El que no trabaje, que no coma> Ander Rodriguez Lejarza (Alternatiba)

Poco o nada hemos avanzado. Dos mil años después, el Gobierno Vasco repite las mismas palabras escritas por Pablo de Tarso: “El que no trabaje, que no coma”. Quien rechace una oferta laboral perderá la Renta de Garantía de Ingresos y podría ver afectada su prestación por desempleo. Este y otros subsidios tienen por finalidad asegurar un sueldo mínimo que permita a la ciudadanía el acceso a los bienes necesarios para subsistir. Se lanza, de este modo, un claro mensaje: a quien no acepte un empleo remunerado no tenemos por qué garantizarle la supervivencia.

Un paréntesis. Utilizo el término “empleo remunerado” porque considero restrictivo y excluyente identificar “trabajo con “contrato laboral”. El Gobierno Vasco no reconoce que puedan desarrollarse otras modalidades de trabajo al margen del remunerado, como pueden ser el voluntario o el doméstico. Pero, como se preguntaba el sociólogo Claus Offe: “¿Por qué razón deberían enhebrase todas las actividades útiles que los seres humanos son capaces de hacer a través del agujero de un contrato laboral?”. Si aceptamos esta restricción nos encontramos con paradojas como la siguiente: una persona que durante una serie de horas realice tareas domésticas en su casa no realiza trabajo alguno, pero si realiza esas mismas tareas en otro domicilio y recibe por ello una remuneración, realiza un trabajo. En definitiva, dejamos la definición de “trabajo” en manos del mercado, ya que es éste quien decide qué actividades deben ser remuneradas y cuales no. 

Volviendo sobre mis pasos, parece que la consejera Gemma Zabaleta entiende que la garantía de existencia debe tener una contrapartida, por lo que una persona debe estar dispuesta a aceptar cualquier tipo de contrato, por precarias que sean sus condiciones, si es que quiere comer. Al parecer, es un problema para la Administración vasca que un pobre pueda alimentarse si decide no desarrollar un empleo remunerado. Sin embargo, esta disyuntiva no se plantea con otras clases sociales, ya que hay quien no trabaja y sí come, porque dispone de tierras o de capital. El problema, una vez más, son los pobres.

Para que la gente acepte con normalidad que se retiren las ayudas públicas que protegen la existencia de quienes menos tienen, se ha desarrollado durante los últimos meses una brutal campaña política y mediática que ha hecho énfasis en una supuesta estafa masiva en estas prestaciones. No resulta complicado desmontar la falacia. El fraude en la Renta de Garantía de Ingresos no alcanza el 2%. Todos los perceptores pasan al menos una revisión anual, mientras que la inspección de las rentas que provienen del capital sólo alcanza el 1,2%. ¿Dónde creen que debería centrar sus esfuerzos fiscalizadores la Administración?

Sorprende comprobar, como los mismos responsables políticos que colocan bajo sospecha a los perceptores de la Renta de Garantía de Ingresos que no son capaces de encontrar un empleo remunerado, son los mismos que aprueban medidas como el retraso de la edad de jubilación, que restringe aún en mayor medida la posibilidad de acceder al mercado laboral.  

En la génesis de este discurso encontramos la llamada trampa de la pobreza: se desincentiva la búsqueda de una ocupación asalariada que no compense lo que se percibe en concepto de subsidio condicionado. Pero tratar de superar esta trampa obligando a las trabajadoras y trabajadores a aceptar labores especialmente penosas y mal pagadas resulta una rendición ideológica ante la clase empresarial. Ya lo dijo sin complejos la patronal vasca Confebask: “Hay que ser conscientes de que el nivel asistencial marca en muchos casos el listón para trabajar o no”. Es triste que el Gobierno Vasco no muestre inquietud alguna por la firma de contratos basura que se sitúan cerca o incluso por debajo del umbral de la pobreza, sino por una ayuda social que podría llevar a que un grupo de población se negara a aceptar contratos precarios.

Esto nos conduce al único y terrible efecto de la medida anunciada: la pérdida de libertad. Si una persona no tiene cubiertos unos mínimos para vivir, no dispone de libertad real, ya que su libertad de elección se ve coartada por sus necesidades. Condicionar un ingreso mínimo a la aceptación de cualquier oferta de empleo conlleva reforzar el dominio del empresario en la relación laboral y debilitará aún más la posición de las trabajadoras y trabajadores a la hora de negociar. 

Si lo que se pretende es superar la trampa de la pobreza y el desincentivo que hipotéticamente pueden suponer las ayudas condicionadas, bien podría apostar el Gobierno Vasco por una Renta Básica de Ciudadanía. Definida por el Basic Income Earth Network como “una forma de renta mínima garantizada que difiere de las que existen actualmente en varios Estados europeos en tres importantes sentidos: primero, es pagada a los individuos y no a los hogares; segundo, es pagada independientemente de otras fuentes de rentas; finalmente, es pagada sin requerir el desempeño de ningún trabajo o de la voluntad de aceptar un empleo ofrecido”.

Esta fórmula garantiza las condiciones materiales de la libertad, establece una cobertura del 100%; elimina humillantes controles; erradica la estigmatización de la pobreza; garantiza mejor reparto de la riqueza; ahorra costes a la Administración; incentiva el autoempleo, el trabajo a tiempo parcial y el gusto por el riesgo; reconoce el trabajo voluntario y el doméstico; hace desaparecer el fraude y supera la trampa de la pobreza. Una Renta Básica de Ciudadanía que no conoce obstáculos técnicos, pero conoce obstáculos políticos. Simplemente, no es aceptable para quienes están mejor. 

Salarios x Productividad = + Beneficios – Sueldo > Jonathan Martínez (Alternatiba)

La propuesta de la canciller alemana Angela Merkel de vincular los salarios a la productividad ha arrastrado una oleada de adhesiones. José Luis Bilbao, diputado general de Bizkaia, ha calificado la propuesta de Merkel de “gran idea” y en similares términos se han expresado Nuria López de Gereñu, actual secretaria general de Confebask y ex consejera de Transportes y Obras Públicas -¡vivan las puertas giratorias!-, la consejera del Gobierno Vasco Gemma Zabaleta, los portavoces de Adegi, CEOE, Banco de España, BBVA, Emilio Botín, Felipe González y Pedro Solbes.

Se trata de un intento de elevar el lucro empresarial a costa de bajar los salarios. Lejos de los focos que los medios de comunicación han dedicado a todos los anteriores, el economista Vicenç Navarro remarca que «el objetivo no es la defensa de la economía o de la competitividad, sino de los intereses de las grandes empresas a costa de los intereses de los trabajadores. Es lo que antes se llamaba lucha de clases, lo cual ahora se enmascara bajo el discurso de la competitividad».

Durante los últimos lustros, los beneficios han engordado por encima de las nóminas e, incluso, en muchos casos, las subidas salariales han quedado por debajo de la inflación, un crecimiento real negativo que disminuyó la capacidad adquisitiva de los trabajadores y las trabajadoras. Evidentemente, los emolumentos no se quisieron ligar a las ganancias en época de bonanza. Según datos del Eustat, la remuneración de los empleados y empleadas de la CAV ha pasado de representar el 57% del PIB en 1980 a caer al 50% en 2009, mientras que el excedente neto de explotación o los beneficios empresariales subían del 24% al 32%. Es decir, se han sustituido los salarios por los beneficios en el reparto de la riqueza. ¡Y todavía tienen la desvergüenza de exigir que concuerden con el aumento de la productividad! Por si fuera poco, el trozo de tarta de los impuestos netos sobre producción e importaciones ha caído en sólo tres años, de 2006 a 2009, a niveles de hace dos décadas, lo cual ha limitado la capacidad de mantener el gasto público por parte de las Administraciones.

En la situación de hoy en día, con una tasa de desempleo elevada, la clase empresarial y su representación política quieren aprovechar el estado de shock actual, en el que ven cómo se realizan reformas antisociales sin contestación alguna, para reducir los costes de las nóminas e hinchar aún más sus dividendos. Pero, al contrario de lo que afirman, son los bajos salarios los que determinan un menor rendimiento, puesto que éstos desincentivan al empresario a invertir en productividad. Además, tal y como afirma la Organización Internacional del Trabajo, el aumento de la productividad provoca más desempleo.

En suma, se trata de un nuevo movimiento para engrosar los beneficios a costa de los trabajadores y trabajadoras. Desestiman la posibilidad de aprovechar los avances tecnológicos para reducir las jornadas laborales. ¡Nada de pensar en repartir las horas de trabajo para que más gente pueda tener un empleo, mejorar el bienestar de la sociedad con más horas para la acción social y el ocio! De lo que se trata es de explotar más a la plantilla mientras ésta ve cómo merma su capacidad adquisitiva. Sin embargo, ¿qué ocurrirá cuando el colectivo asalariado no pueda adquirir lo que él mismo produce? ¿Qué ocurriría en un escenario, nada descartable, en el que la productividad cae por la subida del precio de la energía? Si no se han ligado los emolumentos al incremento de beneficios hasta ahora, ¿por qué hablan ahora de vicularlos a la productividad?

Lo cierto es que quienes con mayor voluntad apoyan estas medidas son quienes más tienen que callar. José Luis Bilbao actúa como un hooligan del neoliberalismo, y eso a pesar de haberse dejado engañar por la estafa de Madoff en el caso de Zabalgarbi. Otro que se ha sumado al carro ha sido Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, quien también se alinea con la opinión de la canciller alemana a pesar de que la productividad en su tarea de prever las crisis inmobiliaria y financiera sea más que discutible. El Gobierno Vasco tampoco se ha quedado al margen. Gemma Zabaleta, consejera de Empleo y Asuntos Sociales, augura un “futuro poco próspero” si no se introduce el factor de la productividad en los salarios, lo cual invita a preguntarle: ¿Cómo afectará a su sueldo el retraso productivo de 20 leyes que acumula el Gobierno de Patxi López?

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Del mundo árabe a America Latina> Santiago Alba y Alma Allende (Rebelión)

Fuente: Rebelion

Autores: Santiago Alba Rico y Alma Allende

Tenemos la impresión de que un gran proceso emancipatorio mundial puede verse abortado por la implacable ferocidad de Gadafi, la intervención estadounidense y la poca clarividencia de América Latina. Describiríamos así la situación: en una zona del mundo ligada de nuevo por fuertes solidaridades internas y de la que sólo se esperaba letargo o fanatismo ha surgido una oleada de levantamientos populares que amenaza con hacer caer, uno detrás de otro, a todos los aliados de las potencias occidentales en la región. Con independencia de las muchas diferencias locales, estos levantamientos tienen algo en común que, por cierto, los distingue radicalmente de las “revoluciones” rosadas y naranjas promovidas por el capitalismo en la órbita ex soviética: demandan democracia, sí, pero lejos de estar fascinadas por Europa y los EEUU son depositarias de una larga, arraigada, radical tradición antiimperialista forjada en torno a Palestina e Iraq. Tenemos la impresión de que un gran proceso emancipatorio mundial puede verse abortado por la implacable ferocidad de Gadafi, la intervención estadounidense y la poca clarividencia de América Latina. Describiríamos así la situación: en una zona del mundo ligada de nuevo por fuertes solidaridades internas y de la que sólo se esperaba letargo o fanatismo ha surgido una oleada de levantamientos populares que amenaza con hacer caer, uno detrás de otro, a todos los aliados de las potencias occidentales en la región. Con independencia de las muchas diferencias locales, estos levantamientos tienen algo en común que, por cierto, los distingue radicalmente de las “revoluciones” rosadas y naranjas promovidas por el capitalismo en la órbita ex soviética: demandan democracia, sí, pero lejos de estar fascinadas por Europa y los EEUU son depositarias de una larga, arraigada, radical tradición antiimperialista forjada en torno a Palestina e Iraq. Tenemos la impresión de que un gran proceso emancipatorio mundial puede verse abortado por la implacable ferocidad de Gadafi, la intervención estadounidense y la poca clarividencia de América Latina. Describiríamos así la situación: en una zona del mundo ligada de nuevo por fuertes solidaridades internas y de la que sólo se esperaba letargo o fanatismo ha surgido una oleada de levantamientos populares que amenaza con hacer caer, uno detrás de otro, a todos los aliados de las potencias occidentales en la región. Con independencia de las muchas diferencias locales, estos levantamientos tienen algo en común que, por cierto, los distingue radicalmente de las “revoluciones” rosadas y naranjas promovidas por el capitalismo en la órbita ex soviética: demandan democracia, sí, pero lejos de estar fascinadas por Europa y los EEUU son depositarias de una larga, arraigada, radical tradición antiimperialista forjada en torno a Palestina e Iraq. No hay en los levantamientos populares árabes ni asomo de socialismo, pero tampoco de islamismo ni -lo más importante- de seducción eurocéntrica: se trata al mismo tiempo de una revuelta económica y de una revolución democrática, nacionalista y anticolonial, lo que abre de pronto, cuarenta años después de su derrota, una inesperada oportunidad para las izquierdas socialistas y panarabistas de la región.

La América Latina progresista, cuyos pioneros procesos emancipatorios constituyen la esperanza del antiimperialismo mundial, debería apoyar en estos momentos al mundo árabe sin reservas, adelantándose a la estrategia de las potencias occidentales, desbordadas por los acontecimientos y a las que Gadafi está dando la oportunidad de un regreso -militar quizás, pero sobre todo propagandístico- como paladín de los derechos humanos y la democracia. Ese discurso es poco creíble en esta zona del mundo, donde Fidel y Chávez gozan de un enorme crédito popular, pero si América Latina se alinea, por activa o por pasiva, con el tirano, no sólo los contagiosos avances populares, que lamen ya Europa y se han trasladado a Wisconsin, se verán irremediablemente detenidos, sino que se producirá una nueva fractura en el campo antiimperialista que los EEUU, siempre vigilantes, relojeros del mundo, aprovecharán para recuperar el terreno perdido. Algo de eso puede estar ya ocurriendo como resultado de una combinación de desconocimiento y de antiimperialismo esquemático y sumario. Los pueblos árabes, que vuelven a la escena de la historia, necesitan el apoyo de sus hermanos latinoamericanos, pero es sobre todo la relación de fuerzas mundial la que no puede permitirse una vacilación por parte de Cuba y Venezuela sin que Cuba y Venezuela sufran también las consecuencias y las sufran con ellos América Latina y las esperanzas de transformación a nivel planetario.

Podemos alegar que sabemos poco de lo que ocurre en Libia y sospechar de las condenas occidentales, mediáticas e institucionales, de los últimos días. Podemos quedarnos en eso. Los imperialistas son más inteligentes. Ellos, que tienen muchos intereses concretos en la zona, han defendido hasta el final a sus dictadores, pero cuando han comprendido que eran insostenibles los han dejado caer y han elegido otra estrategia: apoyar procesos democráticos controlados, seleccionar minorías postmodernas como motor de cambios limitados y desplegar sin pudor, a sabiendas de que la memoria es corta y los reflejos de la izquierda muy inmediatos, un nuevo arco iris de retórica democrática. Habrá que oponerse a cualquier injerencia occidental, pero no creo, sinceramente, que la OTAN vaya a invadir Libia; lo que sí nos parece es que esta amenaza, apenas apuntada, tiene el efecto de enredar y emborronar el campo antiimperialista, y esto hasta el punto de hacernos olvidar algo que sí deberíamos saber: quién es Gadafi. Olvidarlo puede producir al menos tres efectos terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y «represtigiar» el muy dañado discurso democrático imperialista. Todo un triunfo, sin duda, para los intereses imperialistas en la región.

Gadafi ha sido durante los últimos diez años un gran amigo de la UE y de EEUU y de sus dictadores aliados en la zona. Baste recordar las incendiarias declaraciones de apoyo del Calígula libio al depuesto Ben Alí, a cuyas milicias muy probablemente proporcionó armas y dinero en los días posteriores al 14 de enero. Baste recordar también la dócil colaboración de Gadafi con los EEUU en el marco de la llamada “guerra antiterrorista”. La colaboración política ha ido acompañada de estrechos vínculos económicos con la UE, incluida España: la venta de petróleo a Alemania, Italia, Francia y EEUU ha sido paralela a la entrada en Libia de las grandes compañías occidentales (la española Repsol, la británica British Petroleum, la francesa Total, la italiana ENI o la austriaca OM), por no hablar de los suculentos contratos de las constructoras europeas y españolas en Trípoli. Por lo demás, Francia y EEUU no han dejado de proporcionarle armas para que ahora mate desde el aire a su propio pueblo, siguiendo el ejemplo de la Italia imperial desde 1911. En 2008 la ex secretaria de Estado Condoleeza Rice lo dejó muy claro: “Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia”.

Cuando Gadafi visitó Francia en diciembre de 2007, Ayman El-Kayman resumió la situación en un párrafo que reproduzco aquí: “Hace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el Occidente democrático un individuo poco recomendable: para que le sacaran de la lista estadounidense de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino Unido, dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia; para normalizarlas con Estados Unidos, dio toda la información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihadjunto a Bin Laden y renunció a sus “armas de destrucción masiva”, además de pedir a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la Unión Europea, se transformó en guardián de los campos de concentración, donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí, le entregó a opositores refugiados en Libia”.

Como se ve, Gadafi no es ni un revolucionario ni un aliado, ni siquiera táctico, de los revolucionarios del mundo. En 2008 Fidel y Chávez (junto a Mercosur) denunciaron  justamente la llamada “directiva de la vergüenza” europea que reforzaba la ya muy severa persecución en Europa de la humanidad desnuda de las pateras y los muros. De todos los crímenes de Gadafi quizás el más grave y el menos conocido es su complicidad en la política migratoria de la UE, particularmente italiana, como verdugo de emigrantes africanos. Quien quiera una amplia información sobre el tema puede leer Il Mare di mezzo, del valiente periodista Gabriele del Grande, o acudir a su página web, Fortresseuropedonde se recogen algunos documentos espeluznantes. Ya en 2006 Human Rights Watch y Afvic denunciaban los arrestos arbitrarios y torturas en centros de detención libios financiados por Italia. El acuerdo Berlusconi-Gadafi de 2003 puede leerse completo en la página de Gabriele del Grande y sus consecuencias se resumen sucinta y dolorosamente en el grito de Farah Anam, fugitiva somalí de los campos de la muerte libios: “Prefiero morir en el mar que regresar a Libia”. A pesar de las denuncias que hablan de verdaderas prácticas de exterminio -o precisamente por ellas, que demuestran la eficacia de Gadafi como guardián de Europa- la Comisión Europea firmó en octubre una «agenda de cooperación” para la «gestión de los flujos migratorios” y el «control de las fronteras», válido hasta 2013 y acompañado de la entrega a Libia de 50 millones de euros.

La relación de Europa con Gadafi ha rozado la sumisión. Berlusconi, Sarkozy, Zapatero y Blair lo recibieron con abrazos en 2007 y el propio Zapatero lo visitó en Trípoli en 2010. Incluso el rey Juan Carlos se desplazó a Trípoli en enero de 2009 para promocionar a las empresas españolas. Por otro lado, la UE no dudó en humillarse y disculparse públicamente el 27 de marzo de 2010 a través del entonces ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, por haber prohibido a 188 ciudadanos libios la entrada en Europa a raíz del conflicto entre Suiza y Libia por la detención de un hijo de Gadafi en Ginebra acusado de maltratar a su personal doméstico. Aún más: la UE no emitió la menor protesta cuando Gadafi adoptó represalias económicas, comerciales y humanas contra Suiza ni cuando efectuó un llamamiento a la guerra santa contra este país ni cuando declaró públicamente su deseo de que fuera barrido del mapa.

Y si ahora estos amigos imperialistas de Gadafi -que ven cómo el mundo árabe se voltea sin su intervención- condenan la dictadura libia y hablan de democracia, entonces nosotros vacilamos. Aplicamos las plantillas universales de la lucha antiimperialista, con sus teorías de la conspiración y su paradójica desconfianza hacia los pueblos, y pedimos tiempo para que se disuelva la nube de polvo que levantan las bombas lanzadas desde el aire -a fin de estar seguros de que debajo no hay un cadáver de la CIA. Eso cuando no apoyamos directamente, como el gobierno de Nicaragua, a un criminal cuyo contacto más liviano sólo puede manchar para siempre a cualquiera que se reclame de izquierdas o progresista. No es la OTAN quien está bombardeando a los libios sino Gadafi. “Fusil contra fusil” es la canción de la revolución; “misil contra civil” es algo que no podemos aceptar y que, aún antes de hacernos preguntas, debemos condenar con toda energía e indignación. Pero hagámonos también las preguntas. Porque si nos hacemos preguntas, las respuestas que tenemos -por pocas que sean- demuestran además de qué lado deben estar en estos momentos los revolucionarios del mundo. Ojalá caiga Gadafi -hoy mejor que mañana- y América Latina comprenda que lo que ocurre en estos momentos en el mundo árabe tiene que ver, no con los planes maquiavélicos de la UE y EEUU (que sin duda maniobran en la sombra), sino con los procesos abiertos en Nuestra América, la de todos, la del ALBA y la dignidad, desde principios de los años 90, siguiendo la estela de la Cuba de 1958. La oportunidad es grande y puede ser la última para revertir definitivamente la actual relación de fuerzas y aislar a las potencias imperialistas en un nuevo marco global. No caigamos en una trampa tan fácil. No despreciemos a los árabes. No son socialistas, no, pero en los dos últimos meses, de manera inesperada, han dejado al desnudo la hipocresía de la UE y los EEUU, han expresado su deseo de una democracia auténtica, lejos de todo tutelaje colonial, y han abierto un espacio para poner en dificultades desde la izquierda los intentos de reconversión, también territorial, del capitalismo. Es la América Latina del ALBA, la del Che y Playa Girón, cuyo prestigio en esta zona estaba intacto hasta ayer, la que tiene que apoyar el proceso antes de que el relojero del mundo vuelva a hacer girar las manillas hacia atrás y a su favor. Los países capitalistas tienen “intereses”; los socialistas sólo “límites”. Muchos de esos “intereses” estaban con Gadafi, pero ninguno de esos “límites” tiene nada que ver con él. Es un criminal y además un estorbo. Por favor, compañeros revolucionarios de América Latina, los compañeros revolucionarios del mundo árabe están pidiéndo que no lo sostengáis.

Las pensiones. Verdades y mentiras> Miren Etxezarreta (Social Art Productions)

Charla realizada en Zaragoza y organizada por diferents colectivos críticos con el sistema capitalista.

Grabado por Social Arts Producciones

<iframe src="http://player.vimeo.com/video/19077269" width="400" height="226" frameborder="0"></iframe><p><a href="http://vimeo.com/19077269">Las pensiones. Verdades y mentiras. (Miren Etxezarreta)</a> from <a href="http://vimeo.com/user2410226">Social Art Producciones</a> on <a href="http://vimeo.com">Vimeo</a>.</p>

Lo que no se conoce sobre Egipto> Vicencs Navarro (Rebelion)

Autor: Vicenç Navarro

Fuente: Rebelión

La caída del dictador Mubarak como resultado de la movilización popular es un motivo de alegría para toda persona con sensibilidad democrática. Pero esta misma sensibilidad democrática debería concienciarnos de que la versión de lo ocurrido que ha aparecido en los medios de información de mayor difusión internacional (desde Al Yazira a The New York Times y CNN) es incompleta o sesgada, pues responde a los intereses que los financian. Así, la imagen general promovida por aquellos medios es que tal evento se debe a la movilización de los jóvenes, predominantemente estudiantes y profesionales de las clases medias, que han utilizado muy exitosamente las nuevas técnicas de comunicación (Facebook y Twitter, entre otras) para organizarse y liderar tal proceso, iniciado, por cierto, por la indignación popular en contra de la muerte en prisión, consecuencia de las torturas sufridas, de uno de estos jóvenes.

Esta explicación es enormemente incompleta. En realidad, la supuesta revolución no se inició hace tres semanas y no fue iniciada por estudiantes y jóvenes profesionales. El pasado reciente de Egipto se caracteriza por luchas obreras brutalmente reprimidas que se han incrementado estos últimos años. Según el Egypt’s Center of Economic and Labor Studies, sólo en 2009 existieron 478 huelgas claramente políticas, no autorizadas, que causaron el despido de 126.000 trabajadores, 58 de los cuales se suicidaron. Como también ocurrió en España durante la dictadura, la resistencia obrera democrática se infiltró en los sindicatos oficiales (cuyos dirigentes eran nombrados por el partido gobernante, que sorprendentemente había sido aceptado en el seno de la Internacional Socialista), jugando un papel clave en aquellas movilizaciones. Miles y miles de trabajadores dejaron de trabajar, incluidos los de la poderosa industria del armamento, propiedad del ejército. Se añadieron también los trabajadores del Canal de Suez (6.000 trabajadores) y, por fin, los empleados de la Administración pública, incluyendo médicos y enfermeras (que desfilaron con sus uniformes blancos) y los abogados del Estado (que desfilaron con sus togas negras). Uno de los sectores que tuvo mayor impacto en la movilización fue el de los trabajadores de comunicaciones y correos, y los del transporte público.

Los centros industriales de Asyut y Sohag, centros de la industria farmacéutica, energía y gas, también dejaron de trabajar. Las empresas en Sharm El-Sheikh, El-Mahalla Al Kubra, Dumyat y Damanhour, centros de la industria textil, muebles y madera y alimentación también pararon su producción. El punto álgido de la movilización obrera fue cuando la dirección clandestina del movimiento obrero convocó una huelga general.

Los medios de información internacionales se centraron en lo que ocurría en la plaza Tahrir de El Cairo, ignorando que tal concentración era la cúspide de un témpano esparcido por todo el país y centrado en los lugares de trabajo –claves para la continuación de la actividad económica– y en las calles de las mayores ciudades de Egipto.

El ejército, que era, y es, el ejército de Mubarak, no las tenía todas consigo. En realidad, además de la paralización de la economía, tenían temor a una rebelión interna, pues la mayoría de los soldados proceden de familias muy pobres de barrios obreros cuyos vecinos estaban en la calle. Mandos intermedios del ejército simpatizaban también con la movilización popular, y la cúpula del ejército (próxima a Mubarak) sintió la necesidad de separarse de él para salvarse a sí misma. Es más, la Administración de Obama, que al principio estuvo en contra de la dimisión de Mubarak, cambió y presionó para que éste se fuera. El Gobierno federal ha subvencionado con una cantidad de 1.300 millones de dólares al año al ejército de aquel país y éste no podía desoír lo que el secretario de Defensa de EEUU, Robert Gates, estaba exigiendo. De ahí que el director de la CIA anunciase que Mubarak dimitiría y, aunque se retrasó unas horas, Mubarak dimitió.

Ni que decir tiene que los jóvenes profesionales que hicieron uso de las nuevas técnicas de comunicación (sólo un 22% de la población tiene acceso a Internet) jugaron un papel importante, pero es un error presentar aquellas movilizaciones como consecuencia de un determinismo tecnológico que considera la utilización de tecnología como el factor determinante. En realidad, la desaparición de dictaduras en un periodo de tiempo relativamente corto, como resultado de las movilizaciones populares, ha ocurrido constantemente. Irán (con la caída del Sha), el Muro de Berlín, la caída de las dictaduras del Este de Europa, entre otros casos, han caído, una detrás de otra, por movilizaciones populares sin que existiera Internet. Y lo mismo ocurrió en Túnez, donde, por cierto, la resistencia de la clase trabajadora también jugó un papel fundamental en la caída del dictador, cuyo partido fue también, sorprendentemente, admitido en la Internacional Socialista.

El futuro, sin embargo, comienza ahora. Es improbable que el ejército permita una transición democrática. Permitirá establecer un sistema multipartidista, muy limitado y supervisado por el ejército, para el cual el enemigo número uno no es el fundamentalismo islámico (aunque así lo presenta, con el fin de conseguir el apoyo del Gobierno federal de EEUU y de la Unión Europea), sino la clase trabajadora y las izquierdas, que son las únicas que eliminarían sus privilegios. No olvidemos que las clases dominantes de Irán, Irak y Afganistán apoyaron el radicalismo musulmán (con el apoyo del Gobierno federal de EEUU y de Arabia Saudí) como una manera de parar a las izquierdas. Una de las primeras medidas que ha tomado la Junta Militar ha sido prohibir las huelgas y las reuniones de los sindicalistas. Sin embargo, esta movilización obrera apenas apareció en los mayores medios de información.

Reflexiones sobre el Bai Center de Gasteiz> Josu Estarrona (Alternatiba)

La polémica ha acompañado al proyecto de auditorio y palacio de congresos desde sus primeros pasos: primero hubo controversia por su ubicación; luego, por los 159.000 euros empleados en construir una maqueta acústica de la futura sala sinfónica; después vino el costoso viaje de concejales y técnicos a Japón; y lo último ha sido la contratación a la empresa “Bassat Ogilvy Comunicación”, para buscar un nombre con el que bautizar al centro. Merece la pena detenerse un momento a reflexionar sobre el proyecto. En concreto, sobre una de sus tres patas: el auditorio, que, junto con el área de congresos y el espacio expositivo, integrará el futuro Bussines & Arts International Center  –BAI Center–.

El Ayuntamiento defiende su ubicación arguyendo que se encuentra en el nudo de una  importante red de comunicaciones: la futura estación autobuses y del Tren de Alta Velocidad, el aeropuerto,  la autopista… Parece que el proyecto estuviera dirigido en mayor medida a usuarios externos que a la propia ciudadanía de Vitoria-Gasteiz. Quizás, su futura ubicación se deba a criterios de descongestión cultural del centro y barrios de la ciudad (¡ja,ja!).

En cuanto a la maqueta acústica, el pago de la reproducción a escala puede estar justificado, ya que por todas y todos es sabido que en la capital alavesa existe una cantidad ingente de ciudadanas/os expertos en acústica, ¿verdad? Y, por si la opinión de la ciudadanía no fuese suficiente, nuestros ilustres políticos asisten a experimentar y conocer de primera mano las excelencias acústicas de auditorios diseñados por Yasuhisa Toyota.  ¡Uff! ¡Qué alivio! Y como el gasto no es suficiente -y ahora ya sin ironía- se contrata a una empresa para buscar un nombre y suponemos que para diseñar los aspectos concernientes a marketing y comunicación. Añadimos a esto los emolumentos que se vienen pagando a un y unos  asesores desde dos años antes de la aprobación municipal del proyecto.

Ante este escenario, desde Alternatiba Gasteiz queremos plantear una serie de reflexiones en torno al área cultural del denominado centro de negocios y cultura para el siglo XXI.

El Teatro Principal dispone de 988 localidades. ¿Son acaso insuficientes? Sólo en conciertos sinfónicos y espectáculos teatrales muy puntuales se completa el total del aforo. Se va a construir un auditorio con un aforo de 1550 localidades ¿Existe tal demanda?

La sala de vanguardia pretende acoger conciertos de menor formato, como solistas y música de cámara. El aforo previsto es de 520 personas. Actualmente, el Aula de Fundación Caja Vital puede acoger 268 espectadores, que, de momento – y tras muchos años de andadura-, viene siendo más que suficiente. Cabe añadir que se ha recortado la programación de los Martes Musicales por falta de presupuesto. Por tanto: ¿está justificado duplicar el aforo para este formato de conciertos? ¿Cuál es el perfil de los espectadores? ¿Existe demanda? Recordemos en este punto que el Aula Magna del Conservatorio, con parada de tranvía (que tanto preocupa), dispone de un aforo de alrededor de 570 espectadores y una calidad acústica muy buena; pregunten si no a los entendidos. Se trata de un espacio, como tantos otros, infrautilizado, sin duda.

La que sí que estaba siempre a rebosar era la iglesia de San Pedro. Allí tenía lugar  la Semana de Música antigua, una cita musical muy demandada. Una cita que, por cierto, en 2010 no se celebró por problemas económicos, entre otros. Sí: la iglesia de San Pedro se quedaba pequeña. Pero, ¿sería el nuevo auditorio el espacio más adecuado para interpretar música medieval, renacentista y barroca? ¿No podría destinarse parte del dinero que se va a gastar en el complejo de Lakua a recuperar un evento con tantos espectadores?

Recordemos que la semana coral de Álava también ha desaparecido del ámbito cultural alavés por problemas de financiación. ¿Para que queremos un auditorio si no traemos masas corales?

Para otro tipo de espectáculos destinados a un público numeroso, se prevé un área expositiva y de espectáculos con un aforo para 6.500 personas. ¿Pero no teníamos ya un multiusos? Su aforo es de 7500 espectadores; y sin embargo, salvo en la Feria de La Blanca, está siempre -¡siempre!- vacío.  ¿Y qué hay del pabellón Buesa Arena? ¿Se le saca jugo? ¿Se exprimen sus posibilidades?

Además de los citados, en Vitoria-Gasteiz disponemos de otros espacios culturales, como es el caso de la Escuela Municipal de Música Luis Aramburu (con 130 butacas), la Sala Ignacio Aldecoa (para 183 personas), la Sala Luis Ajuria, las Aulas Magnas de las facultades… y un largo etcétera.

También en el caso de espacios artísticos y para exposiciones la lista es larga: Artium, Montehermoso, Sala Fundación Caja Vital, Sala Araba, Luis de Ajuria, Sala Amárica, inminentes instalaciones de Krea y otro largo etcétera.

Cuando se crean nuevos espacios, hay que llenarlos de vida y de cultura. ¿Qué papel van a jugar los teatros de la red municipal? ¿Es bueno hacer grandes colosos culturales en detrimento de la cultura que nace y se hace en nuestros barrios? ¿Cuánto se está invirtiendo en cultura de base?

Vivimos en un gran país, pero pequeño. En las otras capitales hay instalaciones con las características del BAI center. Por suerte o por desgracia, con el Tren de Alta Velocidad estaremos en 28 minutos en Bilbao, en 25 minutos en Pamplona y en 34 minutos en Donostia.

Sinceramente, nuestra ciudad dispone actualmente de estructuras suficientes como para atender sin problemas la demanda cultural existente. Es verdad que el Teatro Principal no puede atender a la demanda para el Festival Internacional de Teatro, para el de la Magia o para la Danza. Pero esto no lo va a resolver el nuevo auditorio, porque, por su concepción y diseño, no podrá acoger ni obras de teatro ni actuaciones de danza, o de zarzuela, y mucho menos ópera.  

Desde Alternatiba Gasteiz consideramos que la actual coyuntura económica no es adecuada para acometer proyectos de semejante envergadura. La cultura, si bien en términos sociales es una inversión,  en términos económicos es deficitaria: gestionemos mejor los actuales espacios culturales y destinemos más recursos a la cultura de base, para que la demanda aumente en un futuro. Si los ciudadanos no tenemos estímulos y educación cultural, jamás demandaremos los actos culturales para los que está proyectado el nuevo auditorio

¿Cuánto Jazz se consume durante el año en Vitoria-Gasteiz? ¿Cuánta gente se queda sin poder acceder a la escuela municipal de música Luis Aramburu, teniendo que acudir a academias privadas?, ¿En qué condiciones está el conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela? ¿Cuál es la aportación municipal al Taller de Artes Escénicas? ¿Cuántos/as vitorianos/as visitamos nuestra excelente red de museos?

Queridos/as dirigentes, no se aventuren ni precipiten; hagan caso a Hermann Hesse:

“La práctica debería ser producto de la reflexión, no al contrario”.

Todo lo sólido se desvanece en la calle> Raul Zibechi (Rebelion)

Artículo de Raul Zibechi publicado en Rebelion

Imagen: Emad Rauf

Las revueltas del hambre que sacuden al mundo árabe pueden ser apenas las primeras oleadas del gran tsunami social que se está engendrando en las profundidades de los pueblos más pobres del planeta. El fenomenal aumento del precio los alimentos (58% el maíz, 62% el trigo en un año) se está convirtiendo en la espoleta que dinamiza los estallidos, pero el combustible lo aporta la brutal especulación financiera que se está focalizando, nuevamente, en las materias primas. Algunos precios ya superaron los picos de 2008, aunque el Banco Mundial y el FMI se muestran incapaces de frenar la especulación con los alimentos, con la vida.

Dos hechos llaman la atención en la revuelta árabe: la velocidad con que las revueltas de hambre se convirtieron en revueltas políticas y el temor de las elites dominantes que no atinaron, durante décadas, a otra cosa que no fuera resolver problemas políticos y sociales con seguridad interna y represión. La primera habla de una nueva politización de los pobres del Medio Oriente. La segunda, de las dificultades de los de arriba para convivir con esa politización. El sistema está mostrando sobradamente que puede convivir con cualquier autoridad estatal, aún la más “radical” o “antisistema”, pero no puede tolerar la gente en la calle, la revuelta, la rebelión permanente. Digamos que la gente en la calle es el palo en la rueda de la acumulación de capital, por eso una de las primeras “medidas” que tomaron los militares luego de que Mubarak se retirara a descansar, fue exigir a la población que abandonara la calle y retornara al trabajo.

Si los de arriba no pueden convivir con la calle y las plazas ocupadas, los de abajo -que hemos aprendido a derribar faraones- no aprendimos aún cómo trabar los flujos, los movimientos del capital. Algo mucho más complejo que bloquear tanques o dispersar policías antimotines, porque a diferencia de los aparatos estatales el capital fluye desterritorializado, siendo imposible darle caza. Más aún: nos atraviesa, modela nuestros cuerpos y comportamientos, se mete en nuestra vida cotidiana y, como señaló Foucault, comparte nuestras camas y sueños. Aunque existe un afuera del Estado y sus instituciones, es difícil imaginar un afuera del capital. Para combatirlo no son suficientes ni las barricadas ni las revueltas.

Pese a estas limitaciones, las revueltas del hambre devenidas en revueltas antidictatoriales son cargas de profundidad en los equilibrios más importantes del sistema-mundo, que no podrá atravesar indemne la desestabilización que se vive en Medio Oriente. La prensa de izquierda israelí acertó al señalar que lo que menos necesita la región es algún tipo de estabilidad. En palabras de Gideon Levy, «estabilidad es que millones de árabes, entre ellos dos millones y medio de palestinos, vivan sin derechos o bajo regímenes criminales y terroríficas tiranías» (Haaretz, 10 de febrero de 2011).

Cuando millones de personas ganan las calles, todo es posible. Como suele suceder en los terremotos, primero caen las estructuras más pesadas y peor construidas, o sea los regímenes más vetustos y menos legítimos. Sin embargo, una vez pasado el temblor inicial, comienzan a hacerse visibles las grietas, los muros cuarteados y las vigas que, sobreexigidas, ya no pueden soportar las estructuras. A los grandes sacudones suceden cambios graduales pero de mayor profundidad. Algo de eso vivimos en Sudamérica entre el Caracazo venezolano de 1989 y la segunda Guerra del Gas de 2005 en Bolivia. Con los años, las fuerzas que apuntalaron el modelo neoliberal fueron forzadas a abandonar los gobiernos para instalarse una nueva relación de fuerzas en la región.

Estamos ingresando en un período de incertidumbre y creciente desorden. En Sudamérica existe una potencia emergente como Brasil que ha sido capaz de ir armando una arquitectura alternativa a la que comenzó a colapsar. La UNASUR es buen ejemplo de ello. En Medio Oriente todo indica que las cosas serán mucho más complejas, por la enorme polarización política y social, por la fuerte y feroz competencia interestatal y porque tanto Estados Unidos como Israel creen jugarse su futuro en sostener realidades que ya no es posible seguir apuntalando.

Medio Oriente conjuga algunas de las más brutales contradicciones del mundo actual. Primero, el empeño en sostener un unilateralismo trasnochado. Segundo, es la región donde más visible resulta la principal tendencia del mundo actual: la brutal concentración de poder y de riqueza. Nunca antes en la historia de la humanidad un solo país (Estados Unidos) gastó tanto en armas como el resto del mundo junto. Y es en Medio Oriente donde ese poder armado viene ejerciendo toda su potencia para apuntalar el sistema-mundo. Más: un pequeñísimo Estado de apenas siete millones de habitantes tiene el doble de armas nucleares que China, la segunda potencia mundial.

Es posible que la revuelta árabe abra una grieta en la descomunal concentración de poder que exhibe esa región desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sólo el tiempo dirá si se está cocinando un tsunami tan potente que ni el Pentágono será capaz de surfear sobre sus olas. No debemos olvidar, empero, que los tsunamis no hacen distinciones: arrastran derechas e izquierdas, justos y pecadores, rebeldes y conservadores. Es, no obstante, lo más parecido a una revolución: no deja nada en su lugar y provoca enormes sufrimientos antes de que las cosas vuelvan a algún tipo de normalidad que puede ser mejor o menos mala.

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