¿No existen alternativas? (Josu Perea)
Pareciera que la crisis del coronavirus nos hubiera ofrecido una gran oportunidad para cambiar el mundo, visto el desastre al que nos ha arrastrado las políticas neoliberales.
Pareciera que la crisis del coronavirus nos hubiera ofrecido una gran oportunidad para cambiar el mundo, visto el desastre al que nos ha arrastrado las políticas neoliberales.
Sociedades enteras siguen confinadas en todo el mundo, asustadas, controladas, silenciosas, viviendo bajo el síndrome del apocalipsis. Leer más…
Sucesos tan graves como el acontecido en Zaldibar formarán parte de la cotidianidad, porque aparentemente el progreso y el bienestar forman parte de la sociedad del riesgo en la que estamos inmersos.
El mundo camina hacia nuevas experiencias de las que será necesario aprender, y que pueden revestir incluso un carácter fundador desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria para el presente siglo.
Estamos a las puertas de la sentencia del procés, que posiblemente, cuando vea la luz este artículo se habrá hecho pública. Una sentencia que va a remover los cimientos (más si cabe) de una democracia que se tambalea a pesar del aliento hooligan de la hinchada mediática española que jalea sin parar a la turba de políticos, jueces, fiscales, y demás prebostes del régimen, que por razones del «guion democrático» aúnan verdades y aparcan discrepancias (pelillos a la mar) para mayor gloria del cada vez más decadente Estado democrático.
Vivimos nuevos tiempos de cambios rápidos y permanentes, propicios a obsolescencias de estructuras sociales de muchísimo arraigo, con el derrumbamiento de las antiguas categorías y el triunfo del individualismo. La sociedad en general precisa de un regeneracionismo estructural. El sistema social que necesariamente ha de ser vertebrador de la vida colectiva no responde a esa demanda de la ciudadanía.
Las democracias parlamentarias están sumidas en una crisis de legitimidad sin precedentes, salpicadas de corrupciones, y cada vez más alejadas de las demandas sociales. Sometidas incondicionalmente a las leyes del mercado, están llevando a la sociedad a una verdadera contrarrevolución cultural de consecuencias sociales imprevisibles.
El impulso ultraconservador que transita con todo esplendor por la España peninsular no es un hecho coyuntural, ni un fenómeno de paso. En este escenario emerge con fuerza la nueva derecha, la alt-right (derecha alternativa) como un grupo híbrido de neoconservadores, franquistas de nuevo y viejo cuño, cristianos renacidos y neoliberales globalizantes que han ido extendiendo su poder a través de sus medios de comunicación y de sus voceros «bocachanclas» dispuestos a entrar en nómina de estos nuevos (y viejos) detentadores del poder. Medios de comunicación que aparecen con auténtica dinamita ideológica que nos hacen temer lo peor, y que están despertando a las «células durmientes» de la memoria más negra de un pasado tenebroso.
La afirmación de que el liberalismo preconiza el Estado limitado, o lo que es lo mismo, el no intervencionismo del Estado en la economía y el carácter autorregulatorio de la misma, (aquel principio liberal de la separación de la política de la economía), paradojas de la vida, salta por los aires para consagrar el intervencionismo puro y duro del Estado. El liberalismo, la gran mentira conceptual, no ha pasado repentinamente de gobernar lo menos posible, a gobernar absolutamente todo. El capitalismo nunca ha sido liberal, siempre, necesariamente, ha sido capitalismo de estado. El estado interviene, ahora y con anterioridad, para salvaguardar los intereses de las élites económicas y financieras, a la vez que impone a la población, a la ciudadanía, el pago de los costes políticos y económicos.
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