¿España? Depende

Luis Salgado – Alternatiba

Juro que, cuando era pequeño, alguien se acercó a mí y me dijo que mi libertad terminaba donde empezaba la de los demás. Desde entonces me he topado con un problema que va “in crescendo” y es que la libertad de los demás se está ampliando tanto que uno ya no puede ni respirar sin coartarla. A lo anterior hay que añadir que, de un tiempo a esta parte, una enfermedad degenerativa de proporciones bíblicas está convirtiendo nuestra piel en papel de fumar, y ya, hasta las palabras nos producen profundas cicatrices. Así está el percal. No me imagino ser humorista, aunque quizás sea simplemente porque me falta humor.
 
En otra clase de sabiduría extemporánea, otra persona a la que guardo gran cariño me explicó que no debía guardarme de las críticas y las puyas, sino hacerlas mías y entenderlas, porque la mayoría guardan en su interior una revelación que bien digerida nos hará mejores. Toda crítica, burla y chanza se basa en una realidad, y si no buscamos y reconocemos ese error nunca acabaremos con la guasa. Hoy se ha demostrado absurda la lección, siempre hay fórmula para librarnos del sarcasmo y la ironía, incluidos los tribunales de excepción.
 
De este modo avanzamos hacia una sociedad en blanco y negro emitida en riguroso directo por HD y sonido Dolby envolvente. Ofensores y ofendidos en carrera desigual, donde el elefante se queja del dolor que le produce en la planta de su pata la hormiga a la que aplasta. Y desde luego, la culpa, si la hubiere, siempre será del otro, quien por maldad me ataca.
 
Así que españoles varios se quejan del humor cuestionable de un programa en un idioma que no entienden. Y gritan que les insultan porque alguien les ha llamado catetos, y no, no lo son, no la mayoría. Pero no me nieguen que tener un Presidente del Gobierno que dice que “Esto no es como el agua que cae del cielo y nadie sabe exactamente por qué” o una exministra de cultura y adalid de las dobles filas en los carril-bici  que cuando le preguntaron sobre el Nobel a Saramago se reconoció admiradora de la brillante ESCRITORA portuguesa, ayuda a reforzar esa idea. Y les votan 8 millones, no lo olviden. 8 millones que defienden que un Ministro del Interior condecore vírgenes, en un dechado de modernidad sin precedentes. 8 millones de españoles que mantienen a quienes dicen que Franco fue socialista, o que el franquismo fue una época de extraordinaria placidez.

Yo por mi parte sigo declarando que no creo que los españoles, no la mayoría al menos, sean catetos, meapilas, fachas, o chonis, colectivo este último que tiene mi admiración por ser el único que no parece haberse sentido ofendido. Pero sí creo que hay una diferencia en el peso de los catetos, meapilas y fachas en la sociedad allende el Ebro y sobre todo en la cultura mesetaria peninsular. Eso sí, yo cuento con la ventaja de la experiencia genética. La suerte de que mis ancestros sean galaico portugueses. Ese gran orgullo de saber que ante una pregunta incómoda como ¿Qué piensa usted de los españoles?  Siempre podré responder con un sonoro “DEPENDE”.

Del blog de Luis Salgado El Mundo Imperfecto

Lo que ocurrió después te sorprenderá

Jonathan Martínez

En el vídeo, una joven ciclista se detiene junto a una furgoneta en un semáforo. La vemos a lo lejos forcejear con el copiloto y entonces comprendemos que el hombre la está hostigando, la está increpando, se está burlando de ella. “¿Tienes la regla? Dame tu número y vamos a tomar algo”. Después la furgoneta acelera y se pierde de vista. En un arrebato de empatía, los espectadores sentimos la impotencia de la humillación, deseamos lo peor al energúmeno y maldecimos la impunidad de los babosos. Pero la chica no se da por vencida, así que pedalea tras la furgoneta hasta que por fin la encuentra unas calles más adelante, estacionada a un lado de la carretera. En el recinto mágico de la pantalla, nuestra heroína va a culminar el gesto de venganza que en la vida real casi siempre permanece recluido en la esfera del deseo. Ahora es cuando ella aminora la velocidad, se detiene, le arranca de cuajo el espejo retrovisor y sale pitando mientras el público experimenta la íntima satisfacción del desagravio. Por si fuera poco, el motorista que ha grabado la escena se acerca a la furgoneta para confirmar el destrozo y lo celebra con nosotros. “Os lo merecéis, basura”.

La historia nos entusiasma. Los diarios digitales la llevan a sus portadas. La compartimos en nuestro muro de facebook. La distribuimos en grupos de whatsapp. Like. Retuit. Entretanto estalla la controversia. Un testigo asegura haber visto a un hombre dando instrucciones a la chica y a los tipos de la furgoneta. Efectivamente, los protagonistas resultan ser actores y se revela que el vídeo es propiedad de una de las corporaciones de contenido multimedia con más visitas de la red: Jungle Creations. Cada periódico le ha pagado 400 libras esterlinas en derechos de emisión por el cortometraje. Finalmente, la propia empresa retira el vídeo y anuncia una investigación para esclarecer el fraude. La venganza ciclista, mientras tanto, se reproduce en la red ajena a las polémicas. Al fin y al cabo, lo contagioso son las mentiras, no las rectificaciones.

La prensa nos ha infundido el pánico ante las noticias falsas de la red como si se tratara de una novedosa pandemia, el síntoma más pernicioso del nuevo imperio del populismo. Pero ni las mentiras ni los bulos ni las leyendas urbanas son fenómenos recientes. Todo el mundo tiene un conocido que tiene un conocido que jura haber visto a Ricky Martin enclaustrado en un armario mientras un perro degustaba en antena una ración de mermelada. Si dices tres veces “Verónica” delante de un espejo, su espíritu te hundirá unas tijeras en el pecho. Si no reenvías este mensaje a quince personas, el niño Kevin tendrá que renunciar a su injerto de duodeno. Y así sucesivamente.

Los bulos han existido siempre, lo que ocurre es que internet ha perfeccionado sus posibilidades de contagio. La letra de molde y las imágenes, distintivos de credibilidad y prestigio del periodismo impreso, están ya al alcance de todo el mundo. A día de hoy, cualquier internauta con alguna habilidad al teclado puede emular la factura impecable de un periódico de renombre. Ni siquiera la precariedad tecnológica supone un obstáculo. A fin de cuentas, la cámara temblorosa del teléfono móvil concede a los vídeos una irrefutable apariencia de espontaneidad, verdad y testimonio. Así es como la naturaleza contagiosa de las redes sociales ha abierto camino al negocio de la viralidad.

Existe otra circunstancia favorable a las noticias infecciosas. El pensamiento lineal del periodismo impreso ha sucumbido ante la lógica fragmentaria de la red, donde ya no leemos del tirón y sin distracciones sino que navegamos sin rumbo y a la deriva, convocados ahora por este enlace y reclamados más tarde por no sé qué notificación o no sé qué ventana emergente. Pasear por la web se parece cada vez más a desfilar por un gran centro comercial, con anuncios titilantes como neones que demandan nuestra atención y se disputan nuestras visitas. Internet nos ha convertido en consumidores a jornada completa. Cada vez que nos movemos por la red, revelamos preferencias de consumo a la vez que surcamos reclamos publicitarios. El acto mismo de comprar no es más que la culminación de un proceso que comienza con nuestro primer clic. Y las noticias falsas son cómplices de esa maquinaria.

En la era de la viralidad, el periodismo se ha aliado con la publicidad bajo las normas y en el terreno que impone la publicidad. La sobreabundancia de información ha desatado una guerra feroz por conquistar nuestra curiosidad, y las armas de combate son el titular estridente y el sensacionalismo. Somos vulnerables a los bulos como lo somos al mal periodismo o a los anuncios publicitarios. La única defensa posible consiste en ejercer el pensamiento crítico, interrogarnos sobre la intención de cada mensaje y evaluar la reputación de las fuentes. Conozco gente que dejó de compartir noticias falsas en sus redes sociales. Lo que ocurrió después te sorprenderá.

Del blog de nuestro compañero en Naiz Zona especial Norte

Mujeres

Joxemari Carrere

 La idea para una sesión de cuentos te atrapa por sorpresa muchas veces. Aunque seguramente ya hay alguna idea anterior que ronda en la cabeza, no encuentra el camino deseado. Así andaba yo hace bastantes años. Todavía neófito en este mundo de la narración oral andaba sin saber muy bien por dónde encaminar las ideas ni cómo expresarlas; queriendo huir de estereotipos, queriendo traer a la narración mis reflexiones y preocupaciones. Y todavía así continuo. Tenía entonces una confusión de ideas sin poder darles salida ni concretarlas en una sesión narrativa. Teniendo todo eso cociéndose en la cabeza, llegó a mis manos el recién publicado libro de Angela Carter, Caperucitas cenicientas y marisabidillas, una recopilación de cuentos tradicionales de culturas de todo el mundo donde las protagonistas eran mujeres. Una recopilación maravillosa.  Fue comenzar a leerlo y encenderse la bombilla. El espectáculo giraría en torno a la aparición de mujeres en los cuentos tradicionales (copiando siempre, como todo narrador que se precie). Me atraía la idea de reflexionar sobre la cuestión a través de la narración de esas historias. Comenzando con el mencionado libro e indagando por otras muchas recopilaciones pude, al fín, presentar el que sería mi segundo espectáculo de narración oral, Carne de lengua.

Con el comienzo del año una mujer ha sido asesinada por un hombre. Otra más. Una suerte de genocidio no reconocido. ¿Cuándo comenzó? ¿En qué momento de la historia? En todas las culturas del mundo hay cuentos en los que aparece el tema: mujeres asesinadas, violadas, comidas… ¿Es posible hacer un espectáculo de narración con esto? ¿Es legítimo? Es una idea que hace tiempo ronda en mi cabeza. Ha llegado a mis manos Cuentos de hadas la última edición en castellano de la recopilación de cuentos de Angela Carter, con los cuentos de la anterior edición y algunos más. Hay mucho para contar.

Joxemari Carrere Alternatibako kideak Gara/Naiz-en euskaraz argitaratutakoa

Estarrona: «¿Conocéis algun artista que no os hable de la precariedad en la que vive?»

Intervención de nuestro compañero de Alternatiba y parlamentario de Euskal Herria Bildu en Gasteiz Josu Estorrona en las jornadas que la coalición ha organizado estos días en fiderentes localidades para analizar el modelo cultural de la CAV con agentes del sector.

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