Jonathan Martínez – Alternatiba
El mismo día que Clément Méric muere asesinado a manos de un grupo nazi en París, el concejal de la ultraderecha catalana, Juan Gómez Montero, celebra en twitter otro asesinato, el de Guillem Agulló, que falleció de una chuchillada fascista en el pueblo castellonense de Montanejos hace ahora veinte años.
Escribe Gómez Montero que Guillem Agulló era «un fill de puta que està molt bé on està ara mateix». No dice que sus verdugos están vinculados a partidos de la extrema derecha española. No dice que el crimen fue pagado a precio de saldo, cuatro años de cárcel por una acción que la Audiencia Provincial de Castellón juzgó como un simple altercado callejero.
Son muertos de segunda: se llaman Aitor Zabaleta o Carlos Palomino o Lucrecia Pérez, y humillar su memoria sale gratis. Se llaman Clément Méric y Guillem Agulló, militantes de izquierdas y víctimas a sus dieciocho años de un fascismo que campa a sus anchas por Europa y que cuenta con la protección de jueces y gobernantes que saben mirar hacia otro lado cuando la oportunidad lo requiere.
No pasarán.