Europa, refugio de la vergüenza
Aitor Miguel – Alternatiba
Fue durante la pasada primavera, momento en el que uno suele programar sus vacaciones, cuando decidí dedicar el verano al último gran drama que está protagonizando Europa: al mal denominado drama de los refugiados. Toda persona decente ha sentido el impulso de ayudar a esta gente, pero como militante político sentí que, además, tenía que conocer de cerca, pisando el barro, la última vergüenza de esta Europa amnésica. Y es hoy, con un poco más de perspectiva, y viendo como la UE se tambalea ante el auge de la ultra-derecha y el Brexit, cuando me decido a escribir estas líneas.
Hablaba del mal denominado drama de los refugiados, porque si no se les estuviera arrebatando su condición política de personas refugiadas, solo hablaríamos de drama y no de vergüenza. Un refugiado político sufre el drama de la guerra, la miseria y el exilio, pero no el sofoco de ser recibido como inmigrante ilegal. Aunque lo cierto es que jamás debería aceptarse el calificativo ilegal para ninguna persona, sea cual sea su condición o su procedencia.
Viví la experiencia en dos etapas. Aproveché el viaje de ida para compartir la denuncia de la «Caravana a Grecia», un proyecto de militantes con conciencias despiertas que pretendían dar voz y eco en los medios de Euskal Herria al cada vez más olvidado problema del Mediterráneo. Y una vez en Grecia, me incorporé a un proyecto solidario cuyo objetivo era devolver un poquito de la dignidad que se les había arrebatado a las y los refugiados ofreciéndoles una comida digna. Allí, en la cocina de Quíos, viví la parte más dura: conocer de primera mano el drama, poner nombre y apellidos a la gente a la que Europa da la espalda.
Pertenezco a una generación que, a pesar de no haber sufrido la guerra, sí que ha conocido la tragedia a través de nuestras personas mayores. Recuerdo que amama me contaba como dos hermanos suyos murieron en bandos enfrentados, y como muchos seres queridos tuvieron que exiliarse. Por suerte para estos últimos, fueron bien acogidos en sus países de destino. Y recordando aquellos relatos, siento vergüenza por esta Europa del desarrollo que, un siglo después, tiene infinitos recursos para proyectos megalómanos pero no para garantizar los derechos de quienes huyen de la guerra.
En el Mediterráneo se está viviendo el fracaso del proyecto europeo, pero también de un mundo globalizado para la guerra y el negocio, pero no para las personas y los derechos. Y es precisamente lo que supone este fracaso la razón por la que apenas se trata el conflicto ético y político que hay detrás de cada bote a la deriva. El otrora Mare Nostrum, es ahora mismo esa cloaca de vergüenza a la que vierten su miseria el viejo continente y el imperialismo. Y por eso se oculta; por eso no se profundiza en la responsabilidad política del drama, porque dar luz a lo que está pasando en el Mediterráneo es anunciar que esta Europa del capital está herida de muerte si no logra ser una Europa de los pueblos y de las personas.
Muchas tardes, en el campamento de Souda, amigas como Amina o Magmud nos invitaban a tomar té. Nos preguntaban insistentemente cuándo iba a terminar esta agonizante espera a la que estaban sometidas, cuándo iban a poder obtener sus derechos de refugiadas para poder llegar al continente, para buscar un trabajo y emprender una nueva vida. Voluntarios como yo jamás sabíamos qué responder, al fin y al cabo sabíamos que para ello Europa tendría que cambiar, no teníamos la respuesta inmediata que Amina y Magmud necesitaban. Y no nos quedaba otra que reconocerles que Europa está enferma y repetirles – casi obsesivamente, para en cierta forma atenuar nuestros sentimientos de culpa- que detrás de esas clases dirigentes ciegas hay millones de personas que, como las que estábamos allí, sentimos vergüenza. Que luchábamos por una Europa decente.
Una mañana Amina no vino a por su almuerzo. Su familia nos confirmó que no aguantaba más y que había decidido dar el último paso al continente de la mano de una mafia, probablemente dirigida por militares o políticos europeos corruptos. Hoy, dos meses después, leo en las redes sociales que Magmud ha tomado la misma decisión.
También hoy, casualmente, leo en la prensa que «el Fondo Monetario Internacional asume que la riqueza no se reparte sola». Evidentemente, mis esperanzas no están puestas en un cambio de estrategia del FMI. Y es que tal y como dijo Zizek en referencia a estos amos del mundo, «cuando los ciegos guían a los ciegos, la que sale perdiendo es la democracia». Por tanto, lo único que nos queda es que la izquierda europea sea capaz de aportar un poco de luz y despertar un nuevo sentido común en el pueblo. Al fin y al cabo…¡Solo el pueblo salva al pueblo!
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