Una pequeña escena
Iagoba Itxaso – Alternatiba
Una pequeña escena, sin duda imperceptible dentro del enorme panorama político mundial.
Ekain Rico (secretario de política institucional del PSOE en Bizkaia), acude a un debate sobre el TTIP en Ortuella, una localidad de menos de 10.000 habitantes con fuerte pasado socialista. Se sienta junto a Mikel Arieta-Araunabeña (director de la Cámara de Comercio de Bilbao). No habrá cincuenta personas en la sala. Sabe que enfrente no tiene a ejecutivos que confíen en que el apoyo del PSOE al acuerdo transatlántico les puede permitir firmar algún proyecto en Estados Unidos para desahogar la tensión de la siguiente junta de accionistas. Saluda cordialmente y se caga en la alfombra.
Y es que el TTIP no es malo; que él sepa tampoco es bueno; pero malo para nada. De hecho no sabe ni para qué se firma, si al final todo sigue igual. Bueno, nos venderán pollo clorado, aunque el director de la Cámara de Comercio de Bilbao dice que los franceses les venderán ostras, así que todo queda en tablas, prácticamente.
Sólo se oyen algunos aplausos tras las intervenciones de Juan Hernández (profesor de la EHU-UPV e investigador de OMAL) y Oskar Matute (parlamentario de EH Bildu y compañero de Alternatiba). Ambos muestran lo absurdo del proceso: la inexorable venta de los ciudadanos europeos a las transnacionales, en la que sus supuestos representantes políticos son parte indispensable. Reciben aplausos cómplices, que hablan más al señor Rico que a quienes aparentemente los reciben.
Tanto radicales, como progresistas, como “supuestos” de ambas etiquetas, opinamos sobre el sarcasmo de los titiriteros encarcelados, sobre la huelga en Grecia, sobre Sirios golpeando contra un muro de agua, sobre que el derecho a decidir tampoco es tan peligroso si se decide no tener derechos, sobre que Pedro Sanchez se olvida de algunos teléfonos… mientras a Juan Rosell le suben el sueldo.
Nos hacemos trampas al solitario. El ser humano es un ser político, y si en algo es humano es en la política. En negativo, por supuesto, profundamente humano. Justicia, equidad y mala hostia, el ser político en su autoafirmación. Y de esta forma nos vendemos a un diablo peor que el diablo, más que nada porque éste es de verdad: nos vendemos ante nuestros egos, nuestros “yo” del pasado que vienen a pedirnos cuentas, a decirnos que no nos enterremos, que no nos desdigamos, que la soberbia no existe si se es poseedor de la verdad única y suprema.
Tic-tac, y los títeres continúan dentro de su caja, a la espera de que un juez tenga a bien apiadarse de esos espíritus que les dan vida, y así poder seguir gritando a los cuatro vientos que tal vez no todo es teatro; que tal vez no sólo somos guiñoles; que tal vez los cachiporrazos duelen; que quienes se ahogan no lo hacen en la tele, sino en el Mediterráneo.
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