Luis Salgado – Alternatiba
Los que me seguís conocéis de sobra cual es mi sentimiento respecto a las banderas. Incluso habéis podido leer una entrada previa en la que exponía mi posicionamiento. Sin embargo, o tal vez por ello, hoy no me puedo resistir a dar mi opinión sobre lo acaecido a las 12 del mediodía en la Plaza del Ayuntamiento de Iruña, donde un pequeño grupo de personas se ha encaramado a los tejados para izar una Ikurriña de dimensiones colosales, provocando la ira de los ediles pamplonicas (supongo que no todxs) que se han negado a lanzar el txupinazo hasta que ha sido retirada.
Los San Fermines de 2013 serán recordados como los del txupinazo más tardío que se recuerda. 16 minutos de demora exactamente, para terminar lanzando un petardo a la plaza donde ha estallado entre la multitud.
Como toda acción que un grupo de personas decida llevar a cabo, rápidamente han salido hordas de defensores y detractores de la misma. Que si ha sido un gesto intrépido, que si no se puede mezclar política y fiesta, que si se ha faltado al respeto de la ciudadanía, que si… pero a mí me gustaría centrarme en el acto en sí. Un trapo, de tres colores, con una cruz de San Jorge blanca y una de San Andrés verde sobre fondo rojo tendido en el aire en el centro de una plaza. Una bandera bajo la que se siente representada buena parte de la sociedad navarra, y que competía en protagonismo con las presentes en el balcón del Ayuntamiento, la roji-gualda española, la foral navarra, la estelada europea y la de la propia Iruña. Banderas, algunas, con un más que cuestionado apoyo. ¿Pero por qué no se ha lanzado el txupinazo hasta que ésta ha sido retirada? Pues, sencillamente por que la Ikurriña está prohibida en los actos públicos en la Comunidad Foral de Navarra.
La Ikurriña es un símbolo ajeno a los navarros, dicen quienes ostentan en la actualidad el poder en la comunidad vecina y hermana, y su exhibición es un intento de usurpar e imponer un sentimiento vasco a los navarros. Y por ello, no siendo suficiente retirar el mencionado trapo, la policía municipal y foral se ha empleado, con gran eficacia y eficiencia, en expropiar las ikurriñas que mozos y mozas san fermineros llevaran encima. No así las Union Jack inglesas, ni las australianas, ni las alemanas, que haberlas habíalas. Supongo que porque esas no les son ajenas a los navarros. Y por supuesto, a nadie se le ocurre no botar el txupinazo aunque los balcones estén engalanados con publicidad de empresas capitalistas, ni porque boten sobre las masas inmensos balones publicitarios, porque el consumo y el capital no están reñidos con la fiesta. La política y los sentimientos identitarios… esos sí sobran, salvo que sean los recogidos en la sacrosanta Constitución.
Lo cierto es que los San Fermines no se pararán por lo ocurrido hoy, para gozo de las gentes de Iruña, y para los foráneos que por allí paren en esta semana de algarabía singular. Máximo exponente internacional del gusto que por la fiesta se tiene en todos los lugares del globo. Siete días de hermanamiento y desenfreno. De beber, de cantar y de disfrutar como a uno le dé su entendimiento. En euskera, en castellano cervantino, en inglés, o por gestos cuando la lengua no de más de si. Y pese a quien pese, algunos lo disfrutaran sintiendo la ikurriña como suya.
Quienes hoy han decidido, en pos de su orgullo, que el txupinazo no se botaría hasta que semejante ofensa (la Ikurriña) fuese retirada, no han medido las consecuencias. Lo que hubiese sido una anécdota que mucha gente olvidaría a la vuelta de unos días, lo han convertido en un recuerdo imborrable, en una leyenda, y las leyendas no se olvidan, se instalan en la memoria colectiva para perdurar. Y todas las personas recordarán la historia de una bandera que fue capaz de retrasar el txupinazo de San Fermin, en la época en que en el Ayuntamiento de Iruña había más chorizos por metro cuadrado que en la popular fábrica de embutidos de la zona.