Morir no es una opción

Luis Salgado – Alternatiba

“No hay nada inevitable, salvo la muerte” reza un dicho popular y del que, sin embargo, parecemos querer huir a diario. De un tiempo a esta parte nadie muere porque sea ley de vida. Todo el que fallece lo hace por un motivo. Un cáncer, una parada cardio-respiratoria, infarto cerebral… etc. Y contra todos esos motivos tenemos una respuesta. Más deporte, comida más sana, fármacos, cuidados… Pareciera a veces que quien se muere ha sido por su propia ineptitud más que por que al final de la vida siempre nos espere la Parca. Un mantra similar al de la pobreza. Se es pobre porque no nos esforzamos lo suficiente para ser ricos. Y tragamos.
 
Cómo vamos tragando nos van aumentando la dosis a todos los niveles. La última en Araba viene de la Diputación, de su Departamento de Servicios Sociales, y un estudio encargado por el mismo según el cual, casi la totalidad de nuestros mayores desearían vivir en su casa cuidados por sus hijos. Pero deseo no es igual a realidad, deberíamos saberlo. Lo grave es que la Diputación, una institución pública, recoja ese anhelo legítimo de las personas y lo convierta en directriz política, en coartada para legitimar los recortes y la involución social.
 
El planteamiento de que las personas mayores han de quedarse en casa cuidados por sus familiares es una involución inaceptable e imposible en la sociedad del siglo XXI.
 
En primer lugar, porque estamos hablando de que si la persona que requiere cuidados tiene más de 80 años como dice el “estudio”, su hija, a la que Diputación quiere responsabilizar de hacerse cargo de su cuidado, probablemente tenga más de 60 y a su vez empezará a ser demandante de cuidados.
 
En segundo lugar, porque las familias del siglo XXI cada vez tienen menos que ver con las del siglo XX. El número de personas que llegan a esas edades sin descendencia por diversos motivos aumenta. Y hay que tener en cuenta que las relaciones familiares no tienen por qué ser fluidas y óptimas.
 
En tercer lugar hay que tener en cuenta que en esta sociedad profundamente patriarcal, el responsabilizar de los cuidados a la familia es igual a decir que las hijas serán quienes tomen esa responsabilidad. Atando nuevamente a la mujer al hogar, después de que, muy probablemente lo hayan estado mientras cuidaban de sus propios hijos.
 
Y si juntamos todo el cocktail anterior no sería difícil imaginar que para que se pudiera dar, siempre según los cánones actuales, ese cuidado en el hogar, tendríamos que meter bajo un mismo techo a cuatro generaciones, lo que unido a un mercado laboral precario como nunca acrecentaría las situaciones críticas de exclusión, pobreza y marginación.

Por supuesto que el ideal de futuro en cuanto a la atención de nuestros mayores es lograr extender la autonomía de estos al máximo. Que puedan vivir de manera autónoma el máximo tiempo posible. Sin embargo ese objetivo es inalcanzable con los recursos existentes en la actualidad. Mantener a un usuario actual de una residencia en su domicilio significa apostar por proyectos colaborativos y apoyos profesionalizados 24 horas al día. En definitiva, una inversión  muy superior de la que se realiza en estos momentos para mantener una red residencial. Pero el estudio, y sobre todo las conclusiones de la Diputación, no van en ese sentido, sino que lo que plantean es reforzar unas ayudas económicas que son claramente insuficientes, y que buscan atar a las mujeres de por vida al cuidado de sus familias. Una vergüenza viniendo de una institución pública en pleno siglo XXI.

Del blog El mundo imperfecto

¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura?

Joxemari Carrere

A la hora de hablar sobre cultura surge un primer problema en torno a la definición de la misma. ¿Qué es la cultura? ¿Cómo se define? Seguramente es algo que cada cual, aunque no exactamente, podemos sobreentender. De todas maneras si preguntamos a cualquiera, hasta a nosotros mismos, sobre lo que entendemos por cultura, las definiciones serán dispares. Esta dificultad ha tenido sus vaivenes a lo largo de la historia. Desde su definición en relación a la agricultura, que utilizaban allá por el siglo XVIII, hasta las actuales, las reflexiones en torno a este tema han sido expuestas por filósofos, políticos, antropólogos, etnólogos y, si me apuran, por la tertulia habitual del poteo. Ya los griegos hablaban del cultivo del alma humana para el desarrollo de la persona. Mucho más tarde se entendía el desarrollo de la cultura como el paso del ser humano de la barbarie a la civilización. Una persona culta sería una persona civilizada. En esta continua evolución de los intentos por definir la cultura, los mismos momentos históricos condicionan su entendimiento. Así, la Ilustración, base ideológica de la Revolución Francesa, hacía hincapié en la cultura como instrumento liberador de las personas desde una perspectiva universal y, al mismo tiempo, individual. La cultura como rasgo distintivo del ser humano ante el ser animal, como creación humana a lo largo de los siglos, como signo de progreso, como característica universal, impregna el cambio que trae la ilustración. Con ello el cultivo de las artes y la ciencia sufre un impulso tanto técnico como filosófico que marcará el devenir de las sociedades a partir de entonces. Ante este pensamiento tenemos a los filósofos románticos alemanes con la idea de lo cultural como definitoria de una identidad propia, surgiendo el concepto de distintas culturas en función de distintas identidades nacionales; desarrollando la idea de la cultura como característica definitoria de diferentes sociedades humanas, de un mundo heterogéneo y diverso, ante el concepto de universalidad. El orgullo nacional definido por una cultura propia y diferente de otras. Estos dos posicionamientos en torno a la cultura llegan hasta nuestros días, cruzándose, complementándose a veces, marcando, del mismo modo, posturas políticas muchas veces antagónicas. En definitiva, que esta cuestión de definir la cultura viene siendo un verdadero quebradero de cabeza, dada su importancia a la hora de entender el desarrollo de nuestras sociedades y su estructuración, tanto social como política.

Pero entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de cultura? Tratar de buscar una definición actual de su significación no es tema baladí, aún sabiendo que, tal y como nos enseña la historia, sea, quizás, algo transitorio y , seguramente, subjetivo. La importancia de esa necesidad hoy en día, viene dada por el lugar que ocupan las políticas culturas en las distintas administraciones que nos gobiernan. Las dinámicas culturales están condicionadas casi en su totalidad por dichas políticas, tanto directa como indirectamente, a través de ayudas económicas o de infraestructuras. Todas esas políticas, si bien están envueltas en discursos parecidos, no llegan a definir claramente ese conglomerado que llamaríamos cultura y se limitan a ofrecer una serie de servicios dirigidos a la sociedad en los que prevalece la idea de permitir un amplio acceso al consumo de propuestas culturales, en clara relación con el uso del tiempo libre.

La cultura como industria

Volviendo a las definiciones, el departamento de cultura de la Diputación Foral de Gipuzkoa, en la presentación de los presupuestos de 2016, definía la cultura como “un sistema de valores que estructura la sociedad. Un instrumento para la convivencia y la transformación social”. Dentro de esta definición proponían la actuaciones en el sector bajo dos premisas: el acercamiento de la cultura a la ciudadanía e impulsar las industrias culturales como fuente de riqueza y empleo. El mismo diputado de cultura Denis Itxaso, del PSE-EE, al anunciar la creación de una Unidad de Participación e Innovación Cultural, con el objetivo de gestionar los grandes proyectos estratégicos, presentaba dicha unidad como “una muestra de nuestra voluntad de desarrollar iniciativas culturales transformadoras que sean palanca de cambio en el modelo cultural”. Vemos, pues, cómo las instituciones, en este caso la Diputación de Gipuzkoa, entienden el desarrollo cultural a través de grandes inversiones en infraestructuras, con el objetivo, antes mencionado, de que la cultura sea una palanca de cambio y transformación social. Pero si nos fijamos bien, todo ese cambio viene impulsado por las grandes infraestructuras y el impulso al consumo cultural, siendo estos dos puntos claves en su gestión pública, bajo la idea de generación de empleo y riqueza, no cultural sino económica.

Vamos viendo, entonces, que cada vez más el impulso a la cultura viene asociado a un intento de desarrollo económico que, a modo de binomio fantástico, ayudará a generar dinámicas de bienestar y modernidad en las personas. Se nos muestra, así, la cultura ligada a la economía, siendo las instituciones públicas las generadoras y promotoras de ese impulso. Todo ello hace que el concepto de industrias culturales tenga cada vez más protagonismo, presentando  a éstas como el motor de la cultura en nuestra sociedad. Desde ese punto de vista, la gestión de la cultura se ve supeditada a un concepto de mercado en el cual las llamadas industrias culturales son la piedra angular de un sector identificado, no ya con esa esperanza de buscar el desarrollo intelectual y humano de las personas, sino como dinamizador económico.  En ningún momento, en cambio, se pone en cuestión el modelo económico por el cual se regirán dichas industrias y dinámicas económico-culturales. Vivimos en una sociedad basada en una economía capitalista en la cual es el mercado quien manda, quien ejerce presión para que la sociedad viva supeditada a las necesidades de dicho mercado; las cuales no buscan el necesario desarrollo social, cultural y libertario de las personas que la componen, no beneficiándose la inmensa mayoría de dichas dinámicas mercantiles, sino padeciéndolas. Unas industrias culturales integradas en una economía cultural que no cuestiona el modelo mercantil del que participa, no hacen sino perpetuar dicho modelo a través de una transmisión cultural cuyo objeto es el beneficio económico, lo cual condicionará indefectiblemente tanto el modelo de oferta cultural como el tipo de contenidos ofrecidos. Una economía cultural basada, dado el modelo capitalista en el que se insertan, en la oferta y la demanda, no podrá arriesgar en propuestas culturales que pongan en cuestión la plusvalía que deviene de las dinámicas del mercado capitalista. Las industrias culturales integradas en dicha economía impulsarían una oferta cultural basada en la ocupación del tiempo libre que las clases trabajadoras disfrutan, tiempo libre que se inserta dentro del esquema laboral capitalista, según el cual el tiempo de asueto no es más que el tiempo necesario para poder seguir produciendo; por lo cual dicha idea de tiempo libre no es tal desde el momento que forma parte de la cadena de producción capitalista. La oferta cultural desarrollada en dicho tiempo no podrá poner en cuestión, aunque pueda pretenderlo formalmente, esa relación laboral-social, ya que estará inserta en una idea ocupacional del tiempo libre, complementaria al tiempo de ocupación laboral.

La izquierda y la cultura

Ante este modelo de desarrollo cultural la izquierda debería impulsar otro no basado en la idea de una economía cultural que nos viene dada por el modelo económico en el que vivimos, sino inspirado por otro tipo de pensamientos que huyan del concepto economicista de la cultura así como de la idea de un tiempo libre meramente ocupacional relacionado con el tiempo de trabajo asalariado. Y es importante que lo haga no solo por la importancia que tiene a la hora de pensar una sociedad organizada en base a otros valores, sino también por la responsabilidad que tiene cuando gestiona instituciones en las cuales la cultura se provee de importantes recursos económicos y estructurales, tratando de impulsar la estructuración social a través de los mismos. Una izquierda que se considere transformadora, revolucionaria si se quiere, no puede pasar por esta cuestión sin plantearse las bases en las que se sustentan sus políticas culturales, así como su praxis, no solo a la hora de gestionar distintas instituciones, sino en su política general. Una izquierda que trabaje por una sociedad más justa, igualitaria y liberadora, no puede dejar en manos de las leyes del mercado las condiciones económicas y laborales de los trabajadores de la cultura, más bien al contrario, del mismo modo que en otros sectores sociales, debería bregar para que los creadores puedan trabajar en condiciones dignas, ya que el fruto de su creatividad es lo que posibilita, además de otros dinamizadores, que la cultura exista. No puede haber literatura sin escritoras, ni teatro sin dramaturgos, actores, técnicos… La danza no existiría sin personas dedicadas a ella, ni música sin músicos. Del mismo modo debería preocuparse por facilitar a los activistas culturales poder llevar a cabo sus proyectos sin que las burocracias los ahoguen. Debe impulsar y promocionar en la sociedad la importancia de la cultura como un bien social, tal y como lo son la educación o la sanidad, en contraposición a las ideas y dinámicas crematísticas; trabajando para que la sociedad en la que vivimos dé importancia al saber, al pensamiento crítico, al desarrollo intelectual y a los procesos creativos como riquezas en si mismas, no cuantificadas en monedas, sino en bienestar social.

Una izquierda que se considere transformadora, que trabaje sinceramente por el cambio social, tiene que reflexionar seria y profundamente sobre las políticas culturales a impulsar tanto desde las instituciones en las que trabaja como fuera de ellas. El enriquecimiento cultural de los miembros que componen dicha izquierda, así como de la sociedad en general son indispensables para el cambio social; el impulso del activismo cultural ha de ser una de las tareas de la izquierda para no dejar en manos exclusivamente de las instituciones y los agentes económicos una de las bases que cohesionan la sociedad. Las políticas culturales impulsadas por las instituciones tienen que complementarse con las dinámicas populares que se desarrollan fuera de ellas, prevaleciendo el interés público frente a los intereses económicos. Una izquierda que se precie de serlo, debe reconocerse en una cultura no consumista, que huya del concepto de mero entretenimiento al que es abocada sin piedad. Una economía cultural basada en un concepto capitalista de relaciones económicas nos lleva, paradójicamente, a una aculturación de la sociedad, relegándola a un imaginario filtrado por los intereses del mercado, más interesado en su propia existencia que un verdadero desarrollo cultural y social de las personas.

Quizás la cuestión hoy en día no es tanto devanarse los sesos en tratar de definir la cultura, cuestión interesante en sí misma, sino reflexionar sobre la ideología en la que se sustentan las actuales políticas y dinámicas culturales; identificar los intereses a los que sirven; impulsar dinámicas y políticas que sirvan a las personas que componemos la sociedad, que tengan como base potenciar los impulsos creadores, intelectuales y liberadores de las personas; que defiendan a los creadores y creadoras ante el mercado, establezcan la cultura como un bien social a defender y divulgar, alejadas del concepto de un sistema ocupacional del tiempo libre. En definitiva, entender la cultura como un bien que nos enriquece como personas y no como un nicho de mercado.

Publicado en GARA

Hazte Oír pero no me hagas callar

Jonathan Martínez

Supongo que a estas alturas todo el mundo habrá oído hablar del autobús de marras. Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, blablablá. El caso es que la asociación Hazte Oír, de filiación hooligan y transfobia militante, ha reavivado la discordia sobre la libertad de expresión y se ha propuesto obligarnos a elegir trinchera. O con los censurados o con los censores, nos dicen. El mensajes es muy claro: no es razonable defender la barra libre para tuiteros y raperos disidentes si a la hora de la verdad, cuando pintan bastos y alguien proclama consignas que nos incomodan, somos los primeros en encender las antorchas y aplaudir la quema. Para confirmar su hipótesis, los ultras naranjas adjuntan fotografía de una drag queen crucificada en el carnaval canario. Esto bien que os gusta, malditos herejes.

La preocupación es legítima, y algunas de nuestras firmas más honestas conceden el tanto. Al fin y al cabo, hay demasiadas ocasiones en que hemos abusado de la corrección y no ha tardado en asomar el pequeño inquisidor que llevamos dentro. Es raro el día en que no salta un colectivo ofendido, empeñado en no dejar titiritero con cabeza, y saca de quicio lo que nunca quiso ser una ofensa hasta que el asunto llega a los tribunales cuando no a las manos. Más de una vez nos hemos disfrazado de turba enfurecida y nos hemos sumado al entusiasmo del linchamiento. Y es que nos encanta el olor a bruja chamuscada.

Sin embargo, tengo la impresión de que los parroquianos de Hazte Oír nos han sentado en una partida de cartas marcadas, jueces comprados y apuestas amañadas. Así, en una espectacular maniobra de contorsionismo, las mentes más cerriles del integrismo cristiano han aparecido ante la opinión pública como mártires de los derechos civiles. No importa que ese catecismo nacionalcatólico y fermentado haya ocupado todas las instancias de poder desde tiempos inmemoriales. Da igual que sus valedores sean tataranietos del Tribunal del Santo Oficio. Que lo que hoy defienden con coloquios y con memes ayer lo impusieran mediante el garrote vil y la hoguera. Qué más da que su cacería contra homosexuales y transexuales resucite las páginas más infames de la Ley franquista de vagos y maleantes. Olvidadlo todo, porque ahora la rebeldía se viste con la mitra y la sotana de un obispo digital.

Es una jugada maestra. Un jaque mate de libro. Al final, no solo cuentan con la bendición del poder y el encanto irresistible de la subversión, sino que además, y por si fuera poco, les brindamos nuestra protección desinteresada. Si reclamamos nuestro derecho al exabrupto, deberíamos consentir el suyo, decimos. Hay que estar a las duras y a las maduras. Incluso desempolvamos aquel estribillo apócrifo de Voltaire: «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo». En resumidas cuentas, como somos incapaces de garantizar con éxito nuestra libertad de expresión terminamos blindando la suya.

Comparar el autobús naranja con los tuiteros y raperos imputados me parece un despropósito. En primer lugar porque nadie en su sano juicio ha llegado a pensar que los paladines de Hazte Oír puedan llegar a pisar el trullo, tal vez ni siquiera a encajar una leve amonestación o una pública reprimenda. En segundo lugar porque nadie ha silenciado el mensaje de Hazte Oír, más bien al contrario, lo hemos multiplicado hasta el desmayo. Que el autobús circule o caliente banquillo en el garaje es ya una consideración secundaria. No ha existido censura sino publicidad, y esto demuestra que el objetivo nunca ha sido acallar a los ultras sino deslegitimar sus ocurrencias.

El debate, lejos de resultar estéril, nos ha permitido poner al descubierto toda una trama de afinidades en la que figuran cargos del PP, de Ciudadanos y de Vox, voceros cavernarios y cardenales. Ahora sabemos que el ministro emérito de Interior, que condecoraba vírgenes y tenía a un ángel custodio currando de gorrilla, declaró a Hazte Oír «asociación de utilidad pública» con todo su complemento de privilegios fiscales y prebendas. Pero sobre todo, y esto es lo más confortante, este debate ha proporcionado un altavoz solidario a todas aquellas personas que alguna vez han sido perseguidas o discriminadas por motivos de identidad de género.

Hablar de libertad de expresión sin hablar de relaciones de poder es una falacia. La libertad de expresión es el derecho de los dominados y no el privilegio de los dominadores. Que no te engañen. Ellos, los dueños de todas las mordazas.

Del blog de nuestro compañero en Naiz Zona especial Norte

Los nuevos fascistas del siglo XXI

Toni Ramos – Alternatiba

El nuevo fascismo es una confluencia entre la evolución del capitalismo y la propia ideología fascista del siglo pasado, adaptándose y ajustándose al racismo inherente al actual sistema y a las crisis que han golpeado el mundo a comienzos del siglo XXI, desde el 11 de septiembre de 2001, pasando por la crisis económica y social de 2008, hasta la crisis de los refugiados de 2015. More…

¿España? Depende

Luis Salgado – Alternatiba

Juro que, cuando era pequeño, alguien se acercó a mí y me dijo que mi libertad terminaba donde empezaba la de los demás. Desde entonces me he topado con un problema que va “in crescendo” y es que la libertad de los demás se está ampliando tanto que uno ya no puede ni respirar sin coartarla. A lo anterior hay que añadir que, de un tiempo a esta parte, una enfermedad degenerativa de proporciones bíblicas está convirtiendo nuestra piel en papel de fumar, y ya, hasta las palabras nos producen profundas cicatrices. Así está el percal. No me imagino ser humorista, aunque quizás sea simplemente porque me falta humor.
 
En otra clase de sabiduría extemporánea, otra persona a la que guardo gran cariño me explicó que no debía guardarme de las críticas y las puyas, sino hacerlas mías y entenderlas, porque la mayoría guardan en su interior una revelación que bien digerida nos hará mejores. Toda crítica, burla y chanza se basa en una realidad, y si no buscamos y reconocemos ese error nunca acabaremos con la guasa. Hoy se ha demostrado absurda la lección, siempre hay fórmula para librarnos del sarcasmo y la ironía, incluidos los tribunales de excepción.
 
De este modo avanzamos hacia una sociedad en blanco y negro emitida en riguroso directo por HD y sonido Dolby envolvente. Ofensores y ofendidos en carrera desigual, donde el elefante se queja del dolor que le produce en la planta de su pata la hormiga a la que aplasta. Y desde luego, la culpa, si la hubiere, siempre será del otro, quien por maldad me ataca.
 
Así que españoles varios se quejan del humor cuestionable de un programa en un idioma que no entienden. Y gritan que les insultan porque alguien les ha llamado catetos, y no, no lo son, no la mayoría. Pero no me nieguen que tener un Presidente del Gobierno que dice que “Esto no es como el agua que cae del cielo y nadie sabe exactamente por qué” o una exministra de cultura y adalid de las dobles filas en los carril-bici  que cuando le preguntaron sobre el Nobel a Saramago se reconoció admiradora de la brillante ESCRITORA portuguesa, ayuda a reforzar esa idea. Y les votan 8 millones, no lo olviden. 8 millones que defienden que un Ministro del Interior condecore vírgenes, en un dechado de modernidad sin precedentes. 8 millones de españoles que mantienen a quienes dicen que Franco fue socialista, o que el franquismo fue una época de extraordinaria placidez.

Yo por mi parte sigo declarando que no creo que los españoles, no la mayoría al menos, sean catetos, meapilas, fachas, o chonis, colectivo este último que tiene mi admiración por ser el único que no parece haberse sentido ofendido. Pero sí creo que hay una diferencia en el peso de los catetos, meapilas y fachas en la sociedad allende el Ebro y sobre todo en la cultura mesetaria peninsular. Eso sí, yo cuento con la ventaja de la experiencia genética. La suerte de que mis ancestros sean galaico portugueses. Ese gran orgullo de saber que ante una pregunta incómoda como ¿Qué piensa usted de los españoles?  Siempre podré responder con un sonoro “DEPENDE”.

Del blog de Luis Salgado El Mundo Imperfecto

Lo que ocurrió después te sorprenderá

Jonathan Martínez

En el vídeo, una joven ciclista se detiene junto a una furgoneta en un semáforo. La vemos a lo lejos forcejear con el copiloto y entonces comprendemos que el hombre la está hostigando, la está increpando, se está burlando de ella. “¿Tienes la regla? Dame tu número y vamos a tomar algo”. Después la furgoneta acelera y se pierde de vista. En un arrebato de empatía, los espectadores sentimos la impotencia de la humillación, deseamos lo peor al energúmeno y maldecimos la impunidad de los babosos. Pero la chica no se da por vencida, así que pedalea tras la furgoneta hasta que por fin la encuentra unas calles más adelante, estacionada a un lado de la carretera. En el recinto mágico de la pantalla, nuestra heroína va a culminar el gesto de venganza que en la vida real casi siempre permanece recluido en la esfera del deseo. Ahora es cuando ella aminora la velocidad, se detiene, le arranca de cuajo el espejo retrovisor y sale pitando mientras el público experimenta la íntima satisfacción del desagravio. Por si fuera poco, el motorista que ha grabado la escena se acerca a la furgoneta para confirmar el destrozo y lo celebra con nosotros. “Os lo merecéis, basura”.

La historia nos entusiasma. Los diarios digitales la llevan a sus portadas. La compartimos en nuestro muro de facebook. La distribuimos en grupos de whatsapp. Like. Retuit. Entretanto estalla la controversia. Un testigo asegura haber visto a un hombre dando instrucciones a la chica y a los tipos de la furgoneta. Efectivamente, los protagonistas resultan ser actores y se revela que el vídeo es propiedad de una de las corporaciones de contenido multimedia con más visitas de la red: Jungle Creations. Cada periódico le ha pagado 400 libras esterlinas en derechos de emisión por el cortometraje. Finalmente, la propia empresa retira el vídeo y anuncia una investigación para esclarecer el fraude. La venganza ciclista, mientras tanto, se reproduce en la red ajena a las polémicas. Al fin y al cabo, lo contagioso son las mentiras, no las rectificaciones.

La prensa nos ha infundido el pánico ante las noticias falsas de la red como si se tratara de una novedosa pandemia, el síntoma más pernicioso del nuevo imperio del populismo. Pero ni las mentiras ni los bulos ni las leyendas urbanas son fenómenos recientes. Todo el mundo tiene un conocido que tiene un conocido que jura haber visto a Ricky Martin enclaustrado en un armario mientras un perro degustaba en antena una ración de mermelada. Si dices tres veces “Verónica” delante de un espejo, su espíritu te hundirá unas tijeras en el pecho. Si no reenvías este mensaje a quince personas, el niño Kevin tendrá que renunciar a su injerto de duodeno. Y así sucesivamente.

Los bulos han existido siempre, lo que ocurre es que internet ha perfeccionado sus posibilidades de contagio. La letra de molde y las imágenes, distintivos de credibilidad y prestigio del periodismo impreso, están ya al alcance de todo el mundo. A día de hoy, cualquier internauta con alguna habilidad al teclado puede emular la factura impecable de un periódico de renombre. Ni siquiera la precariedad tecnológica supone un obstáculo. A fin de cuentas, la cámara temblorosa del teléfono móvil concede a los vídeos una irrefutable apariencia de espontaneidad, verdad y testimonio. Así es como la naturaleza contagiosa de las redes sociales ha abierto camino al negocio de la viralidad.

Existe otra circunstancia favorable a las noticias infecciosas. El pensamiento lineal del periodismo impreso ha sucumbido ante la lógica fragmentaria de la red, donde ya no leemos del tirón y sin distracciones sino que navegamos sin rumbo y a la deriva, convocados ahora por este enlace y reclamados más tarde por no sé qué notificación o no sé qué ventana emergente. Pasear por la web se parece cada vez más a desfilar por un gran centro comercial, con anuncios titilantes como neones que demandan nuestra atención y se disputan nuestras visitas. Internet nos ha convertido en consumidores a jornada completa. Cada vez que nos movemos por la red, revelamos preferencias de consumo a la vez que surcamos reclamos publicitarios. El acto mismo de comprar no es más que la culminación de un proceso que comienza con nuestro primer clic. Y las noticias falsas son cómplices de esa maquinaria.

En la era de la viralidad, el periodismo se ha aliado con la publicidad bajo las normas y en el terreno que impone la publicidad. La sobreabundancia de información ha desatado una guerra feroz por conquistar nuestra curiosidad, y las armas de combate son el titular estridente y el sensacionalismo. Somos vulnerables a los bulos como lo somos al mal periodismo o a los anuncios publicitarios. La única defensa posible consiste en ejercer el pensamiento crítico, interrogarnos sobre la intención de cada mensaje y evaluar la reputación de las fuentes. Conozco gente que dejó de compartir noticias falsas en sus redes sociales. Lo que ocurrió después te sorprenderá.

Del blog de nuestro compañero en Naiz Zona especial Norte

Nosotras, las que no sufrimos violencia

PlumAnegra

Nacer, y que alguien te reciba con una perforación en las orejas. Es por tu belleza. O peor con una amputación de tu clítoris cuando llegues a los 5 o los 6 años. Es por tu higiene, por tu bien, por tu futuro, por tu sexualidad….

Crecer escuchando que nunca eres nombrada. Estudiar la historia en la que ninguna mujer hizo nada digno de contar, ni siquiera aquellas que lucharon y murieron por tus derechos.

Memorizar la fecha en la que hubo sufragio universal sin que la mitad de la humanidad pudiese votar, la mitad a la que tú perteneces.

Aprender a callar, a esconderte, a no opinar, a no contar, porque hay voces más altas, más fuertes, más inteligentes … ¡y tú! ! qué vas a decir tú!. Esconderte, cerrarte, menospreciarte…

Tener miedo, mucho miedo a veces … cuando estás en casa, cuando estás en la calle, cuando llega la noche, cuando llega el día, cuando no hay una farola, cuando vas al monte, cuando vas a la playa, cuando estás sola, cuando está él, cuando están ellos…

Forzar tu cuerpo, no escucharlo, violarlo, que alguien lo viole con tu consentimiento, que alguien lo viole sin tu consentimiento…Que alguien lo viole, da igual cómo.

Escuchar que “tú no eres”, “que no llegas”, “que no sabes”, “que no entiendes”, “que vas a ser”,” que nunca serás”, “que nunca llegarás” y creértelo, creértelo todo.

Avergonzarte de tu cuerpo, de tu culo, de tus tetas, de tu grasa, de tus hormonas, de tu sangre…avergonzarte todos los días. Ocultarlo, cortarlo, arreglarlo, taparlo, reducirlo, eliminarlo…

Creer que tú estás bien, sin estar bien… que las otras, las que no están bien, esas sí que están mal, ¡Pobrecitas!. Pero tú no, tú no perteneces a esas, tú nunca tuviste miedo, tú nunca fuiste agredida, violada, menospreciada… tú, nosotras, las que no hemos sufrido violencia.

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Mujeres

Joxemari Carrere

 La idea para una sesión de cuentos te atrapa por sorpresa muchas veces. Aunque seguramente ya hay alguna idea anterior que ronda en la cabeza, no encuentra el camino deseado. Así andaba yo hace bastantes años. Todavía neófito en este mundo de la narración oral andaba sin saber muy bien por dónde encaminar las ideas ni cómo expresarlas; queriendo huir de estereotipos, queriendo traer a la narración mis reflexiones y preocupaciones. Y todavía así continuo. Tenía entonces una confusión de ideas sin poder darles salida ni concretarlas en una sesión narrativa. Teniendo todo eso cociéndose en la cabeza, llegó a mis manos el recién publicado libro de Angela Carter, Caperucitas cenicientas y marisabidillas, una recopilación de cuentos tradicionales de culturas de todo el mundo donde las protagonistas eran mujeres. Una recopilación maravillosa.  Fue comenzar a leerlo y encenderse la bombilla. El espectáculo giraría en torno a la aparición de mujeres en los cuentos tradicionales (copiando siempre, como todo narrador que se precie). Me atraía la idea de reflexionar sobre la cuestión a través de la narración de esas historias. Comenzando con el mencionado libro e indagando por otras muchas recopilaciones pude, al fín, presentar el que sería mi segundo espectáculo de narración oral, Carne de lengua.

Con el comienzo del año una mujer ha sido asesinada por un hombre. Otra más. Una suerte de genocidio no reconocido. ¿Cuándo comenzó? ¿En qué momento de la historia? En todas las culturas del mundo hay cuentos en los que aparece el tema: mujeres asesinadas, violadas, comidas… ¿Es posible hacer un espectáculo de narración con esto? ¿Es legítimo? Es una idea que hace tiempo ronda en mi cabeza. Ha llegado a mis manos Cuentos de hadas la última edición en castellano de la recopilación de cuentos de Angela Carter, con los cuentos de la anterior edición y algunos más. Hay mucho para contar.

Joxemari Carrere Alternatibako kideak Gara/Naiz-en euskaraz argitaratutakoa

Incursiones en territorio comanche

Joxe Iriarte «Bikila» – Alternatiba

Uno de los aspectos mas interesante del libro “Nafarroa Orain”, escrito por Ion Orzaiz y Joxerra Senar, tiene que ver con la descripción del fuerte sentimiento patrimonialista de los caciques de UPN que se manifiesta tanto en lo relativo a las instituciones navarras, consideradas como algo de su propiedad (con derecho a saquearlas sin complejos), como en su estupor ante la perdida momentánea de dichas instituciones.

No se trata solo de la perdida momentánea de privilegios que, pueden pensar, serán recuperados en futuras contiendas. Se trata de la humillación de ver lo que consideran su casa ocupada por extraños, por gentes ilegitimas en relación a la Navarra de su imagen y semejanza. Tal consideración, ciertamente, no la tienen con el PSN, con quien pueden competir pero también compartir.

Al hilo de estas reflexiones, caigo en que el PNV tiene la misma convicción respeto a la hipótesis de que EH Bildu (sola o con Podemos) pueda gestionar las diputaciones y Gobierno Vasco; también en lo relativo al PSE, quien aunque durante cuatro años le arrebató Lakua con la ayuda del PP, es siempre un amoldable socio. Y es que, aunque ideológicamente conforman espacios diferentes, es más fuerte su compromiso con el statu quo.

En realidad, PP y UPN, PNV y PSOE, no pueden consentir que se intente usar los gobiernos para otra cosa que no sea para lo que fueron creados: garantizar el buen funcionamiento del sistema capitalista. Fue la causa del descabalgamiento de Sánchez ante el peligro de que pactase con Podemos y lo que motivó la furia anti-Bildu del PNV en Gipuzkoa.

Cuando Bildu gobernó el PNV se sintió herido en sus carnes, en parte porque entraron al choque intereses contrapuestos y, además, se escenificó otra forma de hacer política. Pero sobre todo, porque Bildu se atrevió, con mayor o menor fortuna, a gobernar. E incluso a llevar a juicio a líderes del PNV por irregularidades en la gestión. ¡A ellos! que crearon y amueblaron la casa.

El PNV no se limitó a la mera oposición institucional; movilizó todos sus recursos, económicos, sociales y políticos, incluida la calle, expandiendo sin ningún pudor todo tipo de bulos. Y lo triste es, que replegados a la gestión institucional dadas las ingentes tareas a asumir, no fuimos capaces de responder allí donde se supone que somos más fuertes: en la movilización popular. Ciertamente, el PNV gozó de la estimable ayuda de los medios principales, sobre todo “Diario Vasco”, para confundir y movilizar a su favor la opinión pública. Una prueba más de coincidencia de intereses. Las campañas contra el puerta a puerta, la oposición a las medidas fiscales que según ellos pondrían en fuga a las empresas etc., todo en términos similares al catastrofismo que actualmente propaga UPN en Navarra. Según el PNV, Gipuzkoa era un desastre conducida por aventureros incapaces de gestionar. Diría que incluso, en su empecinamiento con la incineradora, van más allá de los intereses económicos y de gestión de residuos en juego, pretendiendo sobre todo escenificar la derrota política de EH Bildu, echándole la culpa del caos en la recogida y gestión de residuos. Siendo en realidad lo contrario.

Parecido ocurre en Gasteiz y Nafarroa. El PNV manda en la alcaldía de Gasteiz (con la ayuda de PSE, que en su momento no le apoyó) gracias a EH Bildu, Irabazi y Podemos, que priorizaron impedir que Maroto el xenófobo gobernase. En contrapartida, hubo un pacto programático que el PNV se ha saltado. Además, ante la negativa a aprobar un nuevo presupuesto que no recoge las exigencias mínimas, no ha dudado en echar un órdago a la grande: O nosotros y nuestras condiciones, o el PP. Toda una lección de la naturaleza clasista del PNV y también de los límites de unas alianzas sin la supervisión y la presión popular ante los primeros síntomas de incumplimiento con lo pactado.

He oído voces lamentándose de la incapacidad para potenciar bloques más o menos duraderos entre fuerzas de distinta naturaleza (por lo menos para ir hasta Maltzaga), como son el PNV y EH Bildu. Por el contrario, pienso que salvo en casos excepcionales como Nafarroa, y no de cualquier forma, es un error y además es imposible. El PNV sabe de qué va el asunto, y no dará ni agua salvo que sea al precio por ellos fijado. Más bien, preparémonos para la beligerancia.

Pasados la euforia, veo con preocupación la evolución del llamado «cambio tranquilo», definición tan del gusto de Barcos. Se dice que hay avances pero no se puede tensar demasiado la cuerda. No es de extrañar tal conclusión, si tenemos en cuenta que Geroa Bai (y PNV) ha impuesto de facto un gobierno presidencialista y personalista que poco tiene que ver con la correlación de fuerzas (Geroa Bai frente al resto). Y ello ha sido posible porque ha sabido aprovechar sus bazas en un escenario donde había a toda costa que desplazar a UPN. Pero lo que es contención a nivel de gobierno, no debería serlo a nivel de calle, lugar desde donde se puede exigir mayor rapidez y profundidad en los cambios, sin que ello redunde en beneficio de la derecha.

Pienso que las instituciones no son neutrales y que tienen fuertes límites para ser usadas según la mera correlación de fuerzas electoral. Y a pesar de ello son un terreno de disputa, si bien en campo del contrincante. Siempre y cuando no nos despistemos de la tarea principal: el establecimiento de un contrapoder hegemónico alternativo. Y eso se consigue, sobre todo nivel de sociedad civil, en la calle.

Participar en las alianzas inherentes al juego institucional, según las circunstancias, puede ser necesario. Pero siendo conscientes de sus límites, trampas y, sobre todo, de dónde poner el acento para poder crear espacios contra-hegemónicos. Debemos ser conscientes de que tarde o temprano habrá que plantearse rupturas decisivas, sea en el terreno nacional o en el social. Últimamente observo que militantes partidarios de esa tesis la van abandonado o relativizando a la vez que cobra fuerza la de que la apropiación de mayores cotas de poder institucional puede evitar traumáticas rupturas mediante reformas progresivas.

El PNV está empeñado en una huida hacia delante en materia de infraestructuras, las cuales además de acarrear graves consecuencia medioambientales, suponen una hipoteca económica sin precedentes: Incineradora y TAV son un botón de muestra. Y en lo nacional va a seguir en la misma tesitura. Su insistencia negociadora va suponer un auténtico obstáculo para cualquier avance en materia de autogobierno y soberanía, mas allá de lo que el gobierno central este dispuesto a conceder. En ese camino, tendrá al PSE de aliado.

Coincido con diferentes voces de mundo social que propician un soberanismo en su doble dimensión nacional y social. Por importantes que sean las consultas populares simbólicas en las cuales son necesarias las gentes del PNV, EHB, Podemos y también del PSE. Ir mas allá solo va a ser posible merced al trabajo conjunto y la activación de las fuerzas políticas, sociales, y sindicales de izquierda, las cuales muy previsiblemente van a tener al PNV enfrente y no al lado. Y su cambio de actitud solo se dará si se ve confrontado a una dinámica que le ponga ante la espada y la pared. No se trata de copiar, sino de constatar, que en Cataluña la burguesía nacionalista cambió de tercio no por la presión de los partidos nacionalmente más radicales, sino por las gentes que empezaron reclamar la independencia frente a la imposición españolista.

Publicada en Naiz, Rebelion y Ahotsa

Nazi por liebre

Jonathan Martínez

Esta historia tiene tres protagonistas. El primero se llama Jean Baptiste y nace en 1910 en una caravana gitana de un campamento nómada a pocos kilómetros de Charleroi, en Bélgica. En 1922, cualquiera que tenga un puñado de francos en el bolsillo puede ver actuar al niño Jean Baptiste con su guitarra en un garito de baile de la Rue Monge parisina. Ese mismo año, Hemingway se instala en un cuchitril infecto junto a la Sorbona en aquel París de los años locos, de los artistas muertos de hambre en Montparnasse, de Picasso y Modigliani, de las tertulias en casa de Gertrude Stein, de los cabarets y de las mujeres liberadas del corsé con el pelo a lo garçon y tocadas con sombreros de campana. Ese año también, Mussolini marcha sobre Roma y pone al Partido Nacional Fascista al mando de Italia.

Una madrugada de 1928, el niño Jean Baptiste, que ya no es un niño, incendia su caravana con una vela en un desafortunado accidente. El fuego le abrasa buena parte del cuerpo y convierte el meñique y el anular de su mano izquierda en dos colgajos inservibles. Bien pensado, para alguien que se gana las alubias con su guitarra, el contratiempo adquiere la dimensión de una catástrofe. Aquí es donde Jean Baptiste, adelantándose a todos los mercaderes de la superación personal, hace de la necesidad virtud y desarrolla una original técnica de jazz que lo convertirá en uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos: el gran Django Reinhardt.

El segundo protagonista de esta historia se llama Joseph, se apellida Goebbels y es ministro de Propaganda de la Alemania nacionalsocialista. Durante los años treinta, nuestro amigo Joseph anda preocupado por las inclinaciones musicales de la chavalería aria. La nueva moda del jazz, esa música simiesca de negros y judíos, esa especie de reguetón sudoroso que bailan en Europa, amenaza con resquebrajar los rectos valores de la patria germana. La estrategia de Goebbels apunta a varios frentes. Por una parte, las radios del Tercer Reich censuran cualquier melodía de intenciones perversas. Por otra parte, los campos de concentración abren las puertas a quienes perseveran en sus gustos musicales. La película Rebeldes del swing de Thomas Carter rememora a aquellos mártires del ritmo.

Sin embargo, y esto es lo más extravagante del caso, Goebbels pone una vela a Dios y otra al diablo. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Algo así debe de pensar cuando se decide a formar su propia banda de jazz nazi: Charlie and His Orchestra. El ministerio reproduce a todo trapo sus canciones en los campos de prisioneros de guerra y en los países ocupados. Además, un par de veces a la semana, se inmiscuye en los diales británicos con la artillería pesada de sus grandes éxitos. Por ejemplo, la pegadiza Let’s go bombing: “Vamos a bombardear como hacen los aviadores de las Naciones Unidas, iglesias, mujeres y niños, también a los neutrales”. En Hold tight, otro temazo alegre y combativo, nos cantan las bondades del frente rojo: “¿Quieres un poco de comunismo? Crimen y vicio, ¡está muy bien!”.

El 14 de junio de 1940, las tropas alemanas alcanzan París, y nueve días más tarde, Adolf Hitler se pasea junto a la torre Eiffel y los Campos Elíseos. Al principio de nuestra historia hemos dejado en los escenarios parisinos al virtuoso guitarrista Jean Baptiste, ahora conocido como Django Reinhardt. Llegados a este punto, es hora de preguntarnos cómo es posible que sobreviva en la Francia ocupada un reputado gitano con agravante de jazz, y lo que es más inquietante, cómo es posible que ofrezca conciertos en París con una banda de cuatro negros y un judío. Al fin y al cabo, las autoridades nazis y sus aliados están esterilizando y exterminando a miles de gitanos en un holocausto olvidado por las efemérides oficiales y por los libros de historia. Existe una fotografía insólita que tal vez disipe nuestras dudas. A las puertas del club parisino de jazz La Cigale, sonríe a la cámara la banda multiétnica de Django Reinhardt. Junto a ellos, vestido de riguroso uniforme, posa el tercer protagonista de nuestra historia, el oficial de la aviación nazi Dietrich Schulz-Köhn, que firma sus crónicas musicales con el pseudónimo de Dr. Jazz. Todo un fan. Lo que se dice un grupi.

Dicen que dicen que al terminar la guerra, el prisionero Dietrich Schulz-Köhn carga con una cámara fotográfica Rolleiflex. Dicen también que durante su cautiverio entabla una fugaz amistad con un soldado negro estadounidense que trata de canjearle la cámara a toda costa. “¿Cuánto pides por ella?”. Schulz-Köhn se niega, no está en venta. “Te doy tres cartones de Lucky y cuatro pares de medias de nylon”, insiste el americano. Nanay. Ni hablar. Y es entonces cuando Schulz-Köhn se lo piensa dos veces, mira su cámara como despidiéndose de ella, busca los ojos de su captor y le pregunta: “¿No tendrás algún disco de Count Basie?”.

Si existieran las moralejas, alguien diría que es posible encontrar destellos de humanidad incluso en la peor de las miserias. Otra interpretación menos optimista diría que en el fondo no sabemos nada de los nazis. Estados Unidos, que llega a la guerra tarde y mal y para ajustar las cuentas de Pearl Harbor, termina moldeando a su gusto la imagen que tenemos de aquellos días. Así, la industria de Hollywood embucha en nuestra memoria heroicos fotogramas de barras y estrellas, y al mismo tiempo, urgidos por exigencias del guión, los nazis del celuloide cultivan una maldad histriónica, tienen el ceño fruncido y la mirada aviesa y blasfeman mucho en alemán, que a decir verdad, acojona un rato.

Nadie nos advierte que un nazi podría amar la música inmoral y sincopada de los negros. Que tal vez ese mismo nazi sería capaz de proteger a un gitano al mismo tiempo que sus colegas atizan el fuego de los hornos crematorios. Nadie nos explica que la maquinaria genocida del nazismo tiene algo de rutina funcionarial, y que fuera de la jornada laboral, sus ejecutores aman el arte, acarician con ternura a sus mascotas y arropan a sus hijos con un beso de buenas noches.

Quizá por eso no los reconocemos cuando sonríen en pantalla, dulces y entrañables, negando ante un micrófono profesar dogmas proscritos. No los reconocemos cuando los vemos dispensar raciones de caridad entre sus compatriotas, cuando ejercen de esforzados deportistas, cuando saludan a la multitud fervorosa de los mítines y se retratan con un niño en brazos. Ellos no son nazis, nos decimos. No pueden ser nazis. No son como los malos del cine. No tienen el ceño fruncido ni la mirada aviesa ni blasfeman mucho en alemán. Y así nos luce el pelo. Tanto ver películas de nazis y al final siempre terminan dándonos nazi por liebre.

Del blog de nuestro compañero en Naiz Zona especial Norte

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