Txema Mendibil – Inspector de Hacienda
Ultimamente estamos asistiendo a declaraciones osadas criticando el impuesto sobre la riqueza de Gipuzkoa y especialmente la tributación de las participaciones empresariales que puede llegar, para patrimonios superiores a 5 millones de euros, a un tipo efectivo del 0,25%.
Es posible que esos empresarios no conozcan la obra de Piketty, el economista más leído en estos tiempos. Y aunque algunas de sus conclusiones pueden ser discutibles, nadie ha logrado poner en duda sus datos e historias.
Por ejemplo, cuenta Piketty que Liliane Bettencourt, heredera de L’Oreal, es la persona más rica de Francia aunque no haya trabajado en su vida. Pues bien, su fortuna personal ha pasado de 2.000 a 25.000 millones de dólares entre los años 1990 y 2010, un crecimiento anual del 10,5% neto de la inflación. Aunque su proverbial austeridad hace que tan solo necesite para sus pequeños gastos anuales entre 3 y 5 millones de euros.
Y gracias a la exención por bienes empresariales, un poco al escudo fiscal y a, para colmo, la deducción por donativos (es muy caritativa, especialmente con las fundaciones de los principales partidos políticos y ONG vinculadas) su pago anual conjunto por renta y patrimonio no supera el 0,01% de su riqueza. Un tipo realmente módico.
Pero hay más: esos 2.000 millones de 1990 son unos 4.000 millones en 2010, por lo que, aplicando el sentido común, vemos que ha ganado 21.000 millones en veinte años con un tipo de gravamen en renta en torno al 0,1%. Y que no haya ningún ingenuo que crea que alguna vez pagará por IRPF, en Francia también existe la exención de la «plusvalía del muerto». Así, para Liliane, Francia es un auténtico paraíso fiscal (y todos los territorios europeos salvo Noruega y… Gipuzkoa).
¿Es ese el camino que quieren para Euskal Herria? ¿Que los mega ricos no paguen impuestos y posean una parte cada vez mayor de la riqueza y del país?
Se podría pensar que esto es demagogia, que los ricos de aquí son mucho más de andar por casa. Pues bien, volviendo con Piketty, daré algunos datos de los últimos 20 años y la proyección central para los próximos 20, siempre netos de inflación: mientras la riqueza media por habitante crece en la Unión Europea al 1,5% anual, las rentas del capital (incluyendo plusvalías) producen un 4,5% anual (antes de IRPF, para los que lo paguen por «sacar» su dinero).
Alguien se escandalizará remarcando que no ha visto esos beneficios ni en pintura (salvo preferentes y subordinadas, claro) y que su banco solo le da un poco más que la inflación por sus ahorros. Pero cuidado, ese 4,5% es una media y el porcentaje va aumentando a medida que crece el patrimonio poseído. Ya hemos visto que para Liliane era del 10,5% anual y, según Piketty, la media en la UE para patrimonios superiores a 5 millones de euros sube por encima del 6%. Es decir, los (muy) ricos se enriquecen (más) cuatro veces más rápido que las personas «normales», no (un poco, si queréis) menos que sería lo justo.
Por eso, cuando oigo lamentos y crujir de dientes por pagar ese 0,25% por los bienes empresariales (24 veces menos de lo que producen), pienso que la mezquindad siempre ha sido una enfermedad de los ricos y que los empresarios y emprendedores que necesita nuestro pueblo son aquellos que creen riqueza y la repartan, pagando unos impuestos mínimamente serios. Y de estos también hay, no nos engañemos.
Alguien aducirá que con la crisis hay empresas y empresarios que lo están pasando mal, aun reconociendo que otros colectivos siempre lo han pasado y lo están pasando peor. Pues precisamente por eso se necesitan más fondos públicos y una política industrial digna de ese nombre, incluyendo un banco público dedicado a eso y no a privatizarse (pocos lloros de millonarios al respecto).
También se oye que poseer una empresa es muy duro y que, para los disgustos que trae, sería mejor venderla y quedarse de inversor pasivo aun renunciando a la bonificación del 75%. Permítanme dudarlo; no solo está la bonificación sino que se omite hablar de las otras ventajas para sus propietarios en forma de puestos de trabajo para ellos y sus familiares, realización personal y todos los beneficios que reporta el poder económico directo.
Tras lo expuesto, hay que reconocer sentido a la única crítica veraz: ¿por qué no se aplica esto en las otras tres provincias forales vascas cuando responden al mismo sujeto colectivo? Todo se andará, porque los tiempos están cambiando y dudo mucho que seguir legislando al dictado de un lobby que no representa ni al 1% de la población tenga algún futuro político.
Naturalmente, estos nuevos Tíos Gilitos pueden estar pensando en emigrar a algún país como España, donde se sentirían a gusto con la mayor desigualdad social (índice de Gini) de toda Europa. Pues muy bien, aunque les advierto que ahí también están surgiendo voces nuevas a las que les gusta mucho el impuesto de Gipuzkoa.
Acabando con Piketty, recordar que este impuesto es muy moderado precisamente para evitar deslocalizaciones (salvo las muy mezquinas). Lo que él propone, para no acabar con una clase social al estilo de los patricios del imperio romano, es una transferencia total y «on-line» de la información fiscal entre los estados de la UE y un impuesto sobre la riqueza del 2% para patrimonios superiores a 5 millones, sin bonificaciones ni escudos tramposos. Y fuertes sanciones para los países incumplidores. Es muy posible que el impuesto de Gipuzkoa haya servido para iniciar ese camino.
Publicado en Naiz.info