Hace pocos días, el 28 de Diciembre, Íñigo Urkullu nos trasladó las nuevas restricciones -que no huelen precisamente a nuevo-, en busca de limitar la descontrolada enésima expansión del Covid en la CAV. Lo hizo apelando, entre otras cuestiones, a la responsabilidad individual. No habló de refuerzo en la sanidad pública. Poca broma.
En términos sanitarios la responsabilidad individual nació como un invento neoliberal para la limitación de la sanidad pública. Con la pandemia hay quienes han encontrado un filón en este concepto. Sus pilares son los liberales, los de la “libertad de decisión individual” bajo una suerte de corresponsabilidad en la salud que no entiende de las asimetrías existentes en la sociedad. La clásica libertad individual que es solo libertad para algunas personas, privándosela a otras. Hablo de la libertad del meme tantas veces viralizado de la tarta mal cortada. Libertad individual relacionada con responsabilidad individual; responsabilidad privada que acarrea una libertad privativa; capacidad de decisión solo para quienes pueden decidir libremente; la libertad individual de Ayuso, la responsabilidad individual de Urkullu.
La responsabilidad individual de no coger un trozo de tarta demasiado grande
Quien más quien menos, somos conscientes de la relación entre los conceptos libertad y responsabilidad; tal vez por ello el término “responsabilidad individual” está llevando al pensamiento inútil y obviamente egoísta de que yo, mientras pueda considerarme responsable de mis actos, de mis decisiones, en base a acarrear las consecuencias hacia mí, tengo vía libre: libertad individual. Si yo no me vacuno, el que pone su vida en riesgo soy yo. Si yo voy de viaje, interactúo con gente con la que no suelo hacerlo, me tomo la mascarilla como algo opcional, soy yo quien después se queda en casa preocupado esperando el resultado del test. Si yo ando difundiendo tonterías por las redes, mientras yo me quede más tranquilo o tranquila, no pasa nada, cada individuo sabrá qué creer. No hago nada ilegal, no hay consecuencias penales, ejerzo mi libertad individual, es legítimo.
Poco importa que mi decisión de no vacunarme, de ir por la vida como si no existiera una pandemia, o de hacer campaña contra medidas sanitarias, se lleve a alguien por delante; que tenga consecuencias de gravedad para alguien que no dispone de las mismas condiciones físicas ante el virus; que acabe enferma una persona que no se puede permitir no trabajar durante dos semanas; que esto alargue la situación y nos empeore aún más la vida. Si he tenido algo que ver no me voy a enterar. Lo voy a negar. Sin consciencia. Sin conciencia.
Porque la responsabilidad individual no existe, pero la responsabilidad social sí. Naturalmente puede disponer de cierta titularidad (individual, corporativa, organizacional, institucional…), pero debemos tener en cuenta que sigue los mismos mecanismos, que es un todo. Actuar con libertad implica asumir la responsabilidad social de nuestros actos. Si un político vende un programa que proclama libertad para una comunidad de gente, éste debe implicar atender a la responsabilidad social de la institución. Apelar desde las instituciones a la responsabilidad social del individuo ante un problema, en cualquier caso necesita ser precedido de haber cubierto las necesidades vitales necesarias para poder atenderla.
Podemos y debemos hablar de esa responsabilidad social individual, no cabe duda. Este concepto sí existe y tiene poco de neoliberal. En cualquier caso la voluntad y la razón deberán ir de la mano a todos los niveles y no podremos desatender ninguno de ellos, especialmente cuando el concepto de comunidad es perpetuamente atacado por múltiples expresiones del colonialismo y la globalización en cada aspecto de nuestras vidas. De poco sirve pedir a alguien desde una institución que confíe en la ciencia, si ésta se ha dedicado a poner normas sin explicar su fundamento científico. Una administración no puede verse legitimada para hablar de sanciones a un ciudadano que va a trabajar a una empresa que incumple y nunca ha sido inspeccionada, o tras poner múltiples normas en un sector sin regular el resto, o después de que han decaído miles de multas por deficiencias legislativas y luchas de poder en mayúsculas. No hay forma de que un servicio de salud exija a alguien que guarde un confinamiento voluntario si éste no tiene forma de llevar el pan a su mesa o cuidar de su familia y cuando ni siquiera se ha hecho nada contra la presencialidad laboral estéril desde los gobiernos. No es posible, desde un órgano ejecutivo, pedirle a alguien que se comprometa firmemente con unas medidas sanitarias si desde el mismo se han puesto protocolos que le resultan arbitrarios, o simplemente se le niega la atención tras un contacto estrecho, o cuando se le ha mentido repetidamente en cuestiones como, por ejemplo, el origen de los brotes -recordemos cómo se insistía en que no había contagios en el trabajo o el transporte público-. No se puede esperar que alguien sea responsable, cuando intenta comunicar con su centro de salud con síntomas de Covid, se le remite a un formulario web y se tardan días en hacerle un test; o se le da un resultado positivo y no recibe ninguna llamada para el rastreo. No podemos exigir a alguien que cuide de la salud de los demás, cuando ha pedido una cita por un problema que le preocupa y se la han dado para semanas después, es decir, cuando siente que ya nadie cuida de la suya.
Vivimos donde los políticos en el gobierno se escandalizaban hipócritamente cuando Donald Trump o Boris Johnson hablaban de convivir con el virus, pero nunca se han planteado otra forma de abordar la cuestión. Nunca se han planteado una estrategia que pudiera acercarse a poder ser tachada como “Covid 0”, a pesar de que en todos los lugares que se ha llevado a cabo las cosas han ido muchísimo mejor que aquí. Vivimos en un sitio donde se han precintado uno de cada dos columpios infantiles bajo un criterio poco comprensible mientras no se reforzaba ni mínimamente el transporte público para disminuir su aforo. Un lugar donde el decir que hacen algo ha contado siempre mucho más que la utilidad que pueda tener lo que hicieran. Hablaron de alcanzar una «nueva normalidad» y nos culparon de relajarnos, cuando sabían que el problema fue sobre todo la falta de rastreo y unos protocolos insuficientes. Retiraron la emergencia sanitaria, disolvieron el Labi y nos culpan de relajarnos, cuando saben que han rescindido miles de contratos en Osakidetza y retirado cualquier muro de contención mínimamente viable más allá de las vacunas.
Ayuso ya avisó que no se haría PCR a quienes obtuvieran positivo en el test de antígenos de farmacia. Hay quien se escandalizó. Tal vez los mismos quienes lo hacían ante Trump y Johnson. Urkullu no lo dijo, pero la sanidad privada ya ha metido el esclarecedor gol a la sanidad pública vasca tras reconocer esta última su falta de capacidad para acometer (realización de PCR) todos los resultados de la primera (test de antígenos de farmacia positivos). Los gestores de lo público nos invitan al autotest, que te pagas tú y al que no se le ha limitado un precio ni se ha asegurado su disponibilidad, por lo que baila al son de la oferta y la demanda. Si consigues cita para test en el ambulatorio (dentro de su actualmente en muchos casos recortado horario) probablemente serás invitado a recoger la muestra por ti mismo. Pero también nos indican que el rastreo hoy es autorastreo, que debemos llamar a nuestros contactos estrechos y estos rellenar un formulario (que tendrá una utilidad muy limitada donde no son capaces de acometer los positivos en antígenos). Osakidetza nos dice que el aislamiento, autoaislamiento, depende de nosotros, nadie nos llamará para hablar de ello, independientemente del estado de tu vacunación. También nos explican que si, tras la espera, recibes un resultado positivo de una PCR, deberás tramitar tú mismo la baja laboral a través de un formulario. Huelga decir que todo ello depende de la capacidad y voluntad del ciudadano para llevarlo a cabo.
En definitiva, debemos cuidarnos y para ello requerimos los mimbres necesarios para poder hacerlo. Quienes están obligados a mantener y reforzar esos mimbres, nos dicen que ellos no son responsables, mientras sujetan la tenaza con la que van recortándolos. Pero no se lo vamos a poner fácil. Sabemos que si estamos hablando de una pandemia, la responsabilidad individual no existe, esto es cosa de todas y todos.
Iagoba Itxaso – Alternatiba
Publicada en su blog Ignominia por fascículos