Con la iglesia hemos topado
Héctor Prieto – Alternatiba
Este agosto se ha montado la de dios, el brutal atentado de Barcelona ha provocado una reacción de solidaridad con las víctimas, y es que pensar que cualquiera de nosotros pudimos estar aquella tarde en las Ramblas pone los pelos de punta. El problema surge cuando los sectores más reaccionarios del nacional catolicismo español han encontrado al chivo expiatorio ideal en la comunidad musulmana en general, migrantes y refugiados. Lo peor es cuando la ciudadanía se deja llevar por la ira y nos dejamos conducir por otros extremistas.
De todas formas, hay una característica común en casi todas las iglesias de ayer y de hoy, la creencia absoluta en que su fe es única y verdadera, al igual que sus divinidades son absolutas e incuestionables. Así pues ,los sacerdotes e instituciones solo han tenido la posibilidad de extender su fe por las buenas o por las malas. Todas ellas han justificado matanzas, torturas y guerras santas contra los infieles. Y esto se ha repetido constantemente en la historia de la humanidad.
Por eso yo me pregunto, ¿si han existido más de 3.000 divinidades y religiones, cómo es que cada una de ellas se considera la única y verdadera? No tienen respuesta, la fe es para ellos una verdad que no necesita ser demostrada. Por eso algunos auto-proclamados guías espirituales de diferentes pueblos y religiones, han aprovechado siempre la ignorancia de las gentes para, a través del miedo a la muerte, controlar mentes, vidas e incluso imperios. Así, algunos privilegiados han obtenido poder y riqueza en el nombre de Dios.
Lo curioso es que en este siglo de la información todavía funciona, nos escandalizamos con los ataques del ISIS en Europa, la sharia y el Califato como objetivo de estos fundamentalistas. Pero a mucha gente aquí en el mundo civilizado no se indigna con los discursos e ideas machistas, homófobas y xenófobas que los obispos católicos escupen desde sus púlpitos con total impunidad. Sin entrar a recordar ya las cruzadas, la Inquisición y las aberraciones de la cristianización de América.
La ciega fe de algunas personas con la Iglesia católica y su relación con el neofascismo franquista, no es que sea un grupo muy numeroso, al igual que los yihadistas, pero aprovechan el miedo de los atentados para introducir sus mensajes de odio. Mientras las pirañas de la industria armamentística española no dudan en lucrarse de sus negocios con Arabia Saudí, dinero manchado con la sangre de inocentes de aquí o de allá.
Al final ,yo llegó a la conclusión de que las religiones durante la historia han traído grandes problemas para a la humanidad, no me refiero a los dogmas más o menos fantásticos, sino más bien a la gestión interesada de regímenes muchas veces de escaso nivel moral. Tampoco soy de los de prohibir toda religión, pero opino que en lo privado cada una sea libre de rezar al dios que sea. Pero mientras sigan opinando, influyendo y aterrorizando al personal, dejadnos vivir en paz a infieles y ateos de mi calaña.
Del blog de Héctor Prieto Atxabalta reDvolution
Charlottesville
Jonathan Martínez
Los hemos visto portar antorchas de odio racial y estrellar un coche contra la multitud en Charlottesville, Virginia. En París, a pocos metros de la estación de tren de Saint-Lazare, golpearon hasta la muerte al joven Clément Méric. En una fábrica de Amiens pedían el voto obrero para las presidenciales francesas y en el barrio madrileño de Tetuán repartían víveres solo a españoles. Vapuleaban a refugiados sirios en la frontera de Hungría con Serbia. Patrullaban el Mediterráneo en busca de pateras emigrantes. Molieron a palos a Jimmy y lo arrojaron al Manzanares. A Jimi Joonas Karttunen lo mataron en la plaza Eliel de Helsinki. Estaban repartiendo octavillas contra las mezquitas en Dresde. Estaban acuchillando al rapero Pavlos Fyssas al oeste de Atenas. Estaban levantando barricadas de neumáticos en la plaza Maidán.
Los hemos visto camuflados con ropajes variopintos, bajo diferentes siglas y colores, pero todos ellos adscritos a la tradición histórica del fascismo, a la afirmación racial y al desprecio por lo ajeno. Al fin y al cabo, los fascismos adquieren formas caprichosas según el tiempo histórico y el lugar que les toca en suerte. Algunos fascismos son explícitos; otros se esfuerzan en resultar sutiles. Hay fascistas hitlerianos, falangistas trasnochados y nostálgicos del Ku Klux Klan, pero también hay fascistas pop e incluso hipsters del fascismo. Algunas veces son de porte militar, hinchados de testosterona, con camisetas reventonas, cadenas de hierro y puños americanos. Otras veces se muestran afables, venerables y televisivos, y defienden su catecismo con la elocuencia de un comercial de aspiradoras. Hubo un tiempo en que los creímos relegados a los museos y a los documentales de madrugada en blanco y negro, pero ahí están, agitando banderas en las plazas, concediendo entrevistas y prodigándose en titulares.
Si el crack bursátil del 29 generó un caldo de cultivo excepcional para los fascismos del siglo XX, la quiebra financiera de 2008 ha asfaltado la pista de aterrizaje para los fascismos de nuestros días. Todos los estandartes de la prosperidad globalizada, también aquellos que parecían incuestionables e imperecederos, han quedado en evidencia o se han ido al garete, desde Lehman Brothers hasta la Unión Europea. El boyante capitalismo tardío nos había vendido una utopía transfronteriza y cosmopolita que nunca llegó a existir, de modo que los fascismos han reaccionado ante la crisis del sistema con un repliegue en forma de exaltación nacional, una retórica antiliberal y una épica subversiva y malsonante que sabe seducir a la clase trabajadora. Y es que el discurso del pánico xenófobo se ha alimentado a partes iguales de la depresión económica y de la desconfianza en las instituciones tradicionales.
No obstante, el fascismo no solamente no supone una amenaza para el orden establecido sino que desempeña un papel crucial como fuerza de choque contra todas las demás formas de descontento: las de tradición democrática, las de genealogía marxista o libertaria, las de las minorías nacionales. Por eso los liberales son tan condescendientes con el fascismo. Por eso los periódicos oficiales recurren a toda clase de eufemismos y circunloquios para nombrarlo. Por eso Trump afea la violencia «de todas las partes» en Charlottesville. Por eso El País, plusmarquista de la manipulación, convierte una algarada nazi en «disturbios entre grupos radicales». Cada vez que sugieren una equivalencia entre fascistas y antifascistas, los liberales se elevan en un imaginario púlpito de centralidad, como árbitros justicieros de dos extremismos simétricos, como el fiel de una balanza que solamente existe en el ámbito calenturiento de sus deseos.
Hay que reconocerlo, quienes detentan el poder están sabiendo sacar partido de un nazismo que ha medrado gracias al fertilizante de su indiferencia. Mientras tanto, en Charlottesville, sumamos el nombre de Heather Heyer a la nómina de asesinados. Allí están los nombres de Clément Méric y de Jimmy y de Jimi Joonas Karttunen y de Pavlos Fyssas. Allí están Lucrecia Pérez y Guillem Agulló y Carlos Palomino y Aitor Zabaleta. Porque los extremos nos tocan.
Leer en su blog Zona especial Norte
Sobre poder, democracia y revoluciones
Josu Perea – Alternatiba
Leyéndole a Pablo Stefanoni en Viento Sur un artículo sobre Venezuela «El retroceso ’nacional-estalinista’» (3.8.2017) se removieron en mi cabeza un montón de ideas que tienen que ver con la aparición de los nuevos sujetos políticos que están emergiendo en el ámbito global, que están influyendo en los sistemas democráticos y demandan, por tanto, una profunda reflexión sobre el poder. Stefanoni realiza una crítica descarnada a Maduro y a su defensa de la Revolución Bolivariana, por la utilización que hace de métodos de bajísima calidad democrática, y recurre a Bertrand Russell, que en su obra «Teoría y práctica del bolchevismo» analiza la visita que realizó en 1920 a la Rusia revolucionaria, que «planteó con simpleza y visión anticipatoria algunos problemas de la acumulación del poder y los riesgos de construir una nueva religión de Estado».
La aparición de estos nuevos sujetos que están emergiendo en el ámbito global está influyendo en los sistemas democráticos y demandan, por tanto, una profunda reflexión sobre el poder. La lucha por el poder está en la centralidad de los conflictos políticos que históricamente se han ido dirimiendo, casi siempre, en formas y maneras cruentas. Cada periodo de la historia ha aportado métodos que han posibilitado la toma del poder o su mantenimiento.
Foucault, por ejemplo, a la hora de analizar el poder, lo sitúa en la perspectiva de los micro-poderes que se ejercen en la vida cotidiana. Considera que las transformaciones en la sociedad no se realizarán apropiándose de los aparatos de poder que se encuentran dentro del Estado para sustituirlos por otros. El ejemplo de la Revolución de Octubre ilustra perfectamente ese pensamiento. Se pensó en el control del aparato del Estado como mecanismo unívoco de control del poder, sin tener en cuenta que el poder no está localizado exclusivamente en los aparatos del Estado. Nada cambiará en las sociedades, dice, Foucault, si no se transforman los mecanismos de poder que funcionan fuera de los aparatos del Estado.
La dictadura del proletariado, desde la perspectiva marxista, presuponía que esa transición hacia el socialismo venía dada por la sustitución de los aparatos del Estado, y al igual que otras revoluciones marxistas han focalizado sus luchas en la conquista del aparato del Estado, minimizando otros ámbitos del poder, donde las cuestiones ideológicas han primado y han pasado de puntillas, cuando no los han ocultado, esos otros ámbitos de poder, de ésos micro-poderes de los que habla Foucault. La vida cotidiana está jalonada de múltiples representaciones de esos micro-poderes que históricamente han sido reprimidos por el poder establecido bajo diferentes subterfugios, morales en algunos casos, y como salvaguarda del poder político la mayoría de las veces.
No podemos dejar de tener en cuenta el poder simbólico del que nos habla Bourdieu. Un poder invisible que solo puede ejercerse con la complicidad de quienes no quieren saber que lo sufren o que inclusos lo ejercen. Es un poder omnipresente, es «una especie de círculo cuyo centro está en todas partes y en ninguna».
Las ideologías se sirven de los intereses particulares que se presentan como intereses universales beneficiosos para toda la comunidad. Los sistemas simbólicos cumplen su función política de instrumentos de imposición o de legitimación de la dominación, que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra.
El poder, representado en el Estado, controla, nos dice Bourdieu, las estructuras fundamentales de pensamiento incuestionable y por encima de toda duda. Nos presenta una realidad, tal como es (no puede ser de otra forma), no caben disensos, estamos abocados, no solo, nos dice, «al conformismo moral», sino «al conformismo lógico» sin dejar ningún espacio para la contestación o para el cuestionamiento que resquebraje mínimamente el pensamiento del Estado.
Y claro, aquellos que se colocan al margen de estas estructuras de pensamiento, nunca han tenido cabida porque no están representados y no están integrados en las estructuras de poder, porque no se ajustan a las exigencias políticas y sociales. Es por ello que son expulsados o se quedan en los márgenes que tiene el Estado como soporte estructural. Unas estructuras de poder que ante el mínimo debilitamiento de su núcleo legitimador y ante la ausencia de consenso social, no duda en activar los métodos más abyectos que garanticen su dominación.
Vivimos en una sociedad donde cada vez emerge con más fuerza, lo que Boaventura de Sousa define como fascismo societal. Un fascismo que nada tiene que ver con el regreso al fascismo de los años treinta, sino que tiene que ver con un régimen social de civilización. Es una nueva forma de fascismo que no necesita sacrificar la democracia ante las exigencias de los poderosos, sino que fomenta ésta hasta el punto de que ya no resulta necesario, ni siquiera conveniente, sacrificarla para promover el capitalismo.
Este fascismo de nuevo cuño se manifiesta de diferentes formas y tiene múltiples variables, entre las que se encuentra, por ejemplo, el fascismo financiero, que lógicamente tiene que ver con los mercados financieros, mercados a los que Sousa denomina «economía de casino» que resulta ser el más refractario a cualquier intervención democrática. Una economía financiera que supera seis veces a la economía real, donde los organismos OCDE, FMI, BM, TTIP, CETA, las empresas de calificación de riesgos, rating, todos ellos, auténticos estamentos de poder que traspasan, sin el menor rubor, todos los ámbitos de la democracia formal, hasta el punto de obligar a los gobiernos al cumplimiento de directrices, normas y leyes acordes a sus intereses.
El fascismo de la inseguridad, por destacar otro de los fascismos recurrentes de ese fascismo societal que señala Sousa, consistente en la manipulación de la inseguridad de las personas y de los grupos sociales debilitados por la precariedad del trabajo u otros elementos desestabilizadores; o el fascismo contractual que consagra la disparidad de poder entre las partes del contrato civil o laboral, donde la parte más débil acepta las condiciones, por onerosas que sean, bajo el eufemismo de «la libertad de las partes».
Vivimos un mundo cada vez más interconectado cultural y mediáticamente, que propicia que la renovación de culturas de movilización y protesta, arraigue, cada vez más, y sean más visibles. Los desafíos a hegemonías políticas y económicas, tomarán forma, dependiendo de las redes y de la constatación de las injusticias cada vez más patentes, para activar movilizaciones.
Nos señala Maurizio Lazzarato, que una de las condiciones que resulta indispensable para la reactivación de la lucha de clases es una reinvención de la «democracia» capaz de reconfigurar y de atravesar todo aquello «que incluso teorías políticas muy sofisticadas siguen pensando por separado: lo político, lo social y lo económico». La tarea más urgente, continúa Lazzarato. «consiste en imaginar y experimentar modalidades de lucha que tengan la eficacia de bloqueo que tenía la huelga en la sociedad industrial. El nivel de desterritorialización del mando capitalista nos obliga a ello. Las cabeza duras de capitalistas y gobernantes no entienden otra cosa que el lenguaje de la crisis y el del combate».
El mundo camina hacia nuevas experiencias de las que será necesario aprender, y que pueden revestir incluso un carácter fundador desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria para el presente siglo. Las décadas de ascenso imparable del neoliberalismo han coincidido con severas decepciones y retrocesos de los movimientos revolucionarios. Es posible que sea demasiado pronto, nos indica Stavrides, como para poder afirmar, contundentemente, que las políticas dominantes, aquí y en el mundo, hayan entrado en una crisis definitiva sin retorno, pero si es posible observar, como en distintas partes del mundo se están produciendo una serie de fenómenos interrelacionados «que afectan profundamente a eso que podemos diagnosticar como una crisis de legitimidad».
Decía Daniel Bensaid que «será preciso, más allá de la ideología, sumergirse en las profundidades de la experiencia histórica para tejer los hilos de un debate estratégico enterrado bajo el peso de las derrotas acumuladas».
No sé si Maduro y su Revolución Bolivariana, con sus métodos de baja calidad democrática, que dice Stefanoni, habrá analizado todas esas consideraciones sobre el poder que analizamos aquí. Seguramente no tendrá en cuenta esos micro-poderes de los que nos habla Foucault. De lo que sí tengo certeza absoluta es de la calidad democrática de «los alternativos» avalada por algún insigne y gran demócrata, genuino defensor de democracias «al uso del poderoso» con instrumentos escrupulosamente respetuosos con los derechos humanos (GAL incluido).
Publicado en Naiz
Protestofobia
Jonathan Martínez
Todos los años acechan las serpientes de verano. Noticias que no son noticia estallan en primera plana mientras los periodistas titulares dormitan en la costa y los becarios se desloman en las redacciones. Al fin y al cabo, con algo hay que cebar las rotativas. Este verano, la serpiente ha adquirido las dimensiones de una boa constrictor y se nos ha presentado bajo el nombre de turismofobia, un neologismo tan malintencionado y ridículo como cogido por los pelos.
Hace ya una semana que cuatro jóvenes activistas de Arran sacrificaron el neumático de un autobús turístico en Barcelona y garabatearon con espray un lema en el parabrisas: «El turisme mata els barris». Hace dos semanas la operación ocurrió en Palma. En aquella ocasión fue una mortífera salva de confeti sobre los comensales de un restaurante. Por si fuera poco el alboroto juvenil de Arran, Ernai ha convocado una manifestación en Donostia para denunciar las políticas de turismo basadas en la especulación inmobiliaria y los trabajos precarios.
Los plumillas del biempensar, siempre al límite de la indecencia, han aprovechado la ocasión para pegarse un festín de dignidad a costa de la chavalada. No ha faltado al linchamiento la legión oficial de políticos y charlatanes, todos escandalizados, todos clavando codo para entrar en la foto de la defensa del sector. Entre el repertorio de bufonadas turismofílicas quedará para la posteridad el delirante concepto de turismo borroka y un tuit de Albert Rivera culpando a Puigdemont y Junqueras de autobuses ardientes que nunca ardieron.
Pero debajo del parloteo sobre vandalismo se esconde una realidad ante la que ni siquiera el tertuliano más obstinado puede hacerse el loco. El fenómeno no es exclusivo de Barcelona, ni de Palma ni de Donostia, sino que se manifiesta en muchas otras ciudades del mundo cuyos centros urbanos han sido devorados por el turismo de masas. Urbes enteras desfiguradas para acoger el flujo interminable de visitantes, servicios esenciales desalojados por franquicias de multinacionales y negocios de quita y pon. Ciudades desechables, reconstruidas a pedir de boca de quien está de paso, y al mismo tiempo, hostiles para quien comete la imprudencia de querer vivir en ellas.
A falta de un sector industrial competente, los ingresos del turismo permiten al gobernante de turno salvar los muebles macroeconómicos a costa de contratos temporales y precarios que maquillan las cifras veraniegas de desempleo. A esto hay que sumarle, claro está, los nutritivos dividendos de la especulación urbanística y de la malparada burbuja de la construcción. Últimamente, la irrupción de nuevos modelos de negocio como Airbnb está acarreando un impacto demoledor sobre el precio de los alquileres, y en consecuencia, está condenando a las personas residentes al exilio inmobiliario hacia otros barrios o hacia otras ciudades más asequibles.
El turismo no es un problema. El problema son aquellos que lo están gestionando para su propio lucro y en contra del interés general. El problema son quienes gobiernan el espacio público como negocio privado y lo convierten en un erial inhabitable, una mera zona de tránsito en la que resulta imposible vivir. Los turistas no son un problema. El problema son quienes especulan, quienes se enriquecen con nuestra miseria, quienes nos condenan a trabajos peregrinos que ellos jamás desempeñarían. Los culpables se enfadan, se revuelven porque los jóvenes, los mismos que sirven copas en precario a los turistas, los que no alcanzan a pagar el alquiler, se han permitido el lujo de la protesta. Sabemos quiénes son los culpables precisamente porque no toleran las protestas. Porque los culpables padecen, si me permitís el diagnóstico, un cuadro severo de protestofobia.
Publicado en su blog Zona Especial Norte
Urtaran, los socorristas y la institucionalización de la pobreza
Aitor Miguel – Miembro de Altenatiba y concejal de EHBildu Gasteiz
Durante décadas, Gasteiz ha sido un referente por sus Centros Cívicos y sus instalaciones deportivas. Todos los gasteiztarras estamos orgullosos de estos emblemas de nuestra ciudad y alardeamos de ello allá a donde vamos. Nuestros alcaldes a la cabeza.
Ha llegado el verano y hemos vuelto a nuestras piscinas, a Mendi y a Gamarra, a refrescarnos ante el implacable verano de nuestra tierra. Se repetía la idílica estampa de cada verano: niños y niñas bañándose, familias disfrutando del sabroso bocadillo de tortilla, jubilados paseando y tomando el sol, adolescentes perdiéndose por los rincones más recónditos de Mendi, runners y triatletas aprovechando para bañarse tras el entrenamiento.
Pero esta semana ha ocurrido algo inaudito. Por primera vez en nuestra reciente historia Urtaran ha tenido que cerrar las piscinas. Por primera vez los gasteiztarras nos hemos quedado sin Mendi y sin Gamarra, sin esos dos grandes complejos municipales de ocio insustituibles que hacen que el verano sea mucho más agradable.
Resulta que todo lo que rodea nuestros Centros Cívicos y piscinas no era tan idílico. Resulta que detrás de nuestras tardes de verano en las piscinas había cientos de trabajadores en condiciones precarias. Los socorristas, monitores y hasta 450 empleados de actividades deportivas han tenido que recurrir a la huelga ante la falta de respuesta por parte de subcontratas y alcaldía para solucionar la cronificación de su precariedad laboral. Todo no era tan idílico durante esos inolvidables veranos que hemos disfrutado, había una cara oculta tras nuestro disfrute: los trabajadores que hacen posible que disfrutemos de nuestro tiempo libre han vivido, y viven todavía, precarizados. Sí, muchos de ellos trabajan a jornada completa por escasos 700 euros. Esto significa que esas personas que nos facilitan disfrutar de nuestras vacaciones están trabajando duramente sin que su sueldo les permita tener una vida digna. Sin que su sueldo les permita pagarse una vivienda o formar una familia. O lo que es lo mismo, el sueldo de estos trabajadores no les permite dejar ser pobres. Es gravísimo. Hoy en día tener trabajo ya no es sinónimo de no ser pobre.
Desgraciadamente, muchos de los lectores saben de lo que les hablo, porque un 20% de los trabajadores vascos perciben salarios por debajo del umbral de la pobreza. Lo dicen el Ararteko y la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión Social. La gravedad de lo que acontece aquí y ahora, en nuestras piscinas, es que el que promueve estas inaceptables condiciones de trabajo no es otro que el alcalde, el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. Es el alcalde Urtaran el responsable de estos servicios, es el alcalde el que elige este modelo de gestión basado en la subcontratación, y es el alcalde el que paga, en definitiva, estas nóminas. Este problema no es nuevo. Urtaran lo conocía. No en vano EH Bildu había denunciado en reiteradas ocasiones las condiciones de explotación laboral en las que trabajaban todos estos empleados de nuestros servicios públicos. Sí, EH Bildu le mostró al PNV en Comisión, ya hace más de un año, las nóminas por importe de 678€.
EH Bildu, además de denunciar la grave situación, también demostró que las empresas subcontratadas se quedaban con pingües beneficios. Pero sería vil por nuestra parte quedarnos solo en la denuncia. EH Bildu hizo dos propuestas: en primera instancia propuso la introducción de cláusulas sociales que garantizasen condiciones dignas de trabajo en los subcontratos. Y en segundo lugar, le propusimos al PNV gestionar de forma directa estos servicios municipales, contratar directamente desde el Consistorio a estos trabajadores, garantizarles condiciones salariales decentes, ahorrarnos los beneficios de las empresas subcontratadas…y por supuesto, eliminar todos los riesgos para evitar el esperpento de esta semana y garantizar el control de nuestros servicios. Algo que los usuarios se merecen, en tanto en cuanto pagan religiosamente su cuota anual.
Uno de los principales objetivos de cualquier alcalde debe ser garantizar una vida digna a los y las gasteiztarras, luchar contra la pobreza. Y en este caso se demuestra que el Ayuntamiento, lejos de cumplir con su deber, es un agente activo en el fomento de empleos precarios de 700 euros.
Un vez alcanzado el acuerdo, y a pesar de haber sufrido todas y todos el indeseable cierre de la piscinas, es el momento de agradecer a socorristas, monitores y empleadxs de actividades deportivas que nos hayan abierto los ojos a toda la ciudadanía y nos hayan mostrado que desde la instituciones públicas también se mira hacia otro lado ante la pobreza. Desgraciadamente este positivo acuerdo no pone fin a la pobreza en los servicios municipales. Y como queremos piscinas y servicios públicos de calidad, pero no a costa de la pobreza de nuestros vecinos, animamos a sindicatos y trabajadorxs a seguir presionando a Urtaran y a las subcontratas hasta conseguir unas condiciones laborales que garanticen una vida digna.
Publicado en Noticias de Álava
La declaración
Somos los nietos…
Luis Salgado – Alternatiba
Seguramente muchas de las que leáis este post al ver el título habréis empezado a tararear el tema de La Polla, “Somos los nietos de los obreros que nunca pudisteis matar…” Y hoy vengo a deciros que, aunque puede que muchos lo sean, la verdad es que en este Estado de Desecho en el que vivimos son más quienes son nietos y biznietos de los fascistas que alcanzaron el poder. Así es. Duro y descarnado. El golpe de estado se llevó por delante a varias generaciones de luchadoras. Muertos en la batalla, asesinados en la retaguardia, represaliados en la derrota, humilladas, emigradas a los campos de concentración franceses, a la lucha contra el fascismo en la II Guerra Mundial, a Auschwitz, a México,… Partimos en clara desventaja.
Toda violencia injustificada, aun cuando los tanques en Bruch nos recuerdan a Queipo, Mola, Sanjurjo, Franco. Si hoy es 18 de julio, mañana no habrá nadie tras las barricadas. Quizás otro Largo Caballero firme otra traición por un puesto en el Consejo de Estado.
62,5 años no son nada
Connolly; socialista irlandés
Agradezco personalmente a Dios haber vivido para ver el día en que miles de irlandeses, adultos y jóvenes, así como cientos de mujeres y muchachas irlandesas, estuvieron dispuestos a afirmar esta verdad, y a demostrarlo con sus vidas, si la situación así lo exigía.
Estos hechos demostraron tiempo después que la valentía de aquellos no fue en balde, aquella derrota y la represión británica alentó a todo un pueblo en la expulsión del ocupante. Incluso en los momentos más difíciles y violentos hay mujeres y hombres dispuestos a defender sus convicciones, la dignidad humana y de los pueblos. Esa clase de revolucionario era James Connolly, socialista irlandés.
Del blog de Hector Prieto Atxabalta reDvolution