”.
 
A juicio de Alternatiba, el Ayuntamiento de Bilbao “se escuda en la crisis económica para precipitar los recortes presupuestarios sin haber estudiado la demanda real del servicio de atención a la dependencia”, por lo que “no existe ninguna planificación de programas, personas y recursos”. El gobierno de Azkuna y Madrazo ha justificado la medida argumentando que las familias prefieren las ayudas directas a la asistencia domiciliaria, algo que para García “es un análisis superficial” y esconde que las prestaciones “sirven muchas veces para generar contrataciones particulares precarias, casi siempre a mujeres, habitualmente extranjeras y sin reconocimiento de derechos laborales”.
 
El desmantelamiento del SAD es, según ha alertado la portavoz de Alternatiba, “un ataque al precario sistema de cuidados, y por extensión, un ataque contra las mujeres y contra los pilares de un servicio social fundamental”. Por esta razón, García ha solicitado al gobierno local que asuma la gestión directa de este servicio y reconozca a las mujeres trabajadoras que hasta el momento han estado prestándolo, así como a las mujeres responsables de cuidados que se han acogido a él. “La existencia de prestaciones económicas no puede ser nunca una justificación para la destrucción de servicios esenciales, por lo que Alternatiba urge a los poderes públicos a que garanticen la gestión pública de un derecho ciudadano como es la atención a la dependencia”, ha apostillado García.

Algunas claves para mantener la vida> Yayo Herrero (Diagonal)

«La visibilización, politización y priorización del cuidado es una tarea necesaria para la sostenibilidad.Representa un cambio de prioridades antipatriarcal y anticapitalista. Es antipatriarcal porque se enfrenta al orden que impone la división sexual del trabajo. Es anticapitalista porque socava el concepto y el valor que el mercado da al trabajo.»

Artículo de Yayo Herrero publicado en Diagonal

 

El crecimiento económico y la obtención de beneficios como prioridad social han conducido en apenas un par de siglos a un cambio global en los equilibrios dinámicos de los sistemas naturales a los cuales la especie humana está adaptada. Los límites físicos del planeta han sido superados y los sumideros que deben degradar los residuos que genera el proceso económico no dan abasto. Pero el modelo socioeconómico no ha crecido sólo a costa de los sistemas naturales, sino también a partir de la apropiación de los tiempos de las personas para ponerlos al servicio de la maquinaria económica. Ha sido evidente en el caso de las personas empleadas de manera remunerada, pero es mucho menos visible o invisible en lo referente a de los tiempos dedicados a la reproducción social y mantenimiento de la vida cotidiana (como los cuidados en el hogar).

La reducción de la noción de trabajo a la esfera exclusiva del empleo asalariado, oculta el hecho de que para que la sociedad y la economía se sostengan es imprescindible la realización de una gran cantidad de trabajo que tiene por fin la resolución de las necesidades y el bienestar de las personas. Labores que, debido la división sexual del trabajo que impone el patriarcado, recae de forma mayoritaria sobre las mujeres en el ámbito del hogar. Esta segregación por roles es la que permite a los hombres ocuparse a tiempo completo del trabajo mercantil, sin tener que ocuparse de las personas de su entorno o de ellos mismos.

Del mismo modo que los materiales de la corteza terrestre son limitados y que la capacidad de los bosques para absorber CO2 no es infinita, los tiempos de las mujeres para trabajar tampoco lo son. Los cambios en los modelos urbanos, la supervivencia de las personas hasta edades más avanzadas, la precariedad y la creciente dedicación de las personas al empleo remunerado, hacen que cada vez sea más difícil cubrir esos tiempos necesarios para mantener la vida cotidianamente. En algunos casos, algunas mujeres contratan a otras mujeres que, casi siempre en condiciones precarias, realizan parte de estas tareas a cambio de un salario. Colocar la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las personas como objetivo del proceso económico representa un importante cambio de perspectiva. Así el trabajo que permite a las personas desarrollarse y mantenerse como tales se sitúa como un eje vertebrador de la sociedad.

El capitalismo ha logrado convertir a las fuerzas productivas en fuerzas destructivas que, sin saberlo, muchas veces obtienen el salario realizando una actividad que deteriora la base natural que permite sostener la vida y crea miseria en otras partes del mundo. Frente a ello, los trabajos domésticos son trabajos socialmente necesarios, dotados de sentido vital. No persiguen un aumento constante de la productividad, ni operan según el mecanismo de la competitividad. Conllevan una carga fuerte carga emocional (que no siempre tiene por qué ser positiva) y, a diferencia del mercado, responden a una ética centrada en las relaciones y en las necesidades humanas. El trabajo en el mercado está orientado a la obtención de resultados, pero la satisfacción de necesidades de cara a mantenerse vivo no tiene fin. En una sociedad que, debido a los límites físicos, tendrá que aprender a vivir bien con menos, que deberá adoptar un modelo de producción y consumo más sobrio y equitativo, hay que reflexionar sobre qué trabajos son social y ambientalmente necesarios, y cuáles son aquellos que no es deseable mantener. La pregunta para valorarlos es en qué medida facilitan el mantenimiento de la vida en equidad.

Si intentáramos clasificar los trabajos según su aportación a la calidad de vida, el orden de valoración sería diferente al actual. Podríamos diferenciar entre trabajos ligados a la producción de la vida y trabajos que provocan su destrucción. No basta con que el cuidado se reconozca como algo importante si no se trastoca profundamente el modelo de división sexual del trabajo. Es preciso romper el mito de que las mujeres son felices y se realizan cuidando. Muchas veces cuidar es duro y se hace por obligación, porque no se puede dejar de hacer. Por ello, porque es imprescindible, los hombres y la sociedad en su conjunto se tienen que responsabilizar de él.

La sostenibilidad social necesita la corresponsabilidad de hombres y mujeres en las tareas de mantenimiento de la vida, realizada en equidad y mantenida en el tiempo. Esta transformación puede provocar un cambio de enormes dimensiones: variaciones en los usos de los tiempos de vida, en el aprecio por el mantenimiento y la conservación, en la comunicación y en las formas de vida comunitaria. La visibilización, politización y priorización del cuidado es una tarea necesaria para la sostenibilidad. Representa un cambio de prioridades antipatriarcal y anticapitalista. Es antipatriarcal porque se enfrenta al orden que impone la división sexual del trabajo. Es anticapitalista porque socava el concepto y el valor que el mercado da al trabajo y denuncia la dependencia que el mercado tiene del trabajo de cuidado, además, propone la sustitución del objetivo de crecer por crecer por un compromiso con la defensa de las vidas (cualquier tipo de vidas) en condiciones dignas.

 

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